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Aniceto (2008)

Aniceto
82 min.
7,0
415
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Trailer
Sinopsis
Aniceto (Hernán Piquín) es un hombre solitario que vive con su gallo en un pueblito de Mendoza. Francisca (Natalia Pelayo) es una chica ingenua que llega al lugar en busca de trabajo. Se conocen y se enamoran. Parece un sueño, pero termina en pesadilla cuando aparece la enigmática e irresistible Lucía (Alejandra Baldoni), su nueva vecina, que perturba al hombre y lo arrastra a su propia destrucción. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Musical Romance Melodrama Baile Ballet Remake
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Argentina Argentina
Título original:
Aniceto
Duración
82 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
Premios
2008: Premios Sur: 8 premios, incluyendo mejor fotografía, sonido y música original
9
La pasión es un gallo de riña (dedicada a Mantis)
Luego de 15 años de ausencia de la pantalla grande (en el medio sólo hubo un extenso documental político), Leonardo Favio regresa a su propio clásico de mediados de los sesenta, "El romance del Aniceto y la Francisca", para transformarlo en una emotiva pintura sonora en movimiento de ballet.
Aniceto es un compadrito dueño de un gallo de riña blanco con el que se gana la vida, que vive en un cuartito de adobe, quien -en un día que presagia tempestad- conoce a la Francisca, niñada y protectora como una madre, y la lleva a vivir con él. La historia de amor transcurre plácida hasta que se cruza en su camino la Lucía, una mujer fatal, por la que el temperamental Aniceto arriesgará todo.
Si bien la historia no ha cambiado demasiado desde la inolvidable versión original -con María Vaner, Federico Luppi y Elsa Daniel- lo que sí se ha alterado es la puesta en escena. Los espacios se recrean de forma casi teatral, con escenografías de un surrealismo fronterizo, transitadas por un elenco integrado por bailarines sin antecedentes actorales. Con una capacidad sintética notable en su narración, Favio neutraliza todo elemento que sobra en el
relato y se limita a unos pocos puntos de acción fuerte, donde las riñas de gallos son el correlato de la forma en que vive Aniceto sus pasiones.
Con una estética muy personal, como un cuento expresionista y onírico, Favio se aleja del realismo costumbrista, lo estiliza, apoyado en un glorioso manejo de la iluminación,
particularmente el trabajo con las sombras y los contraluces. La trama se eleva sobre un poderoso color local, con riñas de gallos filmadas en primerísimos primeros planos, creencias populares, gitanos, milongas, mates, ollas sobre cenizas y peleas a cuchillo acompañados de permanentes subrayados musicales.
Todo en "Aniceto" se encamina a buscar una síntesis entre lo universal y lo local, entre el espíritu popular y la cultura sin límites. El sonido de un íntimo Chopin, interpretado por
el pianista tucumano Miguel Ángel Estrella, es un ejemplo de cómo esto se alcanza.
Asombrosamente, los protagonistas son seguidos con la cámara fija o apenas leves desplazamientos en inéditos planos secuencia, dejando que esos cuerpos de los bailarines
devenidos en actores expresen toda su potencialidad dramática.
El filme supera el enorme desafío de contarse de forma tan diferente, el salto al color y al movimiento extremo de la danza, porque abundan los momentos de belleza cinematográfica como para disfrutar de ese cine exagerado, apasionado, melodramático y trágico.
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22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Otoño, invierno, primavera, verano y...
Cuarenta y dos años después, Leonardo Favio retoma su segunda película con el convencimiento de que no hay versión buena si no se transmuta la obra original. Y con esta idea, alejado por completo de lo que se ofrece en el mercado, convierte la historia de Aniceto y Francisca, en una obra nueva, visualmente deslumbrante y con un carácter sensual donde antes solo existía rudeza.

Mantiene esa estructura fabular, ligado a las estaciones anuales, durante las que la tragedia transcurre, con el uso de la voz en off para relatar las cartas y pensamientos escapados de Aniceto. Su puesta en escena, por el contrario, es completamente diferente. Con decorados teatrales, Favio consigue deslumbrar con el uso de la fotografía, los sonidos, el concepto de cada danza, y un plano que siempre busca la belleza. Aunque pueda sobrar en algún momento la música cuando está exenta de la coreografía, esta no llega a silenciar los sonidos que tanto marcaron su primer trabajo: el agua, el viento o el canto de los gallos, que junto al uso portentoso de la luz y las sombras, crea una atmósfera muy cercana al mundo onírico (de ahí la importancia de mantener el carácter de cuento folclórico que ha inculcado de manera más o menos manifiesta a toda su filmografía).

Sigue siendo un mundo de tres personas, donde se entrecruzan las necesidades y los miedos más primitivos, y donde sigue sin requerirse más palabras de las necesarias. Aún menos que en su predecesora obtenemos aquí, puesto que los bailes sustituyen de manera brillante a los diálogos y acciones mundanas (Leonardo Favio consigue grabar uno de los polvos más sensuales que yo recuerde sin la explicitud que suelen conllevar dichas escenas). E intercala esas dos peleas de gallos, con primerísimos y violentos planos, donde el gallo de Aniceto (Hernán Piquín) que es guapo y matador como ninguno danza a muerte con la Francisca (Natalia Pelayo) y la Lucía (Alejandra Baldoni).
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18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
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