Sangre y orquídeas (Orquideas ensangrentadas) (TV) (1986)

Honolulú (Hawáii). 1937. Marines de los EE.UU. de copas y baile en un casino junto a la playa. La esposa de uno de ellos logra zafarse de éste para retirarse a la playa acompañada de otro marine del que está enamorada y comunicarle que está embarazada de dos meses de él. El padre de la criatura en ciernes se empeña en que aborte para tapar el caso pero el interés de ella es justo el contrario. El cobarde amante reacciona con violencia y la deja inconsciente de una paliza, abandonándola desnuda y llena de contusiones. Cuatro chavales originarios de la isla que regresan de tomarse unas birras y de darse un baño en la playa encuentran el cuerpo malherido y desnudo de la chica y, tras discutir entre ellos sobre si ayudarla o marcharse, deciden envolverla en una manta, recogerla y trasladarla a un hospital. Una vez ahí uno de ellos la introduce por urgencias hasta donde está el médico y éste comienza a interesarse por lo ocurrido con un tono prejuicioso y un talante avasallador que le hacen sentirse acusado al chaval que acaba de salvarla, por lo que se marcha corriendo para huir de ahí con sus amigos.

Cuando la joven agredida recupera el conocimiento y le cuenta a su madre la verdad de lo ocurrido, ella (una mujer rica, ambiciosa y obsesionada con mantener su posición, perteneciente a una de las primeras familias que conolizaron esas islas) se empeña en tapar al marine agresor y no duda en coaccionar a su hija para que acuse a quienes la salvaron de haberla violado.

A partir de este punto, la trama está servida. Detención inmediata de los cuatro que la auxiliaron y un calvario nada menor para ellos. La intervención heroica de un agente de policía bastante de vuelta de todo (que pasa de las presiones a que se ve sometido) y dotado de un olfato muy agudo, así como la aparición de un abogado inexperto que se viene arriba conforme va evolucionando el caso, mantienen viva esta historia en la que también hay espacio para otras infrahistorias nada desdeñables.