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Que Dios nos perdone (2016)

Que Dios nos perdone
125 min.
7,1
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Sinopsis
Madrid, verano de 2011. Crisis económica, Movimiento 15-M y millón y medio de peregrinos que esperan la llegada del Papa conviven en un Madrid más caluroso, violento y caótico que nunca. En este contexto, los inspectores de policía Alfaro (Roberto Álamo) y Velarde (Antonio de la Torre) deben encontrar al que parece ser un asesino en serie cuanto antes y sin hacer ruido. Esta caza contrarreloj les hará darse cuenta de algo que nunca habían pensado: ninguno de los dos es tan diferente del asesino. (FILMAFFINITY)
Género
Thriller Drama Policíaco Asesinos en serie Crimen Neo-noir
Dirección
Reparto
Año / País:
/ España España
Título original:
Que Dios nos perdone
Duración
125 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
Premios
2016: Premios Goya: Mejor actor (Roberto Álamo). 6 nominaciones
2016: Festival de San Sebastián: Mejor guión
2016: Premios Feroz: Mejor actor (Roberto Álamo)
2016: Premios Forqué: Mejor actor (Roberto Álamo). 2 nominaciones
2017: Premios Platino: Nominada a mejor montaje
7
Dios ya se fue de aquí
Asesinos en serie, crueldad policial, miseria humana y social.
Suelen ser cosas derivadas unas de otras, pero casi siempre se sienten separadas cuando se ven en las noticias.
Uno no puede concebir que alguien asesine metódicamente por placer, no, "eso no pasa" (aquí en España). Tampoco tiene sentido que aquella anciana del tercer piso fuera golpeada hasta la muerte, fijo que tuvo un ataque o simplemente le llegó la hora.
Y qué asco los maderos tío, siempre dando por culo.

En 'Que Dios nos Perdone' todo eso está relacionado, por unos hilos tan finos que solo se percibirían si se viera todo el proceso desde fuera, como hace el espectador.
El de homicidios que hace tiempo tuvo una sanción por comportamiento y por eso ve los casos desde el cinismo más absoluto. El retraído tartamudo que se esfuerza en replicar las muertes para poder comprenderlas, y por eso se ha ganado el respeto/rechazo de todo el cuerpo. Los inevitables circos sociales que se montan para que el país quede bien, y que conllevan el ocultamiento de todo lo que pueda sonar a turbio, prohibido o sucio.
Es fácil repudiar el chiste cuñadil del principio que cuenta Javier Alfaro, el de homicidios, pero detrás de él se esconde una verdad atronadora, que busca salir a la luz a la mínima ocasión: que este es un país de cabrones, de cabreados, y de apariencias.

Pronto él se dará cuenta, al seguir la investigación de un asesino de ancianas junto con su compañero tartamudo Luis Velarde, y darse cuenta de que el peligro no radica en el asesino, sino en la enorme red de intereses que la rodean.
Sorogoyen no pierde la ocasión, como en toda buena investigación policíaca, de retratar la sociedad circundante, y hacerla indirectamente responsable de los triunfos del asesino: la JMJ del 2011 está cerca, y se deben celebrar los triunfos del amor y la convivencia, ni una palabra a los medios sobre el peligroso violador. Y dan verdaderos escalofríos ver imágenes televisivas de supuesta paz y amor alternadas con violencia y saña, como si fueran dos espectros inseparables que nos empeñamos ver solamente en su cara positiva.
Los mismos que habitan en Alfaro y Velarde, casi sin que ellos puedan evitarlo: la película juega, inconscientemente, levemente, con la posibilidad de que alguno de ellos, en sus violentos comportamientos y graves carencias emocionales, se haya podido transformar en algo muy parecido a lo que están buscando.
Probablemente no lo sean (unos grandísimos Antonio de la Torre y Roberto Álamo hacen valer cada rastro de amistad que se les nota), pero lo preocupante es la posibilidad que asoma.

La posibilidad de que cualquiera podría ser, no un asesino, sino alguien tan violento como un asesino.
La sensación de que poco se puede hacer por evitarlo.
La certeza de que son cuatro cosas las que les separan de vivir normalmente y ser la escoria que están buscando.

En dos horas, sutilmente, se desmorona el hombre de a pie y queda algo que no sabemos si somos.
Pero el gustazo no es que una película tan redonda se haya podido hacer en España, sino ese final respondiendo a la pregunta que no podemos evitar formular.
No, no hay perdón posible. Y lo que violentamente empieza, violentamente acaba.
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224 de 281 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
…Y nos pille confesados
Excelente thriller carpetovetónico. Su primera mitad – incluso su hora y media inicial – es modélica y recrea a un mundo violento, amenazador e inquietante. Pocas veces se ha retratado tan bien y de forma tan convincente el ambiente policial patrio, poblado de personajes extremos, trastornados y desasosegantes. Un clima enrarecido, y angustioso, una trama vibrante y sincopada, unos crímenes vergonzantes y atroces… todo parece fruto de una pesadilla patológica y brutal. El frenesí hace mella en la realidad hasta vaciarla de calma y consuelo. Lo imprevisible, lo sanguinario, lo desquiciado zahieren los cimientos de la convivencia e impiden el alivio de la serenidad o del amparo. La bestialidad no surge solo del conflicto retratado, sino que nace de unos personajes descerebrados, al borde del abismo.

Madrid como laberinto. Los habitantes de Madrid como víctimas y verdugos. La violencia como tarjeta de visita. Un irrespirable cercado de sudor y fango, de atrocidad y ahogo, un cenagal de hipocresía y fingimiento. El caos lo mancilla todo, tanto a los protectores de la ley y el orden como a los perjudicados por la aparición de un asesino en serie que se ensaña con viejecitas ingenuas y desvalidas que malviven entre añicos de esperanza, engullidas por los escombros de su vida y de su soledad. La compasión queda desterrada a los confines del infierno, nadie se preocupa por nada que no sea su propio provecho. Fuego fatuo inmisericorde. Te atrapa hasta escupirte. Ta repugna hasta la náusea. Te tritura hasta aniquilarte.

El tándem protagonista es pura escoria. Simpatizas con ellos porque persiguen el mal, porque albergan buenas intenciones bastardas, aunque no sepan cómo desprenderse de sus errores y flaquezas, aunque habiten una sociabilidad resentida e imperfecta. No te queda más remedio que confiar en sus habilidades y destrezas de sabueso resabiado para apresar al asesino. Necesitas creer que no estás a merced del odio y de la venganza, del horror y las fechorías. Un crimen sin castigo es una herida que se infecta y se gangrena, es una aberración cancerosa que solivianta el reposo e impide la reparación y la armonía. La crueldad no es patrimonio de la ignominia, sino que emponzoña todas las relaciones humanas con su abyección e indiferencia.

En el tramo final la cinta pierde fuelle y empaque, le sobra metraje y decae la tensión, pero vista en conjunto es una obra admirable, que acierta en la construcción de personajes, en la planificación de las escenas y con unos diálogos certeros y turbadores. Además cuenta con unas interpretaciones deslumbrantes, desde Antonio de la Torre, Roberto Álamo o Mónica López hasta el último comparsa. Muy recomendable.
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159 de 217 usuarios han encontrado esta crítica útil
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