Dakota Lil (1950)

Muy flojito western basado, una vez más, en el típico agente federal que se infiltra en una banda de 'malosos'. La película carece de ritmo, de un guión coherente y de unos actores eficientes. Lo que nos cuentan y cómo se nos cuenta es difícil de creer, como difícil es creer en el supuesto poder seductivo de Dakota. Me temo que, hasta los incondicionales del western, se aburrirán.

Sin más, un 5 por el siniestro nombre de la banda de forajidos: La banda del Agujero en la Pared. Tan inquietante resulta que me he fijado todo el rato en las paredes del salón y demás habitaciones si en verdad había agujeros, y creo que alguno había. Se unen también a otra banda de malhechores: la banda de la Montaña Azul, y como se puede apreciar, las forman gente de mente imaginativa y fácil vocabulario.
La película es de un color decadente y difícil de apreciar por el tono antiquísimo de sus imágenes. Borrosa se la ve a Marie Windsor, mujer fatal muy presente en el cine negro; aquí canta pero canciones no muy apropiadas para el sucio y bastardo ambiente de un salón, pero bueno, los pistoleros aguantan cualquier cosa con faldas.
Rod Cameron y George Montgomery pegan más por ser más asiduos en esto de los Westerns y Rod Cameron, dese luego, es un valor seguro.
La película es un continuo toma y daca de situaciones de lo más extrañas y variopintas. Aparte de los nombres de las bandas, aparecen de nuevo Butch Cassidy, aquí un ceporro con pinta de burro, y como en otras, se le suma a la trama sin su colega, Sundance Kid. Otro nombre más corriente de lo que uno se cree es el de Tom Horn, que aparte de "su" película: Tom Horn (1980), también se le nombrará posteriormente a éste, en el film Fort Utah (1967). Tom Horn fue un bandido que quiso cambiar de vida pero acabó mal. Por tanto, el film tira de personajes históricos aunque aquí la película va a su aire.
La base de la trama también es algo inusual: Tras el robo de 100.000 dólares en billetes, queda estampar en ellos la firma, y sin la firma no tienen valor ninguno. De ahí que se necesite tinta, una placa y a un artista que imite perfectamente la firma. En este caso, una artista. Queda por tanto ese dato que desconocía, o que al menos, ha quedado inédito en las tramas cinematográficas: Robar billetes a falta de estampar la firma.
Más vale guion muerto, que guion sencillo. Aquí no faltan muertos, incluso, los llevan arrastras. Una película extraña de elementos y de asuntos y, además, de nombres extraños.