Los cien caballeros (1964)

La película surge con notable gracejo y descaro tras el que no quiere ocultarse su talante guasón ni su vocación satírica.
La historia fluye con naturalidad -también con algunos altibajos- pero su desenfadada sintaxis narrativa resulta muy agradable, la convierte en pasatiempo de gran frescura y despierta el interés en cada escena.
Combina el dramatismo intenso con un sentido del humor osado acorde con su guión urdido en clave de parodia.
Propuesta original, divertida, ingeniosa y sembrada de sutiles detalles entre los que cabe destacar el blanco y negro utilizado para filmar la luctuosa refriega final.

Un curioso híbrido entre comicidad y dramatismo, llevado por su director sin reservarse una visión crítica sobre lo que estaba narrando y ofreciendo por ello una visión imparcial de las cosas. Este film no fue entendido demasiado bien por resultar desconcertante su conjunto, e inesperadamente y a pesar de los alardes de producción que presentaba obtuvo una acogida no excesivamente favorable. Las escenas más cruentas del film están filmadas en blanco y negro y el resto está filmado en color. Cabe destacar el excelente tono visual logrado por el operador Francisco Marín con su lograda fotografía, y la simpatía interpretativa de Mark Damon ya que esa simpatía anima bastante el relato. A Damon no le faltaba además un cierto poder de sugestión y tiene en el film algunas escenas románticas con Antonella Lualdi, refinada estrella del cine italiano que cumple perfectamente. Cuenta con uno de los escasos papeles en el cine de Manuel Gallardo, una actor de actividad preferentemente televisiva y el siempre eficaz Rafael Alonso también destaca. El resultado general es muy aceptable, la cámara se mueve con cierta elegancia y "Los cien caballeros" es un entretenimiento de calidad. Existe un hábil aprovechamiento de los exteriores y se evitan las demoras narrativas.