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Fragmentos de Lucía (2016)

Sinopsis
Lucía viaja a Valparaíso a buscar a su madre a quien nunca ha conocido después de recibir una carta de ella. Una vez que llega al supuesto lugar de encuentro, no halla rastros de su madre. Sin embargo decide seguir buscando y en su viaje por la ciudad, conoce a diferentes personas que la ayudan a reconstruir su propia historia. (FILMAFFINITY)
Género
Drama
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Chile Chile
Título original:
Fragmentos de Lucía
Duración
89 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
7
Viaje al corazón de la memoria
El cine de autor siempre suma tanto fanáticos como detractores. Desde la invalidación del término por los más puristas hasta acusaciones de esnobismo e innecesarias pretensiones artísticas, ese cine que muchas veces pone a la ejecución por sobre la propia historia y que le da énfasis a la super realidad de sus personajes, nunca será del gusto de todos y contra ello luchará siempre. Jorge Yacoman, en tan sólo dos películas, ya ha sido capaz de imprimirle un sello propio y muy particular a su cine, con dos títulos que, desde la misma premisa, retratan y conmueven.

Lucía (Javiera Díaz de Valdés) nunca conoció a su madre. Ni siquiera sabe si aún vive. Pero una carta la lleva de viaje a Valparaíso para intentar reconstruir su pasado, sin muchos recursos, excepto la colaboración de Ose (Clara Otarola), una improvisada amiga, y un sinnúmero de personas que ayudan a Lucía, pista tras pista, a desenterrar su historia y recuperar sus recuerdos, inclusos algunos que jamás existieron.

La soledad y la depresión como consecuencia, el abandono naturalizado, la inseguridad propia de a quien le arrebataron su identidad. Al igual que en ‘La Comodidad en la Distancia’ (2014), su ópera prima y anterior trabajo, ‘Fragmentos de Lucía’ se desarrolla como una road movie (pero a pie) en un viaje infinito de realidad y descubrimiento. No sabemos si Lucía ha llevado o no su vida en un estado de confort, cual es su nivel económico, su estado de salud ni si ha carecido o no de oportunidades sociales. Poco importa. Del momento que lee una carta escrita por su madre tras regresar a Santiago desde Buenos Aires, ella se ve obligada a ir en su búsqueda, y en este punto es donde nos conectamos con ella, y la empezamos a conocer, conociendo fragmentos de su historia.

Cámara en mano, su director recurre a largos planos que acompañan a Lucía por las calles del Valparaíso más triste de todos, donde pareciera que la esperanza abandonó a cada uno de quienes se cruzan en su camino: almaceneros, carabineros, la vieja escuela, familiares y nuevos amigos. Una ciudad que ella dice desconocer, que la abraza y luego la golpea, como la relación sentimental más tortuosa que podría haber tenido (y quizás tuvo), pero que a veces intenta, a gritos, devolverle su lugar en este mundo, como culpándose de ser la ciudad que le esconde una verdad arrebatada sin haberle pedido permiso. Acá es fundamental el trabajo de Javiera Díaz de Valdés (‘Se Arrienda’, ‘Teresa’) en su primer protagónico en cine, quien dota a Lucía de una naturalidad que el guión le exigía más que nunca y que logra conducir a través de una serie de estados que rozan el límite entre la realidad y la fantasía; la esperanza, el hastío y la enajenación.

Los simbolismos y metáforas narrativas abundan en el cine de Yacoman y, con ello, los silencios largos e incómodos, las conversaciones llenas de realidad que pueden parecer intrascendentes y alejadas de cualquier falsa teatralidad. Casi como una marca registrada, el director rompe con la sintaxis clásica de la continuidad, suprimiendo acciones o sucesos que se dan por hechos para luego llevarnos al siguiente escenario, pero comprendemos todo, lo que compensa el ritmo que la cinta necesita, y que carece de él, a partir de su aletargada y contemplativa puesta en escena. Esa imperfección de la vida real es lo que finalmente Yacoman persigue y alcanza, con un resultado reflexivo y que no pierde ni en profundidad ni en un interesante trabajo de edición, fotografía y banda sonora, y donde los personajes no son juzgados sino desnudados, puestos a prueba en su moralidad y expuestos al destino.

Cine subjetivo y su punto de vista sobre la vida, dejando a un lado a ratos la historia y centrándose en la psicología de los personajes. Muchas veces, el cine chileno es criticado por su ritmo cansino y el repetitivo abordaje de dramas contenidos que beben de una generación postdictadura sufrida y amenazada. En este caso, si bien Yacoman puede ser encasillado en este grupo en términos narrativos por ese público general que estigmatiza como un sinónimo al cine chileno a este tipo de realizaciones, este es capaz de poner su firma a un estilo que lo sabe llevar muy bien a la pantalla gracias a un montaje inteligente, un casting inmejorable y un manejo del lenguaje que demuestra identidad y una madurez que se va forjando camino, entre claros y oscuros, intentando consolidar un cine de autor poco explorado y explotado en Chile que, aunque mal vilipendiado, es la piedra angular para escribir y filmar con libertad y democracia visual, esa honestidad que siempre se agradece y que, hoy por hoy, mucho se extraña.


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