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Sé fiel a ti mismo (1942)

Sé fiel a ti mismo
110 min.
6,3
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Trailer (INGLÉS)
Sinopsis
Historia de un joven que se muestra desilusionado de la guerra, pero el amor que siente por una mujer, le hará recobrar su coraje y patriotismo. (FILMAFFINITY)
Género
Romance Drama Drama romántico II Guerra Mundial
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
This Above All
Duración
110 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
Premios
1942: Oscar: Mejor dirección artística B&W. 4 nominaciones
10
Los soldados nunca mueren.
Calificarla como película de propaganda aliada de la Segunda Guerra Mundial, puede ser engañoso, pues siendo de propaganda, que lo es, está hecha con suma inteligencia y, por momentos, parece una película de suspense, a más de melodrama romántico, siendo en realidad una película de tesis con todos esos ingredientes.
La originalidad del planteamiento es total, pues el personaje de Clive, que es el bueno, el guapo, vamos, el protagonista (en este caso encarnado por Tyrone Power) es un desertor del ejército; aunque, lógicamente, no es un desertor vulgar. Es un héroe británico de Dunquerque, propuesto nada menos que para la Cruz Victoria, que asqueado de la brutalidad vivida, se aleja del frente, íntimamente trastornado. No huye de las incomodidades, del hambre, del dolor o del peligro, que afrontaría una vez más si encontrase alguna justificación moral, ética o política a tanto horror. Esa justificación se la va a dar el presonaje de Prudence (Joan Fontaine), contrapunto del de Clive. Toda la película gira en torno a ello, justificando con argumentos hermosos (ni tópicos, ni vulgares tan frecuentes en las películas de propaganda de la época) por qué es necesario luchar: no para conseguir un mundo mejor, sino para evitar que sea peor y que el suyo, su mundo, con todo el peso de su Historia, desaparezca. Por tanto, no se trata de ser mejores o peores, sino de sobrevivir y salvaguardar lo bueno que les legó su pasado. Y para ello se ha de ganar.
De nuevo Power metido en un personaje complejo, intimista y atormentado, de profundos y nobles sentimientos, y con fuerte conciencia de clase. Esto último me chirría bastante, y me explico: Power, aunque intenta pasar por proletario, a mí no me da en absoluto la imagen. Puede hacer de muchas cosas; pero de proletario, no lo veo. Su educada voz de barítono, sus maneras, ademanes y actitudes que salían de su propia personalidad, y esa cara de niño bien que Dios le dió, explican que una elegantísima, refinada y adinerada Joan Fontaine, cayera cautivada en sus brazos. No he leído la novela que da pie a la película; pero si ha de ser así el personaje del soldado, deberían haber buscado a otro actor de perfil más tosco. Con todo, como Power es un gran intérprete, medio se lo cree una y se cae en su hechizo como la Fontaine.
Secundarios grandiosos (con Thomas Mitchell y Nigel Bruce a la cabeza), una banda sonora bellísima a cargo de Lionel Newman, con canciones para levantar los corazones como "The soldiers never die", y una preciosa fotografía en blanco y negro, completan una película multigénero donde, a la postre, lo que queda es una inolvidable historia de amor, con algunas de las escenas más románticas que yo haya visto: como muestra, la antológica petición de matrimonio de Clive a Prudence por teléfono y su cita balo el reloj de la estación (a la altura de la mítica cita de "Tú y yo" en el Empire State). Hermosa película que da gloria ver.
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25 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
ENTRE LA DUDA Y LA ACCIÓN
Prudence, a pesar de la oposición de su aristocrática familia, decide alistarse en el Cuerpo Femenino de la Fuerza Aérea Británica durante la Segunda Guerra Mundial. Conocerá entonces a Clive y ambos se enamoran perdidamente. Pronto Prudence descubrirá que Clive no quiere saber nada de la guerra por algo que sucedió unos meses antes.
Se trata de una buena película dirigida por Anatole Litvak llena de intensidad, romanticismo y poesía casi en su totalidad. O sea, de una hermosura estética y espiritual sorprendente y admirable. Con una puesta en escena impecable, Tyrone Power y Joan Fontaine se desenvuelven a las mil maravillas, en especial el primero, cuyas miradas recorren magistralmente todos los estadios de la emotividad. Es la simbiosis perfecta entre hombre y paisaje, entre hombre y duda, entre hombre y reflexión. La eterna lucha de uno para intentar ser fiel a sí mismo. Para mí, la pena es la parte final de la película. De pronto, la poesía cede ante el folletín prosaico y populista, el romanticismo se inclina a la horterada y, hasta la estética (hasta entonces elegante y exquisita), reduce al pobre Tyrone a un ridículo vendaje entre paciente con dolor de muelas y momia venida a menos.
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9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
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