El espejo de las tres caras (1927)

Retórica visual para la estantería de virguerías cinéfilas (manos acariciando el agua, un meñique recogiéndose pudoroso sobre la copa, etc.*). Epstein rebusca en la sensualidad y el romanticismo no mediante la exaltación del habitual contenutismo o el préstamo de otras disciplinas artísticas, sino apelando a lo experimental y a un montaje corto de primeros planos, superposiciones y fotografía que juegue con los ángulos y la iluminación. La película, además, evita la linealidad expositiva clásica al ahondar mediante el flashback en las posibilidades expresivas de una perspectiva cinematográfica plural (tres caras del espejo).

El realizador, como buen teórico vanguardista, cocina sus ideas programáticas en celuloide con reminiscencias de otros ingredientes archiconocidos: naturalismo poético (<<Una partida de campo>> de Renoir…), montaje de relaciones y dogmas formalistas rusos sobre la puesta en serie, anticipación del frenesí catártico en la ulterior nouvelle de la imagen como factor evocador y rítmico -no tanto narrativo-, etc.


* destaco ejemplos de pausa y puesta en cuadro pese a ser ésta una película de edición virtuosa. Semejante contradicción infantil se debe al visionado de <<Le tempestaire>> (J. Epstein-1947). Película que evita “excesos” de montaje en un estilo donde la pausa sustituye al ritmo en el encadenado visual. Involuntariamente, al verlas a la vez, se me ha metido entre ceja y ceja una comparación -absurda por escasa, puesto que solo he visto esas dos cintas del director- que acusa de fría a la destreza mecánica y avant-garde que emplea Epstein en esta <<La glace à trois faces>>.