He leído dos críticas sobre este corto de animación con las que no puedo estar más en desacuerdo. Me sorprende que en ambos casos se lo interprete como un relato de autodestrucción, cuando es para mí evidente que se trata de todo lo contrario, el hallazgo de sentido en la búsqueda de inmortalidad, pues nada termina en esta historia cuyo final es el principio. El hombre viene a un mundo desértico con una botella vacía, es decir, viene con sed. Inmediatamente reconoce la humedad como aquello hacia lo cual se dirige su naturaleza. Asumirá los riesgos necesarios en una búsqueda irrenunciable en la medida en que quiera seguir siendo él mismo. Ahora recuerdo una expresión del poeta del silencio, Valente, que decía “nunca he existido completamente”. Existir verdaderamente es participar en esa ardua tarea que es uno mismo y que nunca terminamos del todo. Es tener el valor de buscar el agua que al mismo tiempo nos da la vida y la sed.

Seguimos a esta niña en un viaje intrigante donde parece haber un secreto aguardando en cada esquina. Es ese desconcierto el que tira de nosotros a lo largo del camino, rebosante de imaginación y lucidez. Ciertamente, descubrimos peligros acechando. El conformismo y el ansia por ser engranaje de la máquina que funciona, un materialismo voraz, y la falta de autoestima, que nos conduce a la identificación con meros objetos. Todo esto nos consume, somos devorados cuando aceptamos el oro, pero aceptamos el oro porque ya estábamos perdidos. Habíamos renunciado a nosotros mismos entregándonos a una existencia esclava. Todo estaba en el contrato. Cuando creemos escapar de nuestra propia miseria con la adquisición de más cosas, no logramos sino alimentar nuestro interior con mayor lastre. Nuestra fealdad se hace entonces tan evidente. La angustia del vacío no puede en realidad sofocarse con la acumulación. Insaciables, confundidos, con cada estúpida necesidad forjamos un nuevo eslabón de esa cadena de hierro que arrastramos con parsimonia. Tuvo que ser la inocencia y la memoria lo que nos liberó de esa carga, pues únicamente era visible como una espina en el costado. La nobleza y el amor de esta niña trasforma el mundo en la que lo han introducido sus padres, gracias a que persigue la luz que emana de su propio nombre.

Una historia triste sobre un tema espeluznante. Su realismo resulta sobrecogedor y los personajes convencen. Por momentos logra transmitir una tensión insufrible. Está bien dirigida y la música acompaña perfectamente al tono melancólico del conjunto. La película muestra la esclavitud de una obsesión, la fuerza destructiva de una certidumbre solitaria. Con esta demostración apunta directamente a nuestra fragilidad psicológica. Una película interesante, pero esa fría y soleada tarde de febrero necesité un quehacer luminoso.

¿Es un pájaro? ¿Es un avión? No, es..., el asesino de Dios. El hombre libre de la moral de los débiles, señor de su propio destino. Desprecia las reglas ancladas en fantasías que constriñen su voluntad creadora. Argamasa de la comunidad, de una plebe supersticiosa que no puede dejar de esperar con esperanza, pero insatisfactorias para el aristócrata del espíritu, para el hombre cultivado, dueño de sí mismo, que afirma la vida. Con él empieza y con él acabará todo. Pero este superhombre que conquista para sí los cielos, libre de la compasión y demás cadenas impuestas en el sermón de la montaña, se dará de bruces con la tierra. Despojándose del espíritu para ser libre, lo entregó todo a la pasión, a la vida, y su cuerpo fue conquistado por la naturaleza, absorbido por ella. El vacío resultante se acrecienta en el animal siempre insatisfecho, hasta la desintegración o, más bien, la absoluta integración, la pérdida de la identidad. El hombre puede renunciar a Dios, o al menos dejarlo al margen, pero no puede renunciar al espíritu sin perder su humanidad. Su libertad estriba precisamente en su limitación. La libertad no es salir corriendo campo a través, sino permanecer fiel al propio camino. Es la cultura quien nutre al hombre dotándolo de independencia, singularidad, de verdad y honor, de guía hasta el final. Es la cultura quien bautiza y a la vez entrega el báculo y la senda. Y es en este sentido en que la verdad libera.

Pseudociencia ficción de pacotilla es la categoría en la que no dudo en incluir el planteamiento de partida de “Prometheus”. No habría sido tan absurda la exposición de un origen extraterrestre de la vida, pero dar muestra de semejante antropocentrismo, paradójicamente realizado para terminar desvelando una actitud explícitamente nihilista, supuso un desprecio dramático del hecho evolutivo o la ignorancia de la naturaleza contingente del proceso que lo explica. Esto es particularmente decepcionante en el autor de “Gladiator”, en la cual, por ejemplo, se hizo una reproducción básicamente acertada del equipamiento del soldado de la época, quiero decir, hubo aspiración de rigor. Añadiré que el guión me pareció extraordinariamente pobre, rico en incoherencias y aderezado con tópicos ridículos como el del biólogo bobo... Visualmente impactante desde los títulos de crédito y dirigida con el nervio acostumbrado, se acentuaron asimetrías tristemente comunes en lo que parece se está convirtiendo en la tendencia del futuro: tan vacíos como lustrosos y caros, los paquetes de regalo; cerillas mojadas en el tallo envenenado, ¡menudo palo!