Third Finger, Left Hand (1940)

Deliciosa comedia dirigida por Robert Z. Leonard, y perfecta para una noche lluviosa de manta y chocolate caliente. Idónea también para evadirse de los malos rollos y los pensamientos indeseables. Z. Leonard, además de hacernos reír, nos muestra lugares de ensueño (la tienda-farmacia, la biblioteca de la mansión, las cataratas del Niágara, el tren con destino Wapakoneta) y ya solo depende de nuestra imaginación estar o no al lado de los protagonistas.
La película fluye con pasmosa naturalidad, un buen ritmo y unas cuantas secuencias brillantísimas que rompen cualquier atisbo de monotonía. Apoyado en unos magníficos diálogos, Z. Leonard borda la dirección de actores. Consigue que Melvyn Douglas esté a la altura de sus mejores comedias y, saca a la luz (creo que es el primero) el enorme potencial cómico de Myrna Loy; la escena en la que se hace pasar por una mujer de baja estofa resulta sorprendente y maravillosa. Excelsos los secundarios: Donald Meek, Felix Bressart y Raymond Walburn. No se puede actuar mejor. También Lee Bowman destaca en su divertido papel.
No hay más. Me largo a la tienda-farmacia para sentarme en la barra junto a Jeff y Margot. Me apetece tomar una leche malteada con chocolate. Eso sí, yo me la voy a beber enterita.

! Cómo puede ser que esta deliciosa película permanezca sepultada sin que nadie se digne a ponerla en circulación!. No sé bien si admirarme o cabrearme.
Una preciosa comedia romántica, de las buenas, de la mejor época sí, de aquella que fingía revestirse de candor e ingenuidad para rodearnos con sus brazos y hacernos sentar en su regazo mientras, al mismo tiempo, nos llenaba la cabeza de toda suerte de sonrisas, maliciosas, agudas, incisivas, inteligentes, relajantes y sedantes.
Juego de identidades, guerra de sexos, luchas de poder y el amor que flota en el aire. Quien diga que todo esto está ya muy visto no hace más que engañarse pues todo lo hemos visto ya desde el principio de los tiempos y tan sólo nos queda ya repetirnos con mayor o menor fortuna.
Y esta comedia es de las afortunadas.
Myrna Loy emerge con toda su poderosa fuerza. Directora de una prestigiosa revista neoyorkina, finge ser una mujer casada para que sus colegas masculinos la traten con un poco más de respeto y para no despertar las suspicacias de las esposas de sus superiores, que bien podrían costarle el puesto.
Todo va sobre ruedas y la artimaña parece funcionar bastante bien en el trabajo. Pero veamos qué ocurre cuando, en su condición de mujer casada, juguetee con un hombre cuyo orgullo varonil, recién separado de las vacas de Ohio, se vea lastimado y se jure a sí mismo venganza.
Melvyn Douglas le ofrece una réplica fantástica además de la gran química de la que están dotados.
Situaciones chisposas, diálogos afilados, enredos y malentendidos, son tal para cual y cada uno de ellos dará a probar y tendrá que probar, a su vez, de su propia medicina. ¿No querías taza?. Pues taza y media.
Y para redondear lo que ya es redondo, el magnífico elenco de secundarios, a cual más grandioso, que nos van a proporcionar grandes momentos apoyando, con su incontestable solidez, la magnífica trama.
Robert Z. Leonard se ha lucido en este film y yo me voy contento a la cama. Lo que mal empieza...