El Premio Miguel Delibes al mejor guión ha sido este año (Seminci 2018) para esta ópera prima del danés Gustav Möller que narra los afanes de redención de un policía castigado por abuso de fuerza con consecuencia de muerte. Su trabajo temporal en una centralita de emergencias (Tlf. 112) le pondrá en contacto con una mujer en apuros a la que intentará ayudar combatiendo el aletargamiento al que su propo sentimiento de culpa le tiene condenado.

El gran mérito del novato director es conseguir que el espectador se convierta en personaje principal de la acción, porque será él (el elemento pasivo de la sala de butacas) quien ponga rostro a los que solo tienen voz; color a la noche tormentosa que se adivina entre supuestas luces de autopista y regueros de agua, que se oyen correr por los cristales de un coche; y se dejará guiar contrarreloj por la profesionalidad de Asgar, aunque sin desactivar en ningún momento las dudas que un individuo al borde del colapso puede transmitir.

La habilidad para hacer viajar al que está al lado acá de la pantalla, es el principal acierto de una historia que parece simple pero que en paralelo nos va descubriendo la personalidad del hombre del teléfono y la de quienes están al otro lado de la línea, con algún giro sorpresivo que, de no ser descubierto a tiempo, redundará en beneficio del resultado final.