The Guilty (1947)

Ensalada de gemelas. Colegas.
En primer lugar, para que no haya malentendidos, falsas alarmas ilusiones o tristes esperanzas confusiones, hay que señalar que es una película sobre la muerte, de muertos, cadáveres, finados, difuntos, la vida (ni) está (ni se la espera) en otra parte, lejos de aquí, a tomar por culo las bicicletas, huyó como de la peste, a veinte mil leguas de viaje submarino, de esta obra nefanda, por eso no hay transeúntes en las calles, parroquianos en los bares, vecinos en la escalera o el rellano, de charla, al chisme o la confabulación en la sombra, nada, cayó la bomba nuclear (me pongo) atómica (no me hables de los hombres) y no quedó ni el tato, ni las lombrices, solo estos zombis, muertos vivientes, mierda de gato.
Obra de teatro expresionista risa la mar de campanuda engolada sardónica paródica, sea, ristra de disparates, contradicciones, enormidades e incongruencias grandes como Groenlandia, la lista de la compra entera etcétera, dislocaciones disoluciones espaciales (cuando crees que me ves, cruzo la pared, hago chas y aparezco a tu lado), temporales (minutos o segundos que se convierten literalmente en horas por arte de birlibirloque, porque así lo dice o manda la autoridad impertinente, problema de salud alteración del orden público), psicológicas (conductas más retorcidas majaderas que un político en punta de lanza, a espuertas), afectivas (los amigos de mis amigas son mis amigos, uh, vaya lío), territoriales (aguas pantanosas fétidas llenas de lagartos y cucarachas, fronteras ambiguas oscuras), materiales (los objetos cobran vida propia, se humanizan, es decir, se imbecilizan, la influencia del medio hace al cachivache, cuenta la cultura, no el origen del instrumento o estandarte), espirituales (bandazos dan, son ambidiestros, trimegistos a ese áureo respecto), amantes (orgía perpetua, cama grande), sentimentales (dolores de alma -y de huevos- constantes), intelectuales (se parten la cabeza buscando soluciones), transitoriales (a la espera, punto de partida) y de toda otra infinita índole, ni una a derechas, quilombo, locutorio, frenopático.
¿Dónde habrá tirado la hebilla?... Claro, ahí mismo, en ese (así está) el patio, el único lugar de toda la ciudad donde lo podría tirar estar, no en otro, por supuesto, mira (la la puerta de Alcalá, escombrera), con el palo (del churrero, del sombrajo) yo la cojo me la apropio, la hago mía, prueba irrefutable, obvio, culpable presunto, te pillo.
¿Me amas?... Te rompería el cuello... Beso (sin consentimiento)... Cine negro...
Película que tiene más palabras que dólares en el presupuesto (como si cobraran por cada una, a precio de oro, quién da más), delirante, churrigueresca, seca, con más pistas falsas que cualquier programa (me los sé todos de memoria, viva la democracia española) de un partido político de los nuestros, envidia del mundo del universo, para que aprendan los extranjeros cómo se redactan esos estos importantes documentos.
Bonita es bonita y hasta incluso atractiva pérfida, el cielo y el infierno en la tierra, no cabe duda, quien me lo niegue será retado a duelo, por partida doble (¿no querías sopa?), ¿rubia auténtica?, el resto algo bastante menos, lo presente lo pasado y lo futuro siempre mejorando, (Don Álvaro o la fuerza) del sino.

John Reinhardt dirige al dedillo un film en el que no se necesita mucha destreza por ausencia de escenas espectaculares, escabrosas o que tenga que ir más allá de la simple corrección. La película está actualizada, se ve muy bien en su blanco y negro y tiene su certificado. No es que sea bonita pero tiene a Bonita por partida doble. Bonita hace de dos hermanas gemelas que son, o es lo que nos quieren dar a entender, como la noche y el día, una buena y la otra mala. El caso es que a veces el espectador puede que no vea cuál es la buena, o si la buena va con uno o va con el otro, o ambos se la rifan o como diría Pablo Abraria, o tú o tu hermana. Aún así, tiene ese punto del tipo duro que pide dobles de cerveza, tiene el crimen y la posterior investigación policial.
Una obra basada en una novela de Cornell Woolrich, escritor nada del otro mundo, conocido también como William Irish, en la que en su época figuró entre los famosos de las novelas baratas policíacas americanas. Una película sin mucho calado.