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España España · Cáceres
Voto de Sinhué:
7
Drama. Comedia España 1960. Es el inicio del desarrollo español. La industria se reajusta, y muchos obreros son despedidos. Martín es uno de ellos. Vive con su mujer, Pilar, y su hijo, Pablo, de cinco años, compartiendo el sótano de sus padres, porteros de la finca. La situación provoca que, con el impulso de Marcos, amigo de Martín, decidan emigrar a Suiza, aunque sin contrato de trabajo y haciéndose pasar por turistas en la aduana. Pilar y Pablo se ... [+]
4 de julio de 2019
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fueron justo los años, en que transcurren los hechos de "Un franco, 14 pesetas", cuando mi padre, a cuya memoria dedico esta crónica, escapó hacia Holanda huyendo de las tierras del señorito, de la explotación y la miseria con una maleta semi-vacía de cartón duro. Un florín, de los de entonces, rondaba las diez pesetas (llegaría a situar su cambio cerca de las 80, antes de la llegada del euro), y para un hombre de la montaña y el campo extremeños, la ciudad central de Philips (Eindhoven), se encontraba al final de un largo viaje interplanetario.
Mi padre, como el Martín de Carlos Iglesias, solo buscaba dignidad; para él y, sobre todo para un par de churumbeles (cinco años el mayor) y una "viudita" a los que solo abrazaría, durante un tiempo, dos o tres semanas del año.
Sí, fueron fechas en que la patria se nutrió de turistas y nóminas de los desterrados. Los pobres, como ahora, no eran conscientes de lo importantes que eran ni de como se repartían sus sacrificios los diseñadores de economías y regímenes políticos.

Todo lo que aparece en esta película, más que creíble, es milimétricamente cierto. Doy fe, ya que soy deudor y víctima de aquella ola que vació pueblos; muchos de ellos, por cierto, reciben ahora, a pedradas, a los emigrantes del siglo XXI, que piden lo mismo que nuestros antecesores: pan y rosas.
Es verdad que la mayoría de países europeos recibieron a los nuestros con simpatía, aunque solo fuera por el hecho, nada despreciable, de que iban a desarrollar los trabajos que a ellos ya les resultaban penosos. Pero para los españoles, acostumbrados a las jornadas de sol a sol y a los salarios alimenticios (chusco de pan y escudilla de aceite), aquello era un paraíso laboral.

Curiosamente los "desertores del arado", aprendices de taller, obreros sin cualificación, rebeldes con causa y resistentes de la dictadura, encontraron más allá de nuestras fronteras, salvo excepciones, cualidades desconocidas e inolvidables: la comprensión, e incluso el afecto; mientras sus nietos, "la generación más preparada de la historia", está siendo objeto del abuso, el engaño y el pillaje de los buitres especuladores, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras; aunque hemos de sentirnos ufanos por pertenecer a la crema del nuevo orden globalizado.

Martín, Marcos, Pilar y Pablo éramos quienes ahora miramos atónitos la deshumanización, o nos hemos muerto sin haber conseguido, a pesar de los esfuerzos, un mundo mejor.

El caprichoso destino quiso que el patriarca de mi propia historia, al que dedico estas emocionadas letras, aparezca fotografiado en los créditos finales de la cinta de Carlos Iglesias. Es el joven con gafas oscuras y sombrero que posa, en blanco y negro, al lado de un vehículo de la época; una licencia que se tomaban quienes ni siquiera poseían una bicicleta, para deslumbrar a quienes quedaron en las aldeas rebosantes de cuadrúpedos; allá en recónditos lugares, entre los Pirineos y África.
Sinhué
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