Los relatos sobre robots estuvieron muy de moda (literatura, cine..) en los años 50-70 del pasado siglo. Se sentía entonces una gran fascinación por futuras máquinas, creadas por el hombre, para realizar determinados trabajos.
Muchos de estos relatos se preguntaban qué pasaría si esos robots alcanzasen un determinado nivel de consciencia e inteligencia; y se apuntaban diversas respuestas más o menos amables, más o menos crueles.
El ruso-americano Issac Assimov fue quizá el escritor por excelencia del tema.
En una novela de Assimov se basa la película "El hombre bicentenario".
La película entretiene (e interesa), pero peca sin duda de excesiva inocencia, edulcoramiento y linealidad. Chris Columbus es un director de oficio y eficaz en el tinglado cinemátográfico-industrial americano, responsable de diversas películas de éxito (Solo en casa) para ver en familia.
Columbus nos regala una película para ver en Navidad, en un cine de un centro comercial, después de haber comprado los regalos; y provistos de palomitas y Coca-Cola. Y con los niños, claro.
Así, un argumento inicialmente prometedor conduce a una película pelín empalagosa, con la siempre empalagosa presencia de Robin Williams. Y se hace previsible, y entra en muchas contradicciones y lagunas (que no importa porque estamos en Navidad) y hasta consigue que a alguien se le escape alguna lágrima. Y al salir del cine el niño dirá: ¡ Que bonita! ¿Verdad papá?
Spoiler:
La inmortalidad, qué gran tema para hablar.