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España España · Barcelona
Críticas de davidmdehaza
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Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
7
15 de octubre de 2017
57 de 64 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cuerpo y el alma. Lo que podemos ver y lo que no. Del cuerpo y del alma nacen respectivamente los, por así decirlo, defectos, de Endre (Morscsányi Géza) y Mária (Alexandra Borbély), los dos protagonistas de “En Cuerpo y Alma”. Él, de unos cincuenta años, divorciado, jefe de personal de un matadero en Budapest, con una paresia completa del brazo izquierdo; ella, de quizás menos de treinta, sobrentendemos que sin relaciones previas, supervisora de calidad recién incorporada a dicho matadero, con una especie de trastorno de espectro autista con evidentes dificultades socio-conductuales.

El cuerpo y el alma, el paradigma de los opuestos vitales complementarios. La fotografía y su negativo, lo indivisible pero incoalescente. Es este juego de opuestos el que pavimenta no sólo la progresión en la relación de los dos personajes, sino la forma en la que la directora húngara Ildikó Enyedi ejecuta la narración de su película, con la interposición de las composiciones oníricas que finalmente resultan cruciales para el devenir de la historia y las crudas imágenes de la realidad en el matadero.

Ahí, en un matadero, epítome de lugar donde se pone fin a la vida, empieza por así decirlo también la vida para Mária y Endre, dos personas a simple vista (en cuerpo) opuestas, como hemos dicho, pero de alguna forma unidas por una hiperconsciencia (en alma) de sí mismos, de su falibilidad, emparentadas en una cierta atonía vital, cuyo encuentro sirve para ordenar los factores necesarios para su progresión personal interna. Porque, ciertamente, “En Cuerpo y Alma” es una fábula sobre la superación de quien parece abandonado a su suerte emocional, que encuentra milagrosamente un tono dulce y agradablemente cómico en algunas escenas que, replanteadas de otra manera, resultarían casi crueles. Se podría decir que hay algo de Aki Kaurismaki en la cinta de Enyedi, a propósito de esa forma de narrar la cotidianidad con un marcado contraste de tonos: amargura, emoción y una pequeña alegría interna.

El cuerpo y el alma. Lo que podemos tocar y lo que no. Lo palpable y lo intangible, aquello que vertebra el amor o lo que entendemos como amor. Porque “En Cuerpo y Alma” es también, y probablemente aquí radica su más llamativa virtud, un cuento anómalo y bellísimo sobre los inescrutables caminos del amor, con una solución metafórica audaz e inaudita para explicar eso en realidad tan inexplicable que es la atracción entre dos personas: la sincronía de los sueños; la magia entrando por la ventana mientras la razón sale por la puerta.

El enfrentamiento pacífico entre razón y magia, tanto en las formas como en el motor de esta historia, es quizás lo que hace tan especial a la ganadora del Oso de Oro de este año en el Festival de Berlín. Razón y magia en plena revolución: la esencia de la vida, en definitiva. Y cuando alguien es capaz de capturar la poesía de lo imperfecto con gestos e imágenes, con palabras y silencios, con luz y oscuridad, toca reconocer con una discreta sonrisa de reconciliación con el cine que estamos ante una pequeña, cautivadora y maravillosa película.
davidmdehaza
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8
13 de octubre de 2015
39 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sinécdoque, Cincinnatti. O el triste sentido de una vida entera condensada en una noche. En su última obra, Charlie Kaufman vuelve a jugar con la geometría narrativa. En este caso, la circularidad de “Anomalisa” da forma a una de las más precisas disecciones por planos de los gozos y, sobre todo, las miserias que alberga la cotidianidad en el hombre actual. Poco o nada me detendré en el prodigio técnico que es la película, aunque qué irónico y significativo me resulta el hecho de que una de las obras cinematográficas recientes que retrata de forma más diáfana y cercana la experiencia íntima del ser humano y la ridiculez intrínseca ligada a la misma esté protagonizada por figuras no humanas, en una especie de transmutación de la nueva vieja carne por la vía del stop motion. Así, en un relato que podríamos catalogar como costumbrismo urbanita, “Anomalisa” destila una magia triste, donde lo real y lo pararreal se entrelazan en forma de pesadillas maravillosas al respecto del nuevo hombre-masa y coños mal comidos.

La circularidad viene subrayada por la circunstancia de que “Anomalisa” se abre y se cierra con una carta escrita por una mujer cuyo destinatario es el mismo hombre. Ese viaje radial que plantean Kaufman y Duke Johnson tiene por tanto en su final un eterno retorno a la casilla de salida, una puerta cerrada a la concreción del amor porque el miedo es real y posiblemente definitivo, aunque exista un matiz de esperanza para quien quiera verlo. Es cuanto menos llamativo que haya un remanente de los Joel y Clementine de “Eternal Sunshine of the Spotless Mind” en la relación de Michael Stone y Lisa, los protagonistas de esta pequeña elegía moral, ya que, aunque es cierto que es la voz de ese hombre inútil la que resuena durante todo el metraje, la última palabra la tiene siempre la mujer en lo que parece una discreta obsesión del autor a la hora de revelar al mundo un cierto conflicto interno sobre el macho empequeñecido y ridículo en el casus belli emocional.

En definitiva, “Anomalisa” vuelve a reflexionar sobre la intratable metástasis de la repetición de patrones sentimentales y conductuales y sobre la certeza de que el problema está en los ojos del que mira. Y es que si resulta que las chicas sólo quieren divertirse, qué pena que los hombres hayan olvidado cómo hacerlo.
davidmdehaza
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8
13 de octubre de 2015
21 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ni una sola intersección desajusta el equilibro tonal de la preciosa “Our Little Sister“. La última película de Hirokazu Kore-Eda continúa la senda temática propuesta en “Still Walking” y en “De Tal Padre, Tal Hijo“, e incide en el retrato costumbrista de familias con pequeños y medianos conflictos en su seno abiertos a partir de un hecho no esperado, aquí manifestado mediante la irrupción de una muchacha en la vida de tres hermanas que conviven juntas y con las que compartía progenitor. Como suele ser habitual en Kore-Eda, resulta difícil ya no empatizar, sino finalmente casi llegar a enamorarse de la galería de personajes, principales y secundarios, que habitan en esta sencilla historia sobre la familia y su herencia emocional, la muerte y el perdón.

Qué naturalidad y qué maestría la del cineasta japonés a la hora de enseñar cuán fácil parece hacer las cosas bonitas cuando se hacen bien. Qué forma de mostrar afecto hacia esos personajes, y qué manera de presentarlos, de dibujarlos, especialmente a las cuatro hermanas protagonistas, con apenas un pequeño detalle: una mirada, una sonrisa, una cierta manera de vestir. Es además “Our Little Sister” un pequeño prodigio narrativo, de una fluidez y liviandad que empiezan a parecer realmente inimitables, donde el poso melodramático que inundaba “De Tal Padre, Tal Hijo” desaparece, encontrando un tono más amable, más cercano a “Still Walking“, por ejemplo. No sé si mucha gente admitirá que “Our Little Sister” es su película favorita del festival, pero estoy bastante seguro que prácticamente nadie podrá decir que no le ha gustado. Y si alguien te lo dice, llama urgentemente a un médico, porque esa persona va por ahí andando sin el corazón en su sitio. En definitiva, la expresión “reconciliarse con la vida” adquiere todo su sentido tras ver cine así.
davidmdehaza
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8
13 de octubre de 2015
23 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Mountains may depart" narra veinticinco años en la vida de tres amigos, una mujer y dos hombres, cuyas rutas tomarán caminos distintos a partir de un hecho a priori moderadamente banal, pero a la postre trascendente. Lo que inicialmente es un triángulo amoroso jovial, despreocupado, que recuerda vagamente al de “Banda Aparte” de Jean-Luc Godard, se torna violento e inmanejable cuando aparecen los celos y el ansia de posesión. A partir de aquí, se construye un drama fluido, precioso, moralmente interesantísimo. Ideas a propósito del determinismo, la libertad (emocional pero también económica), la evolución/involución tecnológica o el anhelo de las raíces son tratados de forma tan sensata como inteligente mediante un trazo sencillo, sin saturar en exceso la trama propuesta.

Asimismo, la inclusión de pequeños momentos explosivos de catarsis lúdica, a veces abiertamente cómica, contribuye a que una obra de calado densísimo en su trascendencia personal como es esta, sea ligera en sus formas. Un suspiro de cine total, con una de las escenas de apertura más euforizantes y preciosas que recuerdo haber visto últimamente en una sala. Cabe destacar que se aloja en los primeros minutos de “Mountains May Depart” la que seguramente sea una de las imágenes más bellas de todo el Festival de San Sebastián 2015 para quien esto firma: un gran plano general picado en el que los tres protagonistas en plena juventud se disponen formando un triángulo, como el que forman sentimentalmente, en paralelo a una orilla de la playa mientras se disparan fuegos artificiales. Esta imagen, una metáfora brillante de la eclosión dramática de la película, vale como apertura de un camino donde la sincronía entre lo formal y lo narrativo es verdaderamente irreprochable.
davidmdehaza
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8
23 de septiembre de 2020
15 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
La nostalgia es un arma, decían Astrud. La nostalgia es un arma de destrucción masiva, añado yo.

François Ozon retoma en “Verano del 85” la adaptación de material ajeno, como ya ocurrió en la celebrada “En la casa”, originalmente una obra de Juan Mayorga. En este caso, Ozon hace suya la novela juvenil “Dance on my grave” de Aidan Chambers, que narra el encuentro entre el adolescente Alex (Félix Lefebvre) y un chico mayor, David (Benjamin Voisin), y la relación que se establece entre ambos durante un verano en un pueblo de la costa normanda.

En ambas adaptaciones hay curiosamente varios nexos de unión que las sitúan en una órbita similar. Primero en cuanto a las cuestiones del relato en sí: protagonista adolescente, relación de dependencia recíproca pero asimétrica, aproximaciones al entorno educativo... Pero también en cuanto a las formas del relato, como por ejemplo en la forma en que se sugieren esos pequeños misterios velados que van a ir mostrándose finalmente de forma escalonada. Quizás es el punto de vista moral lo que más separa a ambas películas, en todo caso: la mirada que Ozon parece posar sobre cada uno de sus personajes está llena de empatía y comprensión en esta “Verano del 85” mientras que en “En la casa” esa forma de contemplar era un poquito más ambigua, con no pocos toques de cinismo.

Hablaba antes de nostalgia y justamente el enfoque nostálgico parece un elemento clave a la hora de pensar esta película. De entrada, es imposible que la película funcionase de la misma manera si estuviera ambientada en cualquier otra época. No en vano la contextualización temporal (“verano” y “1985”) aparece ya de entrada en el título de la película, eliminando el más directo y prosaico “Baila sobre mi tumba” del relato original, y esto parece ya una primera guía de interpretación para el espectador. De entrada, el verano: la estación de los primeros amores, de los recuerdos más conmovedores pero también más apasionantes, del anhelo perpetuo al que volver mentalmente para encontrar cierto confort emocional. Y, después, 1985*, el punto medio de la década bisagra en la aceptación social y, por así decirlo, difusión mediática de la homosexualidad. Así, estas ideas se fortifican en la visión del espectador y sirven como base, como libro de instrucciones ante el juego que está a punto de plantearles el director francés.

Ozon, que otra cosa no pero el asunto del pop lo maneja de manera excepcional, no solo ilustra ya desde los créditos el trasfondo nostálgico y emocional de la película con la canción nostálgica y emocional por antonomasia (esa mencionada “In between days”) sino que además incrusta “Self control” en su edición original, la de Raf, en el primer baile juntos de Alex y David, con lo que ese “In the night, no control, through the wall, something breakin', wearin' white as you're walkin' down the street of my soul” adquiere un completo nuevo sentido para la película. El acierto final es la inclusión de “Sailing” en la versión de Rod Stewart como el tema principal que acompaña a los momentos de mayor músculo sentimental, realzando el significante de ese barco en el que navegan los protagonistas sobre la costa y que parece una forma bellísima de contarnos que el amor muchas veces es tan solo una huida hacia adelante.

Se le acusa a “Verano del 85” de explicarnos algo ya mil veces explicado. Puede ser. De hecho, uno podría aventurarse a considerar “Verano del 85” como la “Call me by your name” de la temporada. Pero bien sabe el lector que en el cine lo de menos es lo que se cuenta. Y puestos a establecer una confrontación con la obra de Luca Guadagnino, “Verano del 85” me parece una película más perversa en el mejor sentido, menos pagada de sí misma y menos atribulada, ya que esa mezcla de angustia y alegría de vivir adolescente es mucho más audaz al asumir lo grave con levedad y lo leve con gravedad. Y es que a veces un llanto sostenido y un baile en silencio pueden ser la misma cosa y a la vez las cosas más distintas del mundo.

Estamos en definitiva ante una película llena de cruzadas psicológicas vistas a través de un filtro colorido de falsa superficialidad: el Eros y Tánatos freudiano como una fiesta de disfraces en la que colarse, la búsqueda de la identidad en forma de chicos con flequillo y chicas con corte a lo garçon, el complejo de Edipo atenuado en forma de madres estupendas que te desnudan para darte un bañito y figuras paternas que aparecen donde menos uno lo espera. Lo están viendo, ¿verdad? Es el credo innegociable de Ozon puesta a planos en una sola película desprejuiciada y maravillosa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
davidmdehaza
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