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Acoso en la noche (1980)

Acoso en la noche
90 min.
5,0
194
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Sinopsis
Una fría noche el joven Robert (Vincent Carder) regresa a París en coche cuando, por el camino, se encuentra a una chica medio desnuda en la calle. La misteriosa joven, Elisabeth (Brigitte Lahaie), ha perdido la memoria y no sabe lo que ha pasado. Robert acaba por enamorarse de ella y, poco a poco, se verá sumergido en una espiral de sadismo y muerte. (FILMAFFINITY)
Género
Intriga Ciencia ficción Drama Drama psicológico Erótico Gore
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Francia Francia
Título original:
La nuit des traquées
Duración
90 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
6
Un agujero en la cabeza de Brigitte Lahaie
He aquí La nuit des traquées. Adentrémonos en sus fotogramas gélidos, en sus candorosos diálogos, en su peculiar concepción del horror; adentrémonos en su erotismo limpio, a bocajarro y “porque sí“, de bellas mujeres enfermas que se desnudan indolentes ante nuestros ojos como si eso fuera un lienzo de Degas. Conviene englobar esta sugerente y extraña película en ese reducto de la filmografía de su autor dedicado al cine más artístico, más personal, más arriesgado y difícil de clasificar.

No es exactamente una película de terror, aunque su trama dé bastante miedo. Tampoco es un tosco subproducto erótico, aunque en él habite cierta torpeza y considerable erotismo. ¿Qué es, pues? Una reflexión sobre la memoria, el poder, el amor y la muerte. Así, tal como suena. Trazada con cierta inteligencia, sí, pero lastrada por algunos vicios inmanentes a su director que debilitan la fuerza de su discurso y su pertinente resolución formal.

Jean Rollin dilata momentos dramáticos muy concretos, ya sea para desarrollar gratuitos episodios eróticos o para ampliar la sensación de ambigüedad, de desconcierto vital y moral de los personajes. Es una estrategia torpe, porque actúa en contra de los principios naturales que deben regir una narración: fluidez, claridad, decisión. A Rollin, probablemente de forma inconsciente, se le traba la lengua a la hora de dar forma al relato. Tampoco ayuda demasiado la escasa coherencia psicológica de sus criaturas; la amnesia no es una excusa, porque hay actitudes, de unos y otros, que no se contemplan bajo ningún estado mental concreto, que abocan lo narrado a un territorio vaciado de lógica y de sentido común.

Curiosamente, todo esto tampoco importa demasiado. La textura irreal de la película, la forma lacónica en que se interroga sobre la necesidad de poseer un pasado para poder vivir un futuro, es finalmente lo que concentra el interés del espectador y del propio Rollin, ajeno a cualquier sutileza pero sabiendo que el material que se trae entre manos es rico, complejo y muy proclive a una determinada visión pesimista del ser humano que se muere por explorar. Y nosotros con él.

(continúa en el spoiler por falta de espacio)
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15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Jean Rollin.
A Jean Rollin no bastó con ignorarle de forma sistemática en vida, no, además hubo que extender el pensamiento de que su cine era euro-trash (dicho esto con intención totalmente peyorativa), de clara vocación marginal y bastante prescindible. Una opinión consensuada por una serie de críticos si no invidentes al menos con unas taras y mermas cognitivas bastante acusadas. Además de trazar siempre con el francés una equivalencia uno a uno perfecta con su homólogo Jesús Franco –de nuevo con intenciones de minusvalorar a ambos-, algo totalmente incorrecto (el primer material oficial de ambos data del mismo año, sus carreras confluirían en un par de ocasiones y cada uno a su manera resulta modernísimo aún para los parámetros que manejamos en la actualidad para cuantificar esta cualidad en el cine, pero hasta ahí llega el paralelismo) y fácil aunque bien extenso de refutar, se le niega su cetro de rey del fantástico de autor europeo, algo que sólo podría discutirle alguien con quien guarda varios puntos en común, el enorme Lucio Fulci: incomprendidos ambos, el destino de los personajes de sus ficciones siempre está determinado por la fatalidad, mientras que sus filmes parecen buscar adrede tramos de sopor casi surreal que amodorren al espectador para que cause mayor impacto la secuencia con la que rompen esa duermevela. Fulci lo hace a lo bruto y grotesco, agrediendo al ojo, mientras que Rollin a lo sugestivo y bello, ya sea por la composición del plano o cualquier otro detalle. De él se ha dicho que no sabe filmar, siendo en realidad que desde adolescente se codeaba con Claude Lelouch, dejó inacabado un poema visual con Marguerite Duras y que ahí queda su extensa filmografía para quien quiera desmontar este bocachanclismo lo haga: desde su clásica trilogía primeriza de vampiras (donde se mezclaba el criterio visual de Jean Cocteau con el atrevimiento de las vanguardias checas) a cualquiera de sus películas porno bajo seudónimo lo de Rollin es un espectáculo, si bien a su manera, con esa cadencia (cuasi exasperante de lenta en ocasiones, eso si que lo admitimos) actuando de motor de los hechos. Un tío que además siempre prefirió que el cine fuese cine y se supeditase cuanto menos mejor a otras artes, dando prioridad a los simbolismos y cualquier otro elemento no dialogado en pos de que fuese la imagen quien hablase; un hombre que cada vez que insertaba trasfondo político de lucha de clases en sus historias fantásticas causaba risas en la Francia post Mayo del sesenta y ocho pero que ahora, décadas después, ha demostrado ser mucho menos demagógico que muchos coetáneos suyos; un titán que cogió El Ángel Exterminador de Buñuel y lo convirtió en un remake facturado por Beckett en La Rosa De Hierro; un genio, en definitiva, que ya desde su precoz Les Amours Jaunes hiciera uso de la playa de Dieppe para volver después una y otra vez a ella a lo largo de casi todos sus films a regir el destino de sus personajes.
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7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
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