La mission (2009)

La Mission (un barrio en la ciudad de Los Angeles), es una película que al verla da sensaciones encontradas. Hasta dónde en este siglo XXI estamos aún preparados para enfrentar ciertos hechos en la propia casa? Cómo afrontar el ser gay ante la familia sin causar dolor? La vida de Che Rivera, el personaje interpretado con solvencia por Benjamin Bratt, ex presidario, viudo y también alcohólico recuperado, lleva una vida sin muchos sobresaltos, trabajando duro como chofer de ómnibus, respetado por sus vecinos y familiares, en su mayoría de origen mexicano, donde la masculinidad es un símbolo de fuerza. Pero todo se desmorona al descubrir que su único hijo Jes, es homosexual. El rechazo, la violencia, la intolerancia, la ignorancia para enfrentar esta situación los llevará a ambos por un camino difícil de llegar a un buen final. En este contexto se ven las relaciones con el hermano de Che, una vecina de color que marcará un antes y un después en su forma de pensar y otros personajes secundarios que dan vida al film. La situación de Jes es mejor llevada por los familiares y amigos que por el propio padre. Pero también se verá el contexto del entorno, homofóbico, discriminativo y burlón hacia la condición sexual de los demás. El director Peter Bratt maneja bien el nudo del conflicto, es muy interesante, ya que tengo entendido que es su primer largometraje, evidentemente la solvencia de Benjamin Bratt, productor del film y hermano del director, contribuye notablemente al resultado general. La actriz Erika Alexander y el actor Jeremy Ray Valdez como Jes, no desentonan con sus interpretaciones. Es una película para ver y reflexionar de cuán importante es saber sobrellevar este tipo de situaciones cuando se da en la propia casa de uno, y sobre todo amar por uno mismo y no por lo que supuestamente debería ser…

El tema se plantea en el lugar adecuado y con la gente idónea para hacer estallar el drama, pues en un ambiente tremendamente machista por tradición, que alguien de la nueva generación plantee su homosexualidad es necesariamente desencadenante de desorden de sentimientos. Y parece mentira como películas que pasarán sin pena ni gloria a la historia del cine consiguen momentos de una carga dramática que otras, con muchos oscars y muchos premios, no tienen. El guión está lleno de sensibilidad y el director sabe llevarlo lejos de la sensiblería lacrimógena colocando la cámara de manera que los actores queden encuadrados de forma natura y haciendo durar los planos el tiempo justo para que entendamos el drama pero no nos regodeemos en él. Aquí hay un momento de un enorme dramatismo cuando padre e hijo hablan durante la comida porque las lágrimas del hijo y esa mirada de fiera indefensa son máximas en interpretación. La interpretación del hijo está bien, pero la del padre se sale de lo normal y seguramente debido a que la película se ha movido fuera de los circuitos de la Academia no se le ha concedido ni siquiera una nominación al mejor actor.