- Sinopsis
- Serie de TV de 41 capítulos (1995-1997). Theodore Hoffman, "Teddy", un gran abogado defensor, defiende en cuestión de pocas horas a dos hombres acusados del mismo asesinato. Richard Cross, un empresario filántropo, fue inculpado porque tenía una aventura con la hermana mayor de la víctima. Pero cuando se retiran los cargos contra él, la acusación recae sobre Neil Avedon, un joven actor hollywodiense de éxito. A medida que Hoffman profundiza en el caso, empieza a sospechar que Cross oculta algo y que está manipulando a los testigos en secreto; incluso está aterrorizando a la familia de Hoffman. (FILMAFFINITY)
- Género
- Serie de TV Drama Drama judicial / Abogados/as Crimen
- Dirección
- Reparto
- Año / País:
- 1995 / Estados Unidos
- Título original:
- Murder One
- Duración
- 40 min.
- Guion
- Música
Premios
1997: Emmy: Mejor actor invitado en serie drama (Pruitt Taylor Vince)
1996: Emmy: Mejor tema musical y dirección artística. 7 nominaciones
1996: Satellite Awards: Mejor actor secundario (Stanley Tucci)
1995: Globos de oro: Nominada Mejor serie de TV - Drama y actor (Daniel Benzali)
1995: Sindicato de Directores (DGA): Nominada a Mejor director serie drama
ENGANCHA
21 de enero de 2007
De lo mejor que he visto en televisión. Son 23 capítulos con una trama que se desarrolla hasta el final y un caso paralelo en cada uno de ellos. A raíz del asesinato de una menor se celebra un juicio apasionante. Desde la preparación de los abogados, la elección del jurado, los argumentos de los letrados, las decisiones de la juez, hasta el veredicto, todo te engancha. Es un juego de gestos, miradas, frases, en el que quedas atrapado.
Daniel Benzali es el alma de la serie y su sutil duelo con Stanley Tucci provoca sentimientos contradictorios.
Encuentro a faltar series de esta categoría.
Daniel Benzali es el alma de la serie y su sutil duelo con Stanley Tucci provoca sentimientos contradictorios.
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17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hasta que el último capítulo nos separe
5 de diciembre de 2008
La recuerdo como uno de los momentos mejores de mi vida de espectador televisivo. Una vez que su argumento me atrapó –y eso debió de ser en el segundo capítulo-, esperé con auténtica ansiedad el siguiente, ansioso por saber si mis sospechas eran ciertas. Me mantuvo atento y esperanzado meses y meses, como nunca antes. Un placer de la rutina doméstica.
¿Porqué? No lo sé con exactitud, pero creo que ese fue el resultado de varios factores. El primero, el interés de la propia historia: humana, posible, en cierto modo previsible, pero con un punto de disparate moderado. El segundo: la víctima, a quien realmente no llegamos a conocer, y las terribles circunstancias de su muerte. El tercero: la personalidad del acusado. Frágil, complejo, camaleónico. El cuarto: la identidad del asesino, porque de asesinos iba la cosa. No creo que sea descubrir mucho decir que el asesino aparecía mucho en pantalla, pero nunca estuvimos seguros de que lo fuera efectivamente. Como en las mejores películas de Hitchkock, el guionista nos proponía posibilidades complementarias. La quinta: la magnífica interpretación de todos los actores, escogidos sabiamente. De entre ellos recuerdo la creación del personaje que hizo Stanley Tucci, y el descubrimiento personal de Daniel Benzali, a quien después volví a perderle la pista, y que estaba inconmensurable en el suyo: el abogado Ted Hoffman, equilibrado y astuto, metido de lleno en un juicio complejo y en una vida personal que se le iba escapando de las manos.
En el último episodio se nos reveló la verdad de los hechos. Fue como aquel día en que el teniente Gerard detuvo al manco y le estrechó la mano a Richard Kimble, encarnado por el desaparecido David Janssen, con el que tanto habíamos huido por moteles y carreteras secundarias de Estados Unidos en las noches de los sesenta. Es decir, en Murder One los hábiles guionistas y los diferentes directores tuvieron la maestría de mantenernos alertas, expectantes y ansiosos por conocer la verdad de los hechos hasta el último minuto. No creo que haya mejor prueba de su propio talento y de su enorme oficio.
¿Porqué? No lo sé con exactitud, pero creo que ese fue el resultado de varios factores. El primero, el interés de la propia historia: humana, posible, en cierto modo previsible, pero con un punto de disparate moderado. El segundo: la víctima, a quien realmente no llegamos a conocer, y las terribles circunstancias de su muerte. El tercero: la personalidad del acusado. Frágil, complejo, camaleónico. El cuarto: la identidad del asesino, porque de asesinos iba la cosa. No creo que sea descubrir mucho decir que el asesino aparecía mucho en pantalla, pero nunca estuvimos seguros de que lo fuera efectivamente. Como en las mejores películas de Hitchkock, el guionista nos proponía posibilidades complementarias. La quinta: la magnífica interpretación de todos los actores, escogidos sabiamente. De entre ellos recuerdo la creación del personaje que hizo Stanley Tucci, y el descubrimiento personal de Daniel Benzali, a quien después volví a perderle la pista, y que estaba inconmensurable en el suyo: el abogado Ted Hoffman, equilibrado y astuto, metido de lleno en un juicio complejo y en una vida personal que se le iba escapando de las manos.
En el último episodio se nos reveló la verdad de los hechos. Fue como aquel día en que el teniente Gerard detuvo al manco y le estrechó la mano a Richard Kimble, encarnado por el desaparecido David Janssen, con el que tanto habíamos huido por moteles y carreteras secundarias de Estados Unidos en las noches de los sesenta. Es decir, en Murder One los hábiles guionistas y los diferentes directores tuvieron la maestría de mantenernos alertas, expectantes y ansiosos por conocer la verdad de los hechos hasta el último minuto. No creo que haya mejor prueba de su propio talento y de su enorme oficio.
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12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
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