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120 latidos por minuto (2017)

120 latidos por minuto
143 min.
6,8
4.213
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Sinopsis
París, principios de los años 90. Un grupo de jóvenes activistas intenta generar conciencia sobre el SIDA. Un nuevo miembro del grupo, Nathan, se quedará sorprendido ante la radicalidad y energía de Sean, que gasta su último aliento en la lucha. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Enfermedad SIDA Años 90 Homosexualidad
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Francia Francia
Título original:
120 battements par minute
Duración
143 min.
Guion
Fotografía
Compañías
Links
Premios
2017: Festival de Cannes: Gran Premio del Jurado, Premio FIPRESCI
2017: Premios del Cine Europeo: Mejor montaje. 3 nominaciones
2017: Círculo de Críticos de Nueva York: Mejor película extranjera
2017: Asociación de Críticos de Los Angeles: Mejor película extranjera
2017: Asociación de Críticos de Chicago: Nominada a mejor película extranjera
7
Más que VIH
Buena película, tal vez no redonda, pero sí con sólidas interpretaciones (excepto acaso Arnaud Valois, que parece estar ahí sólo por guapo), con un estilo seco y directo, aunque no brutal. Me sorprende que la mayoría de críticas coincidan en quedarse en lo conmovedor de la necesaria lucha y en la bonita y triste historia de jóvenes guapos que se enamoran y se quieren mucho. Pero 120 pulsaciones va mucho más lejos: película llena de dobleces, de matices, algunos de los cuales sólo se descubren avanzado el metraje y que hacen de ella una historia profundamente desesperanzadora
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58 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Crónica de una muerte anunciada
Cuando eres obscenamente joven, cuando en la lotería de la vida te ha tocado en suerte jugar con cartas marcadas (homofobia, rechazo, incomprensión, odio, indiferencia o un virus letal que a todos inquietaba pero a nadie le quitaba el sueño), cuando sabes que te quedan pocas semanas o meses de existencia pese a que la naturaleza no te ha desvelado aún ninguno de sus tesoros o frutos más preciados, tienes la sensación de que el vigor se te escapa sin razón ni motivo como en un reloj de arena que está a punto de completar su afanoso recorrido imparable. Y te sientes impotente, rabioso, desquiciado, iracundo y lleno de cólera hacia todos aquellos que juegan a ser grandes estadistas o científicos pero desconocen la urgencia aniquiladora de lo inexorable.

Con estos funestos mimbres ha urdido Robin Campillo una frenética cinta llena de pasión, de ardor, de despecho y de homenaje a los años más mortíferos de la plaga del sida, cuando ser diagnosticado con la temida enfermedad era verse anegado por una inmerecida sentencia de muerte y te convertía de golpe en una bomba de relojería a punto de explosionar y perderse en el anonimato abrasador de la marea del tiempo. Abordar la fugacidad de la vida cuando eres un pimpollo que apenas ha empezado a disfrutar de las mieles de la juventud resulta tan duro como aterrador cuando tienes los días contados y las noches son un calvario que quisieras borrar de tu presente. Pero hace falta dar voz y honrar a los miles de anónimos despechados que hicieron tantísimo por dar visibilidad a lo invisible, por cambiar las agendas de los políticos y de las multinacionales farmacéuticas, por reunir fondos donde no había más que eriales de mutismo, por cuestionar que el matadero servil era la próxima parada y enarbolar la bandera de la lucha por la inclusión, la tolerancia, la solidaridad, la camaradería y la compasión.

La memoria es frágil y tornadiza. Aún recuerdo haber leído en el periódico (allá por los primeros años ochenta del siglo pasado) las primeras noticias sobre las inexplicables muertes por el ‘cáncer rosa o gay’ en San Francisco o Nueva York, el loco terror de unos padres que temían que sus hijos pudieran ser contagiados por la inefable plaga bíblica por los salivazos o arañazos de otros niños portadores durante los recreos, las exigencias atemorizadas por crear campos de reclusión – y exterminio – para los infectados, para preservar la pureza de la sangre inmaculada e inocente, los reproches morales por unos ‘estilos de vida’ que te condenaban al ostracismo y la aniquilación. Todos somos responsables de crear un mundo más habitable y acogedor, más amoroso y tierno, desterrando los prejuicios y sembrado de esperanza el futuro de nuestros semejantes.

Sin lugar a dudas le sobra metraje y, sin embargo, no se hace en ningún momento ni pesado ni redundante. ¡Ave César! Los que van a morir te saludan…
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25 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
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