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El origen del terror en Amityville (2015)

El origen del terror en Amityville
90 min.
3,7
94
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Trailer (INGLÉS)
Sinopsis
En 1997, la familia Anderson desapareció de su hogar sin dejar rastro. No se encontraron nunca los cuerpos. Durante 17 años la casa ha permanecido inalterada ... hasta ahora. (FILMAFFINITY)
Género
Terror Thriller
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Canadá Canadá
Título original:
The Unspoken
Duración
90 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
2
Lo "verdad" detrás de las casas embrujadas.
Lo que más odio en el género del terror, también en los thriller, aunque en esto se "justifican" más, son las trampas, los giros inesperados, como se los quiera llamar.
Aquí una película que supuestamente va sobre una casa embrujada, y al final resulta ser algo completamente diferente, lo peor es que esa sorpresa, para mí no hace más que arruinar una historia que de por sí no era la gran cosa, una de terror más, bastante mediocre, pero que se dejaba ver, pero al llegar a la conclusión, es de risa con lo que salen.
Otra cosa, parece que en el terror desde The Ring, hay que soportar a los chicos más feos y raros que puede haber, igual este por suerte no hablaba.
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3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
E.T. JUEGA A LAS CANICAS
Estupefacción y perplejidad al fin, y no poca confusión durante el desarrollo del «script» que el propio Sheldon Wilson escribió para su cinta «The Unspoken» (2015), es lo que más se aproxima a las sensaciones vividas durante el visionado de esta pieza canadiense.

Tras el vapuleo que supone seguir la historia hasta el último plano, hay que dejar madurar el asunto, porque es probable que el espectador se quede un buen rato con la mandíbula desencajada (algo parecido le pasa a uno de los animales que sale ahí).

Cuesta un poco hacerse la idea, pero Wilson, que lleva veinte años haciendo pelis (muchas de ellas para la televisión, y la mayoría, exceptuando unas pocas pagadas por el «Tito Sam», son también de factura doméstica), no ha sabido salir del corsé de los tópicos del terror, los monstruos y el cine catastrófico de bajo presupuesto, en el que parece haberse instalado cómodamente. Ingenio, no le falta. El caché de su filmografía es de media algo mediocre, aunque para nada deleznable. No obstante, por lo que lleva de recorrido el cineasta, pocas probabilidades le veo con aspiraciones y/o posibilidades de acabar llevándose alguna de esas estatuillas doradas que dan en la «sacrosanta» Academia.

En esta producción, algo más aderezada con diferencia, se percibe una intención del director y guionista de marcarse una cuchufleta a costa del público y de la crítica, parte de los cuales se lo tomarán como broma de mal gusto, y no se lo perdonarán, dadas algunas críticas y comentarios que ponen al filme y a su hacedor de vuelta y media. A los más fans del terror, que les cuesta horrores (valga la redundancia) encontrar un producto para su gusto y satisfacción (suelen ser de lo más sibaritas), no les va mucho que les vacilen con chirigotas, sin previo aviso. Pero no será por falta de pistas que Wilson va soltando, como las migas Pulgarcito, aunque al mismo tiempo, el muy zorro, juega deliberadamente a despistarnos, para que, sobre todo el giro final del relato, cuando termine la representación, nos quedemos todos cual si nos hubieran echado encima un cubo de agua fría. Más, teniendo en cuenta las expectativas que genera el ominoso póster, el pomposo anuncio «de los productores de “Insidious”» (¡ay de los que confían en la garantía de los nombres hechos de éxitos anteriores, sean éstos de cineastas, actores o actrices… y peor, de productores!), y, sobre todo, el trepidante prólogo de «Unspoken», con la irrupción de un agente de policía en un domicilio donde halla: a una señora con un ataque de histeria, un cura colgado con una sábana y con marcas lacerantes tipo satánico, restos de sangre y enseres religiosos que indican que allí se ha podido realizar el ritual de un exorcismo. Del resto de habitantes de la casa, ni rastro.

Un salto elíptico (que nos traslada de 1997 a 2014, tal máquina del tiempo), separa esta intensa obertura del siguiente acto, en el que vemos aparecer en las inmediaciones de la misma vivienda, a sus nuevos moradores: una madre, Jeannie (interpretada por Pascale Hutton) y su enmudecido hijo, Adrian (Sunny Suljic), quien parece que perdió el habla como consecuencia de la reciente muerte de su padre.

No tardará en aparecer en escena la protagonista de la película, Ángela (Jodelle Forland), quien asumirá la tarea de hacer de canguro o cuidadora (¿a qué representa que se dedica Jeannie mientras tanto?, pues no queda claro cuál es su trabajo, si es que lo tiene) del pequeño Adrian. A pesar de que el padre de Ángela está sin trabajo y no tener ambos fuentes de ingresos, le advierte de que no se acerque a la recién ocupada casa.

De algún modo, el eco del prolegómeno se mantiene durante la presentación y proceso de acomodación en su nuevo hogar, de Jeannie y Adrian. Con lo cual, Wilson se permite el lujo de ir dando tumbos con la cámara de Eric J. Goldstein, hasta que empiezan a aparecer los primeros fenómenos «paranormales», donde asistimos a un despliegue variopinto de convencionalismos de los que se echa mano, y que parece que sean los ingredientes básicos de todo cuento de miedo que tiene lugar en presuntas casas embrujadas: armarios que se abren y cierran solos, puertas tras las cuales tal si hubiera algo que intenta abrirlas, con el encuadre enfocando el pomo, un gato dando saltos por ahí…

El objeto estrella de esta sinfonía son las famosas canicas de Adrian, que después de caer y desparramarse por el suelo de su cuarto, con susto incluido para Ángela y el público al mismo tiempo, harán su juego yendo y viniendo solitas de debajo de la cama, y apareciendo por la rendija de la puerta semi entornada del cobertizo de la casa de la chica, cuando ésta se encuentre allí buscando, entre los enseres guardados de su difunta madre (la señora desquiciada, única superviviente que el poli encuentra durante el siniestro preludio), indicios con los que explicar los extraños sucesos acaecidos en la reocupada residencia. En este plano de la canica colándose misteriosamente en el almacén, no pude ver otra cosa que un guiño descarado a «E.T. the Extraterrestrian» (1982), en donde un paralizado Elliot contempla como una pelota sale sola de una caseta de trastos, hacia sus pies.

A la creciente actividad de rarezas que van sucediéndose (recurso no suficiente para mantener la tensión de la audiecia), el «script» parece perderse en la subtrama de tres palurdos del pueblo cercano (Luther, Logan y Rodney); tres camellos de tres al cuarto, que con la ayuda de Pandy (Chanelle Peloso), a quien engarban para que, con un escarceo lésbico con Ángela, se pueda colar en la casa, pretenden recuperar un alijo de drogas que habían escondido ahí, con la esperanza de que nadie se aventuraría por las inmediaciones después de lo sucedido en el pasado. Sin embargo, no contaban con que habría nuevos habitantes, que son un estorbo para hacerse con sus estupefacientes. Paralelamente, Ángela está en sus averiguaciones, y entre estos dos hilos se desarrolla el arco narrativo central.
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