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Crónica de un niño solo (1965)

Crónica de un niño solo
79 min.
7,2
637
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Escena (SIN DIÁLOGOS)
7
Basta un solo golpe
En el 2000, el Museo Nacional de Cine Argentino realizó una encuesta entre críticos profesionales e historiadores del cine donde por amplia mayoría, “Crónica de un niño solo” fue considerada la película nacional más importante de la historia. Leonardo Favio es para Argentina lo que Víctor Erice para España: director de enorme calidad esquivo al gran público.

La ópera prima del director argentino está plagada de momentos auto-bibliográficos y es tangente, a la también, ópera prima de Truffaut “Los 400 golpes”. Las similitudes son tantas que si no estás atento puedes pensar que es una versión de la francesa. Pero tenemos a Favio para demostrarnos que, a parte de que el mundo no es lo suficientemente grande para hacernos ver que dos infancias de lugares tan distintos pueden ser iguales (ambas infancias basadas en las penurias de los directores citados), se puede contar lo mismo de diferente forma.

Leonardo Favio es un amante de la cámara. Para el director casi no existe el plano-contraplano. El movimiento es el máximo protagonista cuando la claqueta choca. La cámara casi siempre va en busca del objeto. “Crónica de un niño sólo” no tiene discurso moralista porque el espectador debe ser el único que resuelva todos los enigmas que plantea el director. En el patio del reformatorio, los niños juegan (mal que les pese) a ser niños: lanzan la pelota, tiran las canicas, etc... Las sombras, los barrotes, Polín (Diego Puente) corre castigado alrededor de un patio que se hace minúsculo y por ende asfixiante. Queda representado con sólo unos movimientos de cámara la estrechez de unas vidas. Luego en la calle, Favio abre el campo, la luz inunda todo, los animales se muestran serenos, la libertad es enorme. Y entre medias, la escapada de quince minutos en tiempo real. Los movimientos nada sutiles de cámara y los eternos travellings convierten cada minuto en un momento asfixiante.

La escena del río es un claro ejemplo de un cine alegórico que nada tiene que envidiar al cine de Tarkosky. Entre los planos naturistas (a lo Renoir) de Favio y el montaje paralelo que consigue con Polín tomando el sol y, en la orilla de enfrente, el maltrato que está sufriendo su amigo, crea una escena bellísima y llena de lecturas: la fisicidad de la libertad, la simbiosis con la naturaleza y al mismo tiempo la naturaleza violenta del humano.

Parquedad en el diálogo, de ritmo reposado y sinceridad en una propuesta áspera. Estas son las bases del cine de Favio, cine que en sus primeros pasos fotografió los temas sociales de manera muy cercana al neorrealismo liberando sus propias propuestas, de la moralidad que guardaba el movimiento italiano.
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30 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
La crónica antes del romance
Estamos ante la ópera prima de Leonardo Favio, y ante el primer título de la primera trilogía realizada por este director, actor y cantante, conformada luego por "Éste es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más..." (1966), y "El dependiente" (1969). Esta película, rodada en 1963 y estrenada en 1965, nació de una idea de Favio, que el posterior apoyo de Leopoldo Torre Nilsson -cineasta al que Favio dedica el film, y que previamente había empleado a Favio como actor- hizo posible hacer realidad.

Con dos escenarios principales consecutivos -primero, un reformatorio, y luego, una villa miseria de las afueras de Buenos Aires- es, lógicamente, y a partir de ahí y del protagonismo de un niño con una vida muy dura, Polín (Diego Puente), un film duro, áspero, cruel a veces, que se mueve -parece obligado hablar de referencias extranjeras, concretamente europeas, cuando se trata de cine argentino de arte y ensayo de los años 60- entre Robert Bresson y Andrei Tarkovski.

Y, sin embargo, es un film muy personal, que contiene, según dijo el propio Favio, alguna nota autobiográfica, y en el que la aspereza de los ambientes no impide, es curioso, una poderosa fuerza poética, una fuerza poética cuya fuente habría que buscar en primer lugar en el cine argentino, en el cine de Torre Nilsson, del cual es bastante deudora la primera trilogía de Favio. La larga secuencia en el río, el contraste entre la placidez y el horror, es un buen ejemplo al respecto de la enorme fuerza poética del film, instalada entre el naturalismo y lo trascendental.

Polín deambula, camina, observa; mira, como un testigo privilegiado que nos concede su privilegio, el mundo de los adultos, y de los niños. La cámara de Favio, en "travellings", y hasta en planos cenitales, explora, con toda libertad, este deambular, y este descubrimiento del mundo.
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8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
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