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Críticas de Hartmann
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Críticas 15
Críticas ordenadas por utilidad
7
25 de agosto de 2007
129 de 147 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es "Desayuno con diamantes" una obra maestra, ni tan siquiera un clásico de los grandes por más que algunos lo vean así. Y con todo, hay que reconocer en ella momentos de obra maestra y de clásico, pero una película debe ser juzgada por el conjunto, y ésta exhibe algunos defectos de base que sus aciertos parciales no logran disimular.

En su novela "Desayuno en Tiffany´s" Truman Capote pretendió esbozar un retrato de la parte más frívola e insustancial de la sociedad neoyorquina, pasto habitual de la prensa de cotilleos. Sin embargo, el relato de Capote carece de acidez y distanciamiento y acaba por resultar tan encantador como falto de profundidad precisamente porque se ve parcialmente contagiado por los vicios de la fauna que describe. A ello hay que sumar una cierta incapacidad del autor norteamericano para retratar el universo femenino: en la obra de Capote que conozco mujer e inteligencia parecen incompatibles. Y cuando es una mujer la que lleva el peso de la trama, como en este caso, el panorama resulta problemático.

Con semejante base no debería sorprender que el principal escollo a superar por Edwards a la hora de realizar la adaptación a la pantalla fuera una trama algo insulsa y a la que los guionistas hicieron poco por mejorar: convertir al protagonista en un mantenido e incluir un final totalmente hoollywodiense podían dar más carga dramática a la cinta, pero no se saca el debido provecho de los cambios. Tampoco resultan convincentes algunos personajes, con un histriónico Mickey Rooney en un papel de vecino cascarrabias totalmente exagerado, la vena cómica funciona sólo a ráfagas y en otras cae en el puro vodevil, y los diálogos son irregulares; apuntan buenos momentos, sobre todo en las discusiones de la pareja protagonista, pero se quedan a medias, sin rematar lo que bosquejan.

Naturalmente que esta película tiene sus aciertos, como ya se decía: Edwards sabe rodar, hallar el encuadre exacto y dar a cada plano la duración justa, y la mejor muestra la tenemos en el excelente plano de arranque o en la escena del guateque, narrada con un ritmo endiablado y la precisión de un mecanismo de relojería. La hermosa Audrey Hepburn se convirtió aquí en todo un icono (una de las pocas veces que se puede llevar con clase la tan temida anorexia) y sabe construir un personaje alocado a la vez que frágil e inseguro, capaz de pasar del registro más elegante al abiertamente cómico con total naturalidad.

Capítulo aparte merece la banda sonora. Hoy muchas de sus páginas pueden resultar desfasadas al pertenecer a la moda de los 60; pero resulta más que merecido que pasara a la historia gracias al bellísimo tema de Moon River, al que Mancini supo sacar todo el partido que pudo consciente de que, ahí sí, tenía delante una verdadera joya.

La otra, Hepburn.

Entre las dos lograron dejar para la posteridad una obra que de otra manera no hubiera pasado de ser una aceptable historia de amor narrada con oficio.
Hartmann
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8
12 de septiembre de 2007
117 de 124 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una apuesta tan extremadamente arriesgada como la que supone "El arca rusa" no puede dejar indiferente a nadie y por fuerza provoca reacciones en su mayoría extremas (y conste que ambos extremos tienen sus buenas razones). Ante una obra así resulta difícil mantenerse en un término medio.

Plantear un repaso a la historia de Rusia en algo más de hora y media suena a provocación, añadir que se va a hacer en un sólo plano suena a arrogancia, rematar con que el plano va a recorrer docenas de salas de un museo pobladas por más de ochocientos extras... eso ya suena a demencia.

Efectivamente, esta locura de Sokurov tiene en sus mayores virtudes su mayor defecto. Decir que es técnicamente perfecta es quedarse corto: es absolutamente impresionante. En comparación, "La soga", del genial Hitchkock, queda como un entremés. Uno se queda atrapado por la belleza de sus imágenes, pendiente de la siguiente pirueta de su director, sabiendo que cada minuto que pasa, que cada habitación que recorre, incrementa paulatinamente la dificultad de este más difícil todavía, en un crescendo que ahuyenta cualquier atisbo de hastío (conocemos el desenlace, por supuesto: si el plano hubiera fallado la cinta no hubiera llegado a estrenarse). Y al final, tras la multitudinaria escena del vals y la despedida de los asistentes, uno sólo puede descubrirse, ante Sokurov y ante el Hermitage.

Pero semejante apuesta tiene un alto precio: encorsetada por su planteamiento formal, la obra tiene como único hilo conductor el diálogo entre su protagonista y el diplomático europeo que le acompaña en un fantasmal deambular. El trayecto marca un ritmo, pero el argumento aparece borroso, apoyado además en un discurso irregular y de escasa coherencia que se ve lastrado por algún tiempo muerto en el paso de un salón al siguiente. El que la narración no siga un orden cronológico no pone las cosas más fáciles, y es evidente que Sokurov pensó en su público, pero no en el occidental. Seamos francos, el español medio es hijo del Tío Sam y sabe perfectamente qué le pasó a Custer en Little Big Horn, quiénes son The Doors o a qué jugaba Michael Jordan. Hablemos de Glinka o Pedro el Grande y ya tendremos el despiste garantizado y una trama hermética. A pesar de todo ello, suscribo las tesis defendidas por el cineasta ruso (v. spoiler), pero no se puede por menos que lamentar que no haya mayor unidad y claridad en la exposición; si la hubiera tenido, entonces sí, “El arca rusa” hubiera sido la película más destacable del último lustro, no un hermoso pseudo-documental, y ahí arriba lucirían diez estrellas.

En resumen, si es un entusiasta del cine convencional o del de palomitas, huya ya mismo. Si le entusiasman el arte clásico y barroco, o la historia de Rusia, o el cine experimental, o simplemente la demencia, (a mí las dos primeras cosas sí, las otras rara vez), entonces adelante, cruce el umbral del museo y disfrute del tesoro estético que supone este fascinante viaje.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Hartmann
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6
21 de mayo de 2009
196 de 286 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ayn Rand, autora del guión de esta película (y de la novela que dio origen a ambos), está considerada como una de las referencias del pensamiento liberal del siglo XX, sobre todo en su país de acogida, EEUU. En principio el carácter marcadamente ideológico de su obra no debería presentar mayor inconveniente de no ser porque en este caso la exposición de sus ideas consigue carcomer toda la estructura narrativa. Que una película implique una carga ideológica no la convierte automáticamente en programa político, pero este título carece de la entidad y la sutileza imprescindibles para remontar su carácter doctrinario: en efecto, cada monólogo es un discurso, cada frase una arenga, cada diálogo un manifiesto. Y lo que es peor, el mensaje se repite de manera constante y sin variaciones que justifiquen tanta reiteración. Lo que le endosaron a Vidor, más que un guión, fue un panfleto.

Con semejantes cimientos resultaba difícil erigir una obra destacable, más cuando Rand marcó en corto el trabajo del director. Pero lo cierto es que a los defectos (individuales) de la guionista se sobrepusieron los aciertos (colectivos) de un equipo de incuestionable talento que fue capaz de capear el temporal demostrando su valía incluso sobre las carencias argumentales. Entre los intérpretes, Cooper sabe convertir a su estereotipo en un ser de carne y hueso; la prueba es que casi logra convencernos de que su testarudez es integridad, su arrogancia altura de miras y su egoísmo cuestión de principios. Patricia Neal arranca con un registro dubitativo y sobreactuado, pero cobra aplomo a medida que avanza el metraje hasta lograr aguantar el tipo ante sus contrapartidas masculinas. Pero si hay un rey de la función ése es Raymond Massey, soberbio como el cínico mecenas del arquitecto, único papel de cierta enjundia y que se ve ayudado por la mordacidad de sus diálogos para desmarcarse del esquematismo. La dirección de Vidor peca en ocasiones de ese exceso de énfasis a que era tan dado, pero en conjunto resulta brillante: memorable el encuentro en la cantera, en el que la tensión entre la pareja protagonista se plasma en un magistral juego de planos y encuadres en el que Cooper da la réplica a la pose de superioridad de Neal (subrayada por el contrapicado) a golpe de aplomo; y destacable también la despedida final en el despacho del director del periódico con ese plano general que subraya la soledad del que se sabe derrotado. Pero tales logros en lo formal hubieran resultado imposibles sin el concurso de la magistral fotografía de Burks, que convierte cada fotograma en un estudio de luces y contrastes sólidamente apoyado en la eficaz partitura de Steiner.

Paradójicamente, el éxito de esta compenetración del equipo responsable de la cinta constituye en sí mismo la refutación de las tesis ideológicas que nos plantea su guionista, y es lo que justifica el visionado de una obra que sobre mejores cimientos podría haber ganado mayor altura y llegar a clásica.
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Hartmann
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2
12 de septiembre de 2007
170 de 253 usuarios han encontrado esta crítica útil
No resulta fácil juzgar una obra tan sobrevalorada como la firmada por el director polaco Kieslowsi en su etapa francesa (ésta película se rodó aun en régimen de coproducción, pero ya se percibe la ruptura formal con su etapa polaca). Ante el coro de alabanzas que se vierten sobre él, el choque con su vacua realidad tienta a quien esto suscribe a irse al extremo opuesto y descuartizar sus cintas, pero, francamente, es que esta "Doble vida..." no merece nada mejor al ser la más floja.
Enmascarar la anemia de contenidos tras una fotografía preciosista pero que acaba por saturar, o tras una partitura deliberadamente "culta", solo agrava el calibre del naufragio al añadirle pretensiones. Sobre todo cuando la mencionada fotografía deriva en ocasiones hacia terrenos peligrosamente próximos al video clip: pienso por ejemplo en una de las escenas de sexo de la película (creo recordar que era en ésta, sus cuatro últimas obras se me parecen demasiado), filmada con una lente de distorsión y que resulta calcada de otra ya aparecida en "El Muro" de Alan Parker. Sólo que Parker rodó lo que rodó, el video clip del disco de Pink Floyd, y no pretendía darnos gato por liebre.
En cuanto a sus dotes ¿narrativas? el problema de Kieslowski no es su lentitud, cada historia requiere su ritmo y éste no tiene por qué ser siempre rápido, pero es que ahí está el quid: el ritmo es inadecuado y cansino porque apenas hay historia que contar, y a ese vacío los entusiastas se empeñan en considerarlo densidad.
¿Densidad? Unos "personajes" acartonados, totalmente faltos de carácter, incapacitados para mantener otra relación que no sea de naturaleza sexual, unos diálogos insulsos, una historia que se pretende enigmática a base simplemente de no explicar bien las cosas, y un mensaje inexistente que intenta sustentarse en su propio envoltorio sin plantear jamás, no ya respuestas, sino ni tan siquiera preguntas...
Iréne Jacob puede ser fascinante por su físico, pero en tanto que actriz se pasea y exhibe por esta película sin hacer otra cosa más que poner cara de cordera degollada, sollozar de vez en cuando y aparearse accidentalmente casi como por despiste (para regodeo, suponemos, del director y de los incondicionales de la chica). No se la puede culpar de hacer un papel mediocre: lo que le cayó en suerte, más que papel, fue una papeleta.
Si Kieslowski quiso entender al ser humano como títere en manos del destino olvidó que es, en cualquier caso, un títere fascinante y extremadamente complejo. Demasiado complejo para él.
Cualquiera que haya tenido el placer de leer "El doble" (Dostoievsky), habrá podido comprobar lo que un auténtico genio puede hacer con una historia basada en la existencia de un enigmático alter ego, y eso hace aún más grave este "quiero y no puedo" de un director que tuvo un nivel muy superior en su "No amarás", rodada en su Polonia natal cuando aún sabía hacer buen cine sin recurrir a envoltorios de lujo.
¿Profunda? Sí, casi casi toca fondo...
Hartmann
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8
21 de junio de 2009
63 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un sutil plano secuencia nos muestra a un vaquero descansando junto a un pequeño fuego de campamento en medio el desierto. Un lejano rumor rompe el silencio del paisaje. Cuando el hombre alza la cabeza, ve sobre él las estelas de tres reactores que surcan los cielos con rumbo desconocido. En apenas unos segundos y dos planos Miller ya ha definido el tema de este título con una excelente lección de síntesis. “Los valientes andan solos” es, por su naturaleza y su enfoque narrativo, un western crepuscular, un cortante análisis del cambio producido en el tránsito del mundo pionero y fronterizo a la nueva sociedad industrial, y de cómo ese cambio ha dejado en la cuneta a un nutrido grupo de inadaptados a los que la Historia ha cogido con el ritmo cambiado.

Jack, el protagonista y parte de ese grupo, está abocado al trágico destino del que se sabe perteneciente a un modo de vida en extinción, cada vez más ahogado por el cerco asfaltado de fronteras, muros, leyes y burocracia que la sociedad moderna impone de manera inexorable. En muchos aspectos, este testarudo hombre de la frontera que afronta su particular duelo con la ley preludia de manera brillante a esos personajes inadaptados y excluidos que años más tarde vertebrarían con su violento periplo la mayoría de los títulos de Peckinpah (sin olvidar al John Rambo de “Acorralado”). Para él no existen clases ni etiquetas, tan sólo personas que se definen por sus obras, una mentalidad que choca frontalmente con una sociedad cuadriculada obsesionada por la catalogación y las normas. Lógico que este vaquero anacrónico se sienta extraño entre sus congéneres y sólo encuentre la liberación cabalgando por paisajes aún salvajes a lomos de su yegua Whisky, tan temperamental y tozuda como la naturaleza que les rodea y de la que el animal es una excelente metáfora (incluyendo ese miedo cerval a las carreteras).

En lo formal, Miller firma un trabajo más que solvente, rodado en un áspero blanco y negro que contribuye a resaltar lo agreste del escenario en que se desenvuelve la trama. Obra notable en su discurso y estructura, con dignas escenas de acción alejadas del exceso pirotécnico, gana lustre también gracias a un acertado reparto encabezado por un enérgico Kirk Douglas y un resignado Matthau, luchador uno, condescendiente el otro, unidos por su escepticismo ante el sistema pero separados (y enfrentados) por la actitud con la que uno y otro lo manifiestan. Una cálida Gena Rowlands y un interesante plantel de secundarios completan el cuadro con nota alta. Trumbo lima las aristas de su guión con la humanidad que destilan sus personajes y con un gratificante sentido del humor del que son excelentes ejemplos la pelea en la comisaría y algunas frases con mordiente, como la del sheriff a su ayudante:

-¿Recuerda a la chica de L. Hill que encontramos boca abajo con un cuchillo en la espalda y el forense certificó suicidio?

Película más que apreciable pese a no ser de las más conocidas de Douglas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Hartmann
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