Tibetana (1970)

Rockefeller y el Dalai Lama son almas gemelas. Vaya chamba. Piedras.
Como si Peckinpah, Sergio Leone, La reina de África, El hombre que pudo reinar y todas las historias de tipos duros y mujeres bravas calladamente enamorados después de haber estado muy enfrentados se hubieran ido al Himalaya a encontrarse consigo mismos, a buscarse en silencio, con arrobo y mucho comedimiento, a meditar incluso, a conocer Oriente como se debe, más o menos, siempre al Este.
El hombre y la mujer. Adán y Eva. Viril, rudo, borracho, fuerte, de gran corazón. Delicada, valiente, quisquillosa, orgullosa, latosa, quejosa, frágil y guapa. La bella y la bestia. De pelo en pecho y gafas en ristre, la fuerza y la maña, el hombre de acción y la mujer de más estudio y algún pensamiento.
Y muchas aventuras en el parto de los montes. Y los chinos como malotes. Y burros, barrancos y algunas nieves, y mal de ojo y amigos que tanto te quieren.
Es una hermosura hecha con dos duros, es mala a rabiar y primorosamente buena.
Al que no le guste o la desprecie le declaro la guerra y le considero muy mala persona, de hecho, le reto, con espada o pistola, duelo a primera sangre, a mucha muerte, le mando los testigos mañana mismo para que se entere.
Ella es deliciosa, rubia auténtica y verdadera, él, estupendo, macho entero. Clint Eastwood y Shirley MacLaine. Caravana de mujeres. Horizontes de grandeza.
Serie z. Como un espagueti western; no, mejor, comida china barata y rica, llena de sana vida.