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Las tres edades (1923)

Las tres edades
63 min.
7,3
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Disponible en:
Suscripción
Escena (Español)
Sinopsis
En su primer largometraje en el cine, el genial Buster Keaton hace una parodia de "Intolerancia", de D.W. Griffith, al tiempo que muestra sus dotes dramáticas y cómicas (siempre serio) mientras compite con Wallace Beery por conseguir el amor de Margaret Leahy en tres épocas diferentes: la prehistoria, la antigua Roma y la (entonces) edad moderna: los años veinte. (FILMAFFINITY)
Género
Comedia Parodia Prehistoria Antigua Roma Cine mudo Película de episodios
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
Three Ages
Duración
63 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
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7
¿Lo que menos ha cambiado en el mundo es el amor? (7.4)
Keaton defiende que lo que menos ha cambiado en el mundo es el amor, aunque yo, viendo a las hinchadas de algunos equipos deportivos, creo que casi nada ha cambiado.

Y sobre la película, me gustaría decir que, sin ser la mejor de este cineasta circense, cumple con creces como entretenimiento. El inicial acercamiento a la prehistoria es engañoso, pues es la edad menos inspirada; se recuerdan mucho más los chistes de la edad romana (la manicura al león; la carrera cuadriga contra trineo; y todos esos paralelismos entre objetos modernos y romanos que más tarde serían imitados en la serie de dibujos "Los Picapiedra": reloj de pulsera que es de sol, cuadriga con matrícula y rueda/perro de recambio, etc.) y de la moderna (la escena en el restaurante y la huida de la comisaría son sus principales bazas).
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17 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
El amor a través de los tiempos
Desde sus tiempos de actor, Keaton venía saboreando la idea de dirigir y producir sus propias películas, “Las tres edades” es su primera producción en el largometraje y a nivel de prestigio personal le coloca entre los grades cómicos del burlesque, junto a Chaplin y Harold Lloyd. Armado de su fina ironía, el cineasta nos muestra la invariabilidad del amor a través de los tiempos, en la que resulta una clara parodia, y al mismo tiempo homenaje al film, “Intolerancia” de David W. Griffith. Aún más minucioso que de costumbre, Keaton ordena su relato en hoja de cuadrícula, en donde cada cuestión planteada nos es resuelta por triplicado, y así hasta en 5 ocasiones. Este ordenamiento riguroso constituye, sin embargo, el punto fundamental para el funcionamiento de la trama, permitiéndole además amplificar el efecto a su mordaz crítica contemporánea de 1923.

Lo único que no ha cambiado desde el comienzo de la humanidad es el amor. Asistimos pues, a un triángulo amoroso en tres épocas diferentes: la edad de piedra, el periodo romano y los años 20 del siglo pasado. Los padres de la mujer son siempre los que eligen al pretendiente, valorando la fortaleza, el estatus social y la cuenta bancaria respectivamente. Nuestro ingenuo protagonista (el propio Keaton actúa y co-dirige), resulta siempre perdedor. No obstante, continúa enamorado y desea saber si es correspondido mediante: la tortuga de un adivino, los dados o desojando una margarita. El hombrecillo intenta recuperar el amor de Margaret, forzando unos celos con otras mujeres o enfrentándose al rival, pero siempre encuentra dificultades y sale mal parado.

Rodeado del estupendo equipo de guionistas y gagsman que conformaban su equipo, Keaton se asegura la presencia de una cascada de situaciones divertidas con detalles geniales: desde el meterólogo que anuncia un sol espléndido y debe precipitar rápidamente su predicción totalmente errónea al reloj de sol en la muñeca que luce un personaje, desde la desternillante escena de la jaula con el león hasta la cuádriga de nuestro protagonista arrastrada por cuatro zopencos. En un reparto donde figura Walace Beery como fuertote grandullón, antes de hacerse famoso en los años 30 y un Oliver Hardy antes de hacer pareja junto a Stan Laurel.

Si Chaplin fue el rey de la comedia sin palabras en la era silente, el único que consiguió estar a su altura, desde otra visión del humor, éste no fue otro que Buster Keaton. Cineasta tratado injustamente por la Historia del cine, el de Pickway (Kansas) es, ante todo, uno de los más claros exponentes de la vertiente triste del payaso. Si su personaje pocas veces sonrió en la pantalla, tampoco tuvo demasiadas ocasiones para hacerlo en su vida privada y personal. Después de haber sido uno de los más reputados cineastas de los años 20, el alcohol, el juego, a ruina y el divorcio, fueron sus constantes en la lucha por la supervivencia, mucho más dramática que cualquiera de las emprendidas por los personajes. Queda claro que tras este debut ya se atisba un genio tras la cámara que confirmaría en sus siguientes trabajos.
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11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
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