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La presencia del diablo (TV) (1971)

La presencia del diablo (TV)
73 min.
5,4
33
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Trailer (INGLÉS)
Sinopsis
Años después de sufrir un traumático ataque de un desconocido que la dejó dos años en shock, Susan (Barbara Parkins), vuelve a la casa de sus padres donde todo sucedió. Allí encuentra que su cariñosa madre (Barbara Stanwyck), se ha casado por segunda vez y vive una tormentosa relación con su nuevo marido. Ella trata de revivir los sucesos de cuando era niña con el fin de recordar quién la atacó aquel día. (FILMAFFINITY)
Género
Thriller Drama Telefilm
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
A Taste of Evil
Duración
73 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
6
Del tipo de películas de terror que podrías ver con la abuela tomándose unas pastas
El británico John Llewellyn Moxey fue uno de esos directores artesanos a los que, si se les daba un buen material, sabían llevarlo a cabo con eficacia. Con el grueso de su carrera dedicada a trabajos para televisión, incluyendo episodios de series televisivas, si algunos le recordamos no es por esta parte impersonal de su carrera similar a la de tantos artesanos que cumplen con oficio, sino por sus filmes de terror, que es en lo que realmente destacaba. Un potencial que, a mi juicio, siempre se quedaba a medias, incluyendo su película más recordada y primer filme de terror, The city of the dead (1960), aunque no por ello dejando de ser un filme interesante. Con esta A Taste of Evil (1971), titulada en España como La presencia del diablo, tenemos otro caso de filme moderadamente interesante ya que, como dije antes, si Llewellyn Moxey tenía buen material sabía explotarlo, contando en este caso con una historia de Jimmy Sangster, guionista mítico de la Hammer y del que, por semejanza con este filme, hay que señalar sus guiones para las películas de terror psicológico para la casa del terror.

Llewellyn Moxey hizo su último trabajo para pantalla grande con Circus of Fear (1966), otra de sus películas más recordadas junto a The city of the dead (1960), ciñéndose desde entonces a los trabajos televisivos, lo que incluye esta A Taste of Evil (1971). Por fortuna, eso sí, en los 70 coincidió con la etapa dorada de los telefilmes, antes de que el VHS cambiase el mercado y tomasen su relevo los directo a video. Así pues, lógicamente esta película tiene importantes limitaciones por ser un telefilme, pero está hecha de manera inteligente en que uno no acuse la falta de medios, ya que la historia transcurre con pocos personajes mayormente en un único lugar, que es, eso sí, una lujosa mansión. Por ser un trabajo televisivo tampoco podemos esperar algo muy oscuro, por eso está película tiene, hasta cierto punto, un aire de "terror amable" que hace que uno pueda verla mientras merienda pastitas con la abuela, por referenciar una estampa muy británica, y es que aunque ésta fue una de las primeras películas estadounidenses de Llewellyn Moxey, no deja de ser muy "british", con una familia burguesa americana pero con porte casi de aristocracia británica.

Hablando de la tercera edad, hay que señalar la presencia de una sexagenaria Barbara Stanwyck, a la que podemos considerar el lujo de la película, y es que ya sabemos que las grandes estrellas con los años terminan haciendo filmes más modestos, algo que aprovecha esta película, que es plenamente consciente del lujo de contar con una vieja gloria de este calibre, por lo que su personaje está bien elaborado y su presencia es la base de la película, junto a la relación con su hija en el filme, que es mediante lo que se desarrolla la historia. El hecho de que esté bien contada hace que funcione pese a que quien haya visto cierta película francesa se huela ya de qué va la cosa, y es que éste es su problema, esa sensación de no aportar mucho a ese modelo, pero a pesar de ello consigue mantener el interés en todo momento. Así pues, tiene el aire de modestia habitual de los telefilmes, pero tampoco puede negarse que cumple con sus pretensiones y uno piensa en el potencial que podía haber tenido Llewellyn Moxey si su cine hubiera tenido (o podido tener) más aspiraciones, y es que esta película no deja de ser una pieza de terror psicológico recomendable para los amantes del estilo.
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2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
BÁRBARA VERSUS BÁRBARA
Con un par de lustros en los que las grandes majors iban boqueando; el antiguo “Star System”, el poder de los míticos estudios hollywoodienses y de los grandes productores como Samuel Bronston o Carlo Ponti enfilados en la bajada final de la montaña rusa de sus carreras, el formato del telefilm estaba en sus mejores momentos, antes de que apareciera el vídeo como nuevo soporte de venta y comercialización de películas que jamás aspiraron a la gran pantalla.

La “caja tonta” estaba, en el tiempo de realización de “A Taste of Evil” (1971), en su apogeo de competencia con unas salas de cine que hasta hacía bien poco, habían acaparado la concurrencia de espectadores del celuloide. Las cadenas de televisión, incorporando series, películas, documentales… en sus programaciones, pasaron de ser un retransmisor de noticias al entretenimiento de masas por excelencia. Parece mentira que, hasta llegar a nuestros días, cinco décadas después, haya sobrevivido al vídeo, el “deuvedé”, los videojuegos, el “interné”, las redes sociales… e incluso a estas plataformas y canales digitales como Netflix, HBO, PrimeVideo, Youtube, que con sus ofertas de inscripción a sus contenidos (parte de ellos en exclusiva), parecían destinadas a reducir a uno de nuestros electrodomésticos preferidos, a una antigualla más, o un simple recuerdo.

Por ello no erraron todos los directores, actores, actrices, guionistas, montadores, compositores… y otras clases de cortesanos del audiovisual que volvieron su mirada al nuevo medio en pleno auge, como lugar para, si no seguir prosperando, por lo menos mantenerse a flote, cosa que no les habría permitido la gran pantalla. Y en esta tesitura tenemos al director británico John Llewellyn Moxey, antiguo colaborador de la Hammer en varias de sus cintas de terror (aunque no las más míticas, acaparadas por el legendario Terence Fisher y los demás principales de la compañía, como Val Guest).

Moxey, que ya tenía experiencia en el trabajo con series como “Mannix” (1967), “El Santo” (1962) o “Los Vengadores” (1961), la mayoría de ellas de factura británica, en su salto al charco decidió apostar por el mundo de la pequeña pantalla sin titubear. Allí estaba el futuro que le pudiese quedar como realizador.

Como otros tantos artistas que ya llevaban trasladándose a los Estados Unidos, Moxey, que contaba en su tándem con el guionista Jimmy Sangster, otro criado en la Hammer, logró impregnar ese deje colorido y gótico, propio del terror británico de los 50 y los 60, en sus trabajos en los USA. En “A Taste of Evil”, tenemos un claro ejemplo, con el plus del encuadre en una mansión de ricachones californiana, precisamente un territorio norteamericano con aires parecidos a los europeos: ambiente señorial, gente de “pasta”, clima templado… que nos recuerda una mezcla híbrida de escenario victoriano inglés con toques mediterráneos.

En poco más de una hora, Moxey consigue condensar los elementos narrativos necesarios para hacernos destilar adrenalina. Teniendo en cuenta la época en la que se rodó, apuesta por introducir en un imaginario aún no demasiado habituado a ello de forma tan explícita, el tema de la violencia y el abuso sexual a una menor de edad, una niña; y no precisamente por parte de un individuo criminal, execrable, desconocido y externo al entorno afectivo más próximo a la pequeña, sino del propio círculo de socialización primaria: el trauma originado en el seno donde se supone que los muñacos(as) se deberían sentir más seguros y protegidos, en su ideal burbuja que rezuma inocencia. Notable, el atrevimiento que apuntó tieso a la línea de flotación de los valores del “stablishment” de la burguesía norteamericana.

Con una especie de “érase una vez…”, la historia arranca contada en primera persona por aquella chiquilla que, en su fiesta de cumpleaños, a plena luz del día, en medio de una fiesta de celebración, mientras los adultos están en “sus cosas”, y ella jugando sola en su casita de muñecas, es despojada de esa inocencia por un ser que, en un magnífico plano a contraluz, que se merece tantos enteros de fotografía como cualquiera a la que hubiesen nominado antes, hace su entrada en escena realmente como una auténtica aparición diabólica.

Una de las cosas que resulta harto asombrosa, a la par que irritante, son las traducciones de los títulos originales de películas, sobre todo las de ya hace algunas décadas, al castellano: intencionadamente o no, auténticas chapuzas. Que en su mayoría no tienen sentido; ni comercial, ni artísticamente. Por eso que lo de “La Presencia del Diablo”, por mucho que con ello quisieran darle el morbo del terror en español, “A Taste of Evil” es algo que, ni quedaría bien una traducción literal (“Una cata del Mal”, sería mas o menos), ni contaría con esa sugestión macabra que serva en su inglés original: la experiencia del Mal a la que es sometida una pobre criatura en su aniversario, por la violación de la que es víctima, con un magistral off de cámara en el que resuena un esperpéntico chillido mientras las muñecas vuelan por los aires; el trauma que toda la audiencia supondrá que le habrá quedado; y la reminiscencia del macabro episodio cuando años más tarde, la infante convertida en mujer adulta, vuelve a casa después de pasar todo aquél lapso de tiempo en una clínica suiza para curarse del espanto.

Así es como se inicia el acto central, sin más prolegómenos, con este magnífico “rendez-vous” en el aeropuerto entre las dos portentosas “Bárbaras”: la Stanwick, la madre; y la Parkins, la hija pródiga que regresa de la larga terapia.

Conduciendo el coche la propia Miriam, con lo cual tenemos un revelador cuadro del carácter del personaje (de un perfil muy parecido a otros que interpretó Stanwick), el guión no pierde tiempo i hace que en una cordial charla se pongan al día madre e hija. Una vez en la casa, el rancio ambiente de la morada, unido a la presencia de las sombrías figuras de los tres personajes masculinos (a cada cuál más):
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