La vida a través de los ojos de un joven albañil negro, rastafari en su excesivo tiempo libre, que come y duerme en casa de su abuela y callejea Lisboa buscando diversión e identidad. Un día decide ir a buscar las raicillas perdidas de sus ascendientes y se planta en Cabo Verde donde tal vez pueda encontrar a su desconocido padre.

Más que un viaje iniciático es un intento de satisfacer la curiosidad y descubrir la tierra de sus antepasados, por momentos, no es capaz siquiera de sacudirse la etiqueta de turista. Pero cuando el aguardiente y la yerba dan paso a la lucidez, Miguel puede sentir la sintonía entre su sangre y las almas de esclavos cuyos jirones, enganchados en las piedras del embarcadero, titilan con el viento del atardecer.

La explosión de color caboverdiano, la música cabalgando cualquier escenario y las andanzas titubeantes del protagonista, no son los mejores vehículos para centrar ningún debate existencial. Si bien conducen al entretenimiento y a la simpatía por el aspirante africano.