Fuga de cerebros podría ser el episodio piloto de una serie de antena 3 que nunca llegó a emitirse, por ser demasiado mala (que ya es decir para esta cadena). Fernando González Molina, que afirma ser partidario del cine comercial, pretendía adaptar a nuestra industria la comedia americana de risa fácil y palomitas según sus propias palabras.

El cine con espíritu de TV, materializado en este subproducto, recoge todo lo malo de la caja tonta y lo adereza con un montón de topicazos de la comedia mala y desfasada de EEUU. No hay más que ver la arquitectura de personajes. Mario Casas, el sex symbol actual que con ponerle unos pantalones hasta los sobacos y gafas han creído cambiarlo radicalmente de registro. Amaia Salamanca hace un papel totalmente plano, sin matices, de chica guapa sonriente que se pasea por la pantalla mostrando sus encantos para regocijo de adolescentes ávidos de carne desnuda y no de celuloide. Los secundarios hacen lo que pueden con los personajes que les han dado: Canco Rodríguez ejecutando el cliché de gitando trapichero, Alberto Amarilla el ciego que al menos te parece simpático, un paralítico, un homosexual reprimido...

Todas las situaciones son totalmente estúpidas, incluso si nos predisponemos a ver una comedia, ni una risa. Todo parece absurdo y se intenta salvar con las apariciones de actores reconocidos: utilizan como reclamo la reaparición del matrimonio Sr.Cuesta y Loles León, Resines, el actor del Chiki-chiki (¿posiblemente lo único gracioso de la película?).

Proyectada en la penúltima edición del Festival de Málaga, Pagafantas era para mí la última esperanza de reír aunque fuera un poco en una proyección de la que dicen es la fiesta del cine español. Credenciales no le faltaban: Dirigida por el nominado al Oscar por mejor cortometraje, Borja Cobeaga, co-escrita junto a su colega guionista de "Vaya Semanita", Diego San José y protagonizada por el personaje central de gran cantidad de sketches del mencionado espacio de humor de la ETB vasca, Gorka Otxoa.

A pesar de ello me andaba con pies de plomo por el hecho de haber sufrido días atrás un severo barapalo en forma de comedia tonta y sin gracia: Fuga de Cerebros.

Pagafantas es totalmente disfrutable. El humor vasco con la oportuna colaboración de los manchegos de muchachada nui Julián López y Ernesto Sevilla tiene momentos hilarantes sin necesidad de enseñar tetas y culos jóvenes y musculados en cada secuencia. Gracias a Dios no es una comedia digna de apelativos tan estúpidos como "desenfadada" o "gamberra". Es como la definía su director, una especie de aviso a los denominados "Pagafantas" para que huyan, se escondan y eviten de cualquier forma la situación en la que se encuentran.

Oscar Landoire y Kiti Manver complementan muy bien la historia de este "Pagafantas".

Si queremos llevar a la comedia española por buen camino, este es un buen primer paso.

La familia Phelps fue bautizada en un documental realizado por la BBC inglesa como la más odiada de los Estados Unidos. La categorización, quizás un tanto exagerada, se le atribuía no a un simple núcleo familiar, sino al seno de una micro-iglesia independiente formada por no más de 40 personas unidas por lazos maritales o sanguíneos. Podemos afirmar sin embargo que su popularidad entre los estadounidenses no es ni mucho menos elevada. Son bien pocos, pero sus incómodas proclamas tienen un gran poder mediático y su hiperactividad se ha materializado en varios reportajes (Jordi Évole de Salvados sin ir más lejos), convertidos en herramientas para expandir su cuestionable ideario. “God hates fags” (Dios odia a los maricones), es su mandamiento principal, a partir del cual van desgranando una serie de hipótesis enfermizas sobre cómo la plaga homosexual lleva a los Estados Unidos y al mundo entero hacia la debacle y el Apocalipsis.

Y ahora en un sesudo ejercicio mental, vamos a relacionar a los Phelps con Kevin Smith, el cineasta que revolucionó la comedia Indie americana en los noventa gracias a su ingenio desbordante y a un sobresaliente dominio del diálogo, y que últimamente se encontraba completamente perdido, reciclado en sus propias concepciones de cine y habiendo dirigido su primera película con guion ajeno: la no muy bien recibida “Cop Out” (Vaya par de polis).
Pues aunque parezca mentira podemos poner ambas cosas en relación, y lo que es aún más sorprendente es lo fructífero del resultado. No deja de parecer una maniobra auto-destructiva, pero Red State no es el simple cambio de registro llevado a cabo por un cineasta a la deriva; es mucho más que eso. Cada diálogo, secuencia, fotograma, está cargado de una gozosa mala uva liberada de todo prejuicio. En el visionado de Red State se ve como Smith se lanza a la piscina sin salvavidas, pero consciente de las habilidades que tiempo atrás le hicieron nadar a contracorriente.

No es solo cambiar el apellido Phelps por Cooper, ni imaginar que las células terroristas al amparo de textos anacrónicos pueden surgir en los lugares más insospechados. El frenético relato no deja títere con cabeza en la sociedad americana: Smith no tiene reparo en llevarse por delante al sistema judicial y sobre todo a unas fuerzas de seguridad a las que los americanos rinden pleitesía religiosa desde el 11 S.

Ocurre que las películas sobre historias cruzadas están de moda últimamente en el cine patrio. El guionista crea de la nada unos personajes que aparentemente no tienen nada en común y realiza malabarismos para establecer conexiones entre sus problemas, de modo que muchas de las historias lleguen a un mismo puerto. Este es un recurso interesante si el cineasta tiene en cuenta la medida de sus posibilidades. Paul Thomas Anderson sabía que necesitaba al menos 3 horas de metraje para que los espectadores conectaran emocionalmente con los personajes que constituían, cada uno de ellos, las columnas de una consistente estructura, la de la maravillosa "Magnolia".

¿Qué pasa con "Propios y extraños"?

Manolo González no ha medido bien sus posibilidades. Hay voluntad por transmitir ideas, pero son tantas y en tan corto periodo de tiempo que se produce un inevitable colapso. Las historias que conforman el film están además unidas con una masilla muy frágil y el conjunto hace aguas por todos lados. Hay que ser muy osado o tremendamente ingenuo para confiar en que el espectador comparta alegrías y sufrimientos con hasta 40 personajes muy dispares y en un pequeño rato de cine.

Vigalondo ha elaborado un complicado puzzle de ciencia ficción que obliga al espectador a desencajar sus piezas una y otra vez por temor a que hayan sido colocadas de manera errónea.
A medida que avanza la cinta dichas piezas como por arte de magia se irán encajando solas en el lugar correcto bajo nuestra atónita mirada. Al final tendremos el puzzle acabado y estaremos seguros de que todo está donde debe de estar pero... ¿porqué si todo está bien atado, no podemos levantarnos del asiento y nos quedamos viendo pasar hasta los últimos créditos?
Aquí vendrá otra vez la inseguridad y el puzzle volverá a ser deshecho, una y otra vez...
¿Quién sabe de cuantas maneras se ha podido rehacer el puzzle?

Gran imaginación, poco presupuesto y al final una buena obra. ¿Qué hará un tipo tan eficiente con más presupuesto? Quién sabe...

Gracias por hacernos pensar Sr. Vigalondo