Ciudad mágica (1947)

¡Qué maravillosa sorpresa! Nada sabía de esta película, ni me sonaba. Comencé a verla sin molestarme en averiguar siquiera de qué iba... y al poco rato sentí que estaba ante algo especial, una de esas películas que, según las ves, te sientes excitado, alegre, exultante, que tu mismo subconsciente reacciona al reconocer la belleza. Cierto que el argumento puede ser intrascendente (¡qué más da!), que su moralina puede resultar empalagosa (¡qué más da!), pero todo está tan bien hecho que obvias cualquier examen, te limitas a gozar... simplemente.
Si tuviera que destacar algo diría que la actuación de James Stewart es portentosa, iluminando toda la película, no eclipsando sino resaltando el magnífico trabajo del resto del elenco, en el que los secundarios tienen sus momentos de gloria. Muy buena dirección, con mucho que recuerda a Capra y Ford, y algunos momentos memorables, en particular la secuencia del conserje.
Y lo mejor de todo es que te devuelve la esperanza y la ilusión, la convicción de que esto no está agotado. Que aunque creas que ya las has visto todas, hay un montón de películas maravillosas que llevan décadas esperando a que te enteres de que existen.

El guionista habitual de las mejores películas de Fran Capra, nos plantea un pequeño cuento moral, cuyo sentido apunta hacia el descubrimiento del orgullo provinciano estadounidense. El escenario de la fábula es una población llamada Grangview; y el artífice del relato Rip Smith (James Stewart) actor paradigmático de este tipo de personajes. Rip, individualista hombre de gran ciudad se dedica a hacer encuestas nacionales y está empeñado en abaratar sus costos poniendo en práctica una teoría personal: servirse de una ciudad que sea representativa de toda la nación. El cuento está planteado y resuelto de una forma clásica, incluyendo la pertinente lección moral.

William Wellman, artesano y pionero del cine americano abordó esta simpática comedia costumbrista a medio camino entre el estilo Frank Capra y el estilo John Ford, cineastas muy cercanos a este tipo de historias que pueden descolocar un poco al ser tan genuinamente americanas. No hay mirada poética, rituales ni sentido de la ceremonia como los hubiera habido de la mano de Ford, y tampoco hay una exaltación de la diferencia, como hubiera sucedido tras el objetivo de la cámara de Capra. En cambio Wellman parece más interesado por el detalle que por la densidad narrativa, parece olvidar que el film apunta hacia determinados objetivos: transformación moral del personaje, enfrentamiento de opuestos, la toma de conciencia comunitaria. La película que está construida en forma de bloques, sin solución de continuidad, sometido a diferente tratamiento que hace que el resultado sea algo deslavazado aunque siempre entrañable. Wellman tiene obras mucho mejores: ”Ha nacido una estrella” de 1937, “Cielo amarillo” de 1948 o la magnífica “The Ox-Bow incident” de 1943.