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La dama de Shanghai (1947)

La dama de Shanghai
87 min.
7,7
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Suscripción
Escena (ESPAÑOL)
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Sinopsis
Michael O'Hara (Orson Welles), un marinero irlandés, entra a trabajar en un yate a las órdenes de un inválido casado con una mujer fatal (Rita Hayworth) y queda atrapado en una maraña de intrigas y asesinatos. (FILMAFFINITY)
Género
Cine negro Intriga
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
The Lady From Shanghai
Duración
87 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
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7
Un tanto sobrevalorada
"La dama de Shanghai" fue en su día un fracaso de crítica y de público. Hoy en día está considerado por algunos como una obra maestra. Pues ni una cosa ni otra. "La dama de Shanghai" es una obra menor en la trayectoria de Welles, muy inferior a "Ciudadano Kane", "El cuarto mandamiento" o "Sed de mal", que sin embargo contiene algunas secuencias y planos de primera calidad y algunos diálogos y monólogos (la voz de off de Welles es muy ingeniosa) de lo mejor de la época.
Welles intentó una película de cine negro tan habituales en la época de los años 40 con el atractivo de su mujer (aunque llevaban dos años sin hablarse y estaban a punto de obtener el divorcio) una bellísima Rita Hayworth, que aunque no está como en "Gilda" evidentemente, hace una interpretación más que aceptable. Sin embargo la jugada le salió mal y tuvo que emigrar a Europa para relanzar su carrera. Welles gana mucho en los diálogos y lo pierde dando mamporros a diestro y siniestro en ciertas partes del film que no resultan muy verosímiles. No cabe duda que estamos ante una de esas películas de grandes momentos pero que en conjunto baja bastante.
Una buena película, que con la firma de Welles, la presencia de la Hayworth más alguna escena mítica (por ejemplo la final de los espejos) ha hecho con el tiempo que se sobrevalore un tanto.
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130 de 164 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Tiburones hambrientos
Un guión complejo, cómo toda película de cine negro que se precie, sostenido en ocasiones por finos hilos argumentales, pero servido con la sabiduría de un Welles que de nuevo vuelve a moldear la imagen con un gusto barroco que no deja de atraparnos. La mítica de Hollywood cuenta que Welles estaba buscando dinero para montar una obra de teatro y que decidió llamar al despótico Harry Cohn, dueño de la Columbia, ofreciéndole una película. Cuando Cohn le preguntó sobre el proyecto, Welles le dio el título de una novela barata que había en el kiosco, y de ese material de desecho salió una de las películas más fascinantes del maestro que, en aquel entonces, terminaba su tormentoso matrimonio con Rita Hayworth.
La mítica Gilda realiza aquí realmente su primer papel de femme fatale. A diferencia del recordado personaje, la maldad de Elsa Bannister no es aparente, sino el único modo de sobrevivir en ese nido de víboras que nos muestran (fascinante la presentación de Rita: Un primer plano de su rostro, fotografiado por la turbia mirada de Charles Lawton Jr, que pica para terminar en el plano de un perro negro, casi diabólico...). Para conseguir esta transformación, Welles da una vuelta más de tuerca, casi una herejía: cortar su famosa cabellera pelirroja (un año antes había hecho la mítica “Gilda” que la había convertido en la sex symbol de los años 40) y teñirla de un rubio platino. Con estos cambios y la mano maestra de su marido, Rita Hayworth hará una interpretación de altura, llena de matices, pero siempre recorrida por una maldad que no la abandona ni en los instantes de amor; pero aún así tan fascinante que quedamos presos del delirio que su presencia provoca. A su lado, Everett Sloane, abogado criminalista y en su debilidad (está tullido), un tiburón de dientes afilados. Ese terceto maléfico se completa con Glenn Anderrs, en una actuación sorprendente, delirante, como hermano de Sloane que teme que llegue el fin del mundo por lo que hace una alucinante oferta a Welles, que interpreta aquí a un marinero irlandés, casi un maestro de ceremonias, pues pese a lo que ha vivido en ningún momento olfatea el peligro que encierra esta historia tan turbia y morbosa.
La imagen final con que se cierra esta película ha pasado con justicia a la historia del cine al ser una secuencia tan fascinante como compleja en su juego de apariencia y realidad, pero de maldad multiplicada hasta el infinito. Incomprensiblemente, con esta obra maestra Welles iniciará su peregrinaje por Europa para poder realizar el cine que él quería; no volverá a Hollywood hasta diez años después para rodar “Sed de mal”.
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