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Me amarán cuando esté muerto (2018)

Me amarán cuando esté muerto
98 min.
6,9
663
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Trailer (INGLÉS subtitulado en ESPAÑOL)
Sinopsis
Explora los últimos 15 años de vida de Orson Welles, incluyendo material sobre "The Other Side of the Wind", la película que dejó sin terminar. (FILMAFFINITY)
Género
Documental Documental sobre cine
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
They'll Love Me When I'm Dead
Duración
98 min.
Música
Compañías
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Premios
2018: National Board of Review (NBR): William K. Everson Film History Award
2018: Festival de Venecia: Fuera de concurso (Eventos especiales)
7
No Estropear el "Final"
Siguen hablando los testigos de su genio, y no por hablar lo dejan más claro.
Es curioso comprobar cómo entre este documental y la película a la que sirve de complemento, 'Al Otro Lado del Viento', no existen grandes diferencias: ambas son estelas tras el meteórico paso de un artista gigantesco, buscando una comprensión no nublada por el asombro que provocaban.
Y, al igual que aquella, aquí las palabras se amontonan, se entierran una encima de la otra, dejando una sensación de gesta inútil al tratar de contener la experiencia completa.

'Me Amarán cuando esté Muerto' podría ser el chupito tras una copiosa comilona: fuerte, solitario, insuficiente pero grato de ser saboreado.
Apenas un copia y pega de llamadas telefónicas, conversaciones e intercambios que nunca existieron, porque solo la cámara podría hacerlos creíbles: sus editores rapiñan aquí y allá, fragmentos de radio o audios de Orson Welles, Peter Bogdanovich y Gary Graver, superpuestos a "lo que dicen que dijeron", porque este monstruo de Frankenstein perdería frescura si estuviera exitosamente finalizado.
Una decisión anti-documental, no capturando la verdad tal cual es, que sin embargo no podría evocar más perfectamente el método Welles de afrontar el cine, y por extensión la vida.

Montaba, filmaba, cortaba, remontaba y vuelta a empezar.
Sus colaboradores eran sus musas, eran sus estrellas, eran sus espejos, eran sus plañideros.
"El genio responsable de Ciudadano Kane" vendían, y todo el mundo se acercaba para encontrar un capitán de barco con pico de oro al que era muy difícil decir que no.
Era como un vórtice, lo absorbía todo, dicen, a un hábitat artístico poblado por el séquito que grababa sin cesar, sin nunca saber qué se iba a contar.

Qué importa, dice Welles.
"Es más interesante estar aquí discutiendo la película contigo que ponerme a filmarla" le dice a una periodista, y me viene a la cabeza eso que dicen de que la vida es el eterno ensayo de una obra que nunca se estrenará.
Cuando amigos, productores, convidados de piedra y hasta todo Hollywood en celebración de su persona le dió la espalda, él siguió sin estrenar una mierda: eso habría sido admitir que hay un final, que acabaría de decir lo que tuviera que decir, como si la película le estuviera soñando a él y no al revés.

Hay aquí una poética sobre no abandonar, sobre el fascinante escenario de una obra sin final, con la que es complicado no encariñarse.
Cuántos felices accidentes, cuántos diálogos por descubrir.
Pero, al final, Welles era humano, y no podía esquivar ni la propia muerte... ¿o quizá sí?
Su nueva película es carne de conversación en los círculos especializados, y hasta yo estoy viendo este documental sobre lo que pasó: no ha terminado, seguimos siendo otros los protagonistas de su obsesión, absorbidos por el vórtice del legado que dejó.

Si tan solo hubiera una cámara...
Seguro sería él, muerto de risa llorosa como en el plano final, el que nunca nos diría "¡corten!".
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4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
Al otro lado
Buena parte del interés —y no es poco— de este documental radica en su contribución al esclarecimiento del accidentado rodaje de “The Other Side of the Wind” (Al otro lado del viento, 2018), película maldita cuyo director, el gran Orson Welles, no pudo terminar y que ha sido al fin culminada bajo los auspicios de Netflix.
El título mismo nos da pistas de la disfuncional relación de Welles con ese Hollywood que, tras exaltarlo a la categoría de niño prodigio, o mimado —rodó “Citizen Kane” (Ciudadano Kane, 1941) a los veintiséis años—, le dio la espalda miserablemente, obligándolo a un exilio de dos décadas en las que anduvo dando tumbos por Europa, mendigo de una financiación siempre exigua para sus quiméricos proyectos. Imagino que, con independencia de las dificultades que suele entrañar el trato con los genios —Welles indudablemente lo era, y al parecer, de un corte más bien despótico—, subyacería a su defenestración una cuota generosa de envidias, resentimientos y cuentas pendientes. El tiempo, que —dicen— todo lo cura, no trajo en este caso la reconciliación, y el retorno del hijo pródigo no se vio saludado con los parabienes presupuestarios que el talento de Welles hubiera merecido. Antes al contrario, algunos de sus manejos para conseguir fondos rebosan las costuras de lo abracadabrante para adentrarse en el territorio de lo patafísico, incluido un préstamo del sátrapa persa luego destronado por la revolución de Jomeini.
La historia viene meticulosamente desgranada en la voz de quienes le acompañaron durante el penoso periplo, entre ellos su “apóstol” —así se autodenomina su personaje en “The Other Side of the Wind”—, el crítico y asimismo cineasta Peter Bogdanovich, quien no disimula el poso de amargura que le dejó un desaire que su admirado —venerado— Orson Welles le dedicara en “prime time”. Abundan las imágenes de archivo con el corpulento director explicando la que debía ser su obra maestra, aunque mis favoritas son las que recogen su corrosivo discurso de (cualquier cosa menos) agradecimiento por ese triste sucedáneo que constituye el Oscar honorífico. Muy ilustrativas son también las referencias a la película dentro de “The Other Side of the Wind”, delirio entre “kitsch” y subjuntivo admisible sólo en tanto parodia feroz de cierto cine “atmosférico” entonces en boga. No me ha gustado tanto, porque no la comparto, la pulsión, freudiana y postmoderna, de (homo) sexualizar el cosmos. Me explico: Welles y Huston eran un par de amigotes con un gusto común por hacer de su capa un sayo. Sin más. A veces no hay porqué buscar tres pies al gato, ni romance donde únicamente había una sanísima camaradería energúmena.
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3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
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