El amor nunca muere (1921)

Los grandes directores de cine se han caracterizado, entre otras cosas, por su lucha frontal contra todos los signos de opresión que puedan darse en la sociedad. Todo lo que deniegue la autodeterminación de un ser humano, su derecho a elegir y a sentirse libre sin dañar a nadie, va en contra de los más elementales principios de convivencia, y aquellos que se erigen en opresores contra un grupo social cualquiera o en impositivos determinadores de lo que debe hacer con su vida tal o cual persona (aunque se trate de su propio hijo), por el simple y vago hecho de creerse poseedores de la Verdad, lucirán siempre desteñidos y necios ante los ojos de la moral y ante la esencia del arte, y el papel de estos será demostrar ¡cuánto daño han hecho con su arrogancia y con sus frecuentemente ilusas presunciones de sabiduría!

“EL AMOR NUNCA MUERE”, es otro filme que se inscribe en esta línea de alegato contra la tiranía paterna, con una historia de amor tan sencilla como efectiva en su marcada denuncia, pues, con precisos detalles, nos deja constancia de cuán errados pueden ser los prejuicios humanos, cuando no nos tomamos el justo tiempo para conocer a fondo a aquel que con saña se pretende condenar.

John Trott (Lloyd Hughes), es un muchacho agradable residente en Ridgeville, quien de pronto se entera de que, la mujer que ha sido su madre por muchos años, no es su verdadera madre. Desolado, se marcha entonces… y pronto se enamora y se casa con Tilly Whaley (Madge Bellamy), una chica bien cuyo padre no va a perdonarle cuando se entere de con quien ha contraído nupcias.

En esto, puede resumirse una historia basada en la novela “The cottage of delight” (1919), escrita por Will N. Harben (1858-1919), un autor que ahora se encuentra bastante olvidado, pero que fuera muy bien acogido en las primeras décadas del siglo XX. La historia es bastante extensa, pero el director King Vidor -quien ha hecho también la adaptación cinematográfica- ha retomado lo que más le interesó: la relación padre-hija-yerno, asumiendo una férrea oposición contra los prejuicios de toda índole.

Lo curioso y queda aquí muy bien recreado (relacionaré escenas claves en este párrafo), es que hay padres que no piensan que, pretender matar al hombre que su hija ama, podría ser una de las peores formas de ir en contra de lo que dicen defender. O que arrebatar de su hogar a una hija profundamente enamorada de su marido, para reducirla a esclava en su viejo hogar o para casarla con otro hombre, es un ultraje al que nadie tiene derecho, pues solo conlleva infelicidad y desgracia.

La historia incluye un trágico accidente en tren, realizado con evidentes maquetas de regulares recursos, pero no obstante, consigue verse eficaz como ocasión para demostrar la moral que posee el personaje central. El resto es un cuento romántico y apasionado, en el que sus protagonistas -acreditadas estrellas del cine silente- logran sensibilizarnos y dejarnos ese claro gusto a cine aleccionador que cumple con su papel de crítica social.

Título para Latinoamérica: “¡OH, DULCE AMOR!”