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El amor de Swann (1983)

El amor de Swann
111 min.
5,9
554
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Tráiler (FRANCÉS con subtitulos en ESPAÑOL)
Sinopsis
Adaptación de una novela de Marcel Proust. Charles Swann, un joven y rico judío que forma parte de los círculos aristocráticos parisinos de la Belle Epoque, vive una inolvidable historia de amor con la bella prostituta Odette de Crécy. Sus tempetuosas relaciones, llenas de celos, pasiones y dudas, las evoca años después Swann, cuando presiente su inminente muerte. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Drama de época
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Francia Francia
Título original:
Un Amour de Swann
Duración
111 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción Francia-Alemania;
Grupos
Adaptaciones de Marcel Proust
Links
Premios
1984: Premios César: Mejor Diseño de Producción y Vestuario
1984: Premios BAFTA: 2 nom., incluyendo Mejor película en habla no inglesa
"Probablemente la mejor interpretación de Alain Delon en su carrera"
[Diario El País]
6
El París de Proust
Dirigida por el alemán Volker Schlöndorff ("El tambor de hojalata") y rodada en París, se basa en el relato de la segunda parte del Volumen I de "A la búsqueda del tiempo perdido", de Proust. Obtuvo dos Cesar (vestuario y decorado) y dos nominaciones a los BAFTA (vestuario y película extranjera).

La acción principal tiene lugar en París en la última década del XIX y primeros años del XX. Narra un día de la vida de Charles Swann (Jeremy Irons), un hombre elegante, rico y refinado, que años atrás se enamoró de Odette de Crécy (Ornella Muti). Cuando se ve a las puertas de la muerte, recuerda en flashback la pasión, los celos y las dudas que inundaron su amor por ella. La película describe el ambiente de lujo, confort y elegancia de la vida de la alta sociedad parisina de la época. Esta sociedad elegante y despreocupada, amante de la música y la pintura, oculta un complejo mundo de prejuicios, inspiradores de intolerancias y violencia, amparadas en la doble moral: una para la vida privada y otra para la pública, una para las mujeres y otra para los hombres. La estigmatización de la prostitución femenina de lujo pone en peligro el buen nombre de Swann y su aceptación en los círculos elegantes de la ciudad, cuando se sospecha que se ha enamorado de Odette, de la que se dice que es una preciada cortesana. Esta misma sociedad condena y estigmatiza, también, la orientación homosexual masculina, que siente el baron de Charlus (Alain Delon) por un adolescente. En un nivel de mayor rechazo se sitúan los prejuicios contra la homosexualidad femenina. La pasión de Swann por Odette, pese a poder superar la barrera de la estigmatización de la prostitución femenina, no puede asumir que Odette mantenga relaciones amorosas con mujeres. Las dudas que tiene sobre la posibilidad de éstas le perturban más allá de lo razonable y le sumen en un estado de angustia enfermiza.

La música se basa en composiciones atonales de Henze, que describen con acierto el desgarro interior del protagonista. Se añaden otros fragmentos, entre los que destaca "Arabesque", de Debussy. La fotografía corre a cargo de Sven Nykvist, el director de fotografía preferido de Igmar Bergman, que inició su carrera en 1960 ("El manantial de la doncella"). En la película hace una brillante exposición de sus sólidos y variados recursos narrativos. La interpretación de Irons es excelente. Alain Delon, en un papel breve, demuestra su gran oficio de actor. Ornella Muti desborda belleza, sensualidad y capacidad de seducción. Fanny Ardant encarna la elegancia y la discreción. La dirección, enfrentada a la complejidad de los textos de Proust, consigue un resultado meritorio, pero inferior a los que en otras circustancias consiguieron Visconti y Lean.

Película interesante y bien interpretada. Pese al empeño del director y a su grandes aptitudes, la complejidad de Proust se ve excesivamente simplificada.
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24 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
El pensamiento ilustrado
Sobre el mantel estampado, en perfecta simetría digna de un bodegón de Zurbarán, aparecían dispuestas la taza de té i la magdalena.

Mis manos sostenían todavía el libro y, casi dotadas de vida propia, tanteaban la posibilidad de abrirlo de nuevo, como el estudiante que revisa impulsivamente sus apuntes momentos antes de comenzar el examen. Pero no necesitaba repasar aquellas páginas, me bastaba con saberlas cerca para sentirme seguro y reconfortado.

Tomé asiento, coloqué con suavidad el libro sobre la mesa y procedí a ejecutar el plan. Arranqué un pedazo de la magdalena, ni demasiado grande ni demasiado pequeño, y sosteniéndolo por el promontorio superior lo mojé en el té. Sin más transición que la impuesta por la propia lógica del movimiento, lo llevé a la boca. Mastiqué lentamente, recreándome en la extrañeza que siempre produce la mezcla de sabores y temperaturas. Incluso cerré los ojos, a fin de aumentar la concentración y que no me distrajeran estímulos externos, pero cuando ya me vi obligado a tragar la masa confusa comprobé que nada había sucedido.

Maquinalmente, repetí el proceso aportando ligeras variaciones cada vez —el tamaño de los fragmentos de magdalena, la porción mojada, el tiempo en deglutirlos… —, para no dejar de lado ninguna de las posibilidades que pudieran influir en el tan anhelado logro. Vanamente. En ninguno de mis intentos me atrapó ese escalofrío que de pronto hiciera brotar la luz de una bella instantánea olvidada de mi infancia. Nada, ni un solo recuerdo, ni un solo destello, ni una sola imagen, por fugaz o anecdótica que resultara.

Al cabo de unos minutos la totalidad de la magdalena yacía en el interior de mi organismo, pero no quise que también me venciera el desconsuelo tras la decepción sufrida. Respiré hondo, acaricié con pleitesía el lomo del libro y me dije:

—Bueno, tal vez yo no sea Proust, pero de todos modos esta magdalena tampoco estaba demasiado buena.
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18 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
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