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Hay que matar a B. (1975)

Hay que matar a B.
92 min.
6,1
586
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Sinopsis
El húngaro Pal Kovac es un camionero que vive en un país hispanoamericano, donde ha estallado una revuelta política y social. Comprando un camión a medias con un socio, consigue independizarse, pero una huelga del sector del transporte les impide llevar la carga a su destino. Cuando intentan burlar el cerco, su vehículo es incendiado, lo que provoca la muerte de su compañero. (FILMAFFINITY)
Género
Thriller Política
Dirección
Reparto
Año / País:
/ España España
Título original:
Hay que matar a B.
Duración
92 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción España-Suiza;
8
Las manos sin rostro del poder
No acierto a adivinar los motivos del injusto olvido en que malvive esta estupenda película. Tal vez sea por ser inmediatamente anterior a “Furtivos”, o por haber sido rodada en inglés y con un reparto internacional, pero lo cierto es que “Hay que matar a B.” parece no contar a la hora de hablar de las mejores películas del cine español (fijaos aquí: ni una sola crítica, apenas 80 votos y, para colmo, el argumento de su ficha no da pie con bola), cuando se trata, a mi juicio, de una de las obras más destacables de su autor y una de las más reivindicables muestras del buen cine que, en ocasiones, se ha hecho en nuestro país.
La historia empieza con unas manos sin rostro que rebuscan en un archivo hasta que dan con la ficha de Pal Kovac, un camionero húngaro, impulsivo e individualista, atrapado en un imaginario país sudamericano en que está a punto de estallar una revuelta que un político en el exilio vendrá a liderar. Arruinado y atormentado por la muerte de su joven socio, hijo de un viejo amigo y de la dueña de la pensión en que vive, a la que quiere resarcir, acepta el trabajo que le ofrece un astroso detective privado, que consiste en seducir a la amante de un conocido empresario cervecero, y cobrar así el dinero prometido al detective en caso de que se confirme su infidelidad. Kovac y la mujer acaban enamorándose y planean marcharse a Europa, pero el empresario aparece asesinado y detienen a Kovac por el crimen. Es entonces cuando sabemos qué quieren de Kovac las manos sin rostro que veíamos al principio, las mismas manos que veremos al final, cerrando el archivo, cuando tengan lo que buscaban de él.
La historia, narrada por Borau en un tono desapasionado y crudo, deudor del cine “polar” francés, maneja con sabiduría las dos líneas argumentales de la peli, aparentemente independientes, hasta que el personaje del detective, encarnado por el venerable Burgess Meredith, las anuda sin que puedan ya separarse. El conflicto civil, un simple telón de fondo al principio, va adquiriendo importancia hasta trastocar sin vuelta atrás la historia de amor de los protagonistas, que se ven literalmente engullidos por las circunstancias, en una hermosa escena en que caminan contracorriente enmedio de una multitud vestida de blanco. Es también digno de elogio el uso de elementos dramáticos en apariencia insignificantes (las chocolatinas y sus cromos, la omnipresente cerveza) que van reapareciendo a lo largo de la peli no de modo gratuito sino como piezas significativas para comprender cabalmente a los personajes.
Mención aparte merece el cuarteto protagonista. Al ya mencionado Meredith hay que sumar a la bella Stephane Audran, una de las actrices fetiche de Chabrol, a Patricia Neal, en un papel en las antípodas de su lagartona de “Desayuno con diamantes” y al sólido Darren McGavin en el mejor momento de su carrera, dando vida a ese baqueteado camionero atrapado en los sórdidos entresijos de un poder ciego y sordo ante los deseos humanos.
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31 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
5
En tierra de nadie
Se abre un archivo.

Se nos presentan, en planos paralelos, tres elementos:

A. un individuo húngaro, inmigrante en un país sudamericano cuya situación le es indiferente y que sueña con volver a su patria.

B. ese país, en plena crisis y con el pueblo echado a la calle pidiendo la vuelta de una figura salvadora.

C. un poder en la sombra, que está realizando un casting para una misión.

Para tejer el guion, Borau y Drove modelan personajes arquetípicos: el antihéroe cínico y desgradable, la "femme fatale" con peluca rubia, ese Mefistófeles al que da vida un viscoso y espléndido Burgess Meredith... Y, cómo no, en forma de política tela de araña, predomina el fatalismo al más puro estilo cine negro.

Sorprende su rodaje en Madrid, al parecer en lugares muy reconocibles, cuando la impresión que da en todo momento es de país sudamericano. Sin embargo, a pesar de este eficaz aprovechamiento de recursos, la sensación de lugar cinematográfico no se consigue.

Si bien el guion, muy sólido, daba pie a grandes posibilidades atmosféricas, una realización plana y televisiva las acaba frustrando. La película acaba siendo más boceto de grandes intenciones que verdadero dibujo.

Con todo, el contraste del calor de la ciudad con el frío del aeropuerto donde tiene lugar la resolución final está muy conseguido. Los puntos de fuga y las figuras geométricas inundan los encuadres, acorde con la matemática de los intereses privados que se impone en la película.

La misión se cumple: sin individuo, no hay país. En otras palabras: sin A. no hay B. Y por pura y fría lógica el poder de C. está a salvo.

Se cierra el archivo.

[Texto publicado en el boletín nº3/2013 del cineclub macguffin]
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17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
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