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España España · Cáceres
Voto de Sinhué:
9
Drama Un samurái pide permiso para practicarse el Seppuku (o Harakiri), ceremonia durante la cual se quitará la vida abriéndose el estómago al tiempo que otro samurái lo decapitará. Solicita también poder contar la historia que le ha llevado a tomar tan trágica decisión. (FILMAFFINITY)
24 de abril de 2019
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El honor (¿quién sabe qué es eso?), la fidelidad a la patria o al señor (que suelen ser el mismo concepto), los códigos y protocolos (de ciego seguimiento), los formalismos (que liberan del incómodo pensamiento)…, formaban parte de la mochila vital de los samuráis del siglo XVII y también de los encargados de guerrear en nuestros días. Aunque, cierto es, que aquellos eran más profesionales y estilistas, menos chapuceros; y solían adelgazar los abusos, en su rutinaria y amedrentadora faena, cuando se trataba de acciones complementarias como: rapiña, violaciones, exterminios étnicos o, por el mismo precio, finiquito de futuras molestias de niños y ancianos (“limpiándolos el forro”, por supuesto). La novedad de estos servicios extras, tal vez radique en que antes se peleaba más en campo abierto y entre ejércitos; ahora, en cambio, los diseñadores militares basan su éxito en el número de civiles muertos, fruto de los bombardeos en pueblos y ciudades, o con inmolaciones (según cual sea la táctica); eso sí, no te mata una torpe catana, lo hará una bomba inteligente o un integrista tarado. Aunque la muerte siempre fue algo muy serio que necesitó una excusa para justificarse: una ofensa imperdonable, un dios justiciero, autodefensa, santas cruzadas...Todo suena menos burdo que tierras, castillos, vasallos y animales del gran daimio; o el control universal del petróleo y sus derivados, en nuestros días.
Detrás de aquellos gladiadores remunerados, ejemplo al que acuden los generales de hoy, estaban los intereses de grandes nobles y fortunas (las corporaciones y multinacionales de nuestra era globalizadora).

Si bien esta gran película de Masaki Kobayashi, es más profunda que mi “sinuhenólogo” inicial, no he podido reprimir el paralelismo y la constatación del escaso avance de la humanidad en algunos aspectos esenciales. Quinientos años después, algunas mentes ilustres siguen señalando a la paz como causa apocalíptica que nos arrastraría a los más profundos infiernos; pues si ya hay ejemplos en la historia, como aquellos samuráis que se quedaron sin trabajo, allá por el 1.603, ¿qué pasaría si la mayor industria mundial quebrara, qué número de desempleados nos arrastraría a la mendicidad?, así pues la paz hay que defenderla en la batalla (general dixit), y bla, bla, bla. Como veis un reduccionismo propio de mentes estrellas, pero ¡ojo!, alguno de estos jíbaros ya nos gobierna.

Y a lo que íbamos, por nada del mundo os perdáis este alegato a favor de la coherencia y la verdad del japonés Masaki Kobayashi (1916-1996), basado en la novela Ibun rônin-ki de Yasuhiko Takiguchi (1924-2004); aunque no os gusten las historias de rônins, esos perdedores sin amo que vagabundean, como los toros malheridos, buscando un lugar tranquilo y digno para morir. Porque toda la acción, aunque espectacular, de esta película es tan solo circunstancial. Lo que nos inunda, tras conocer los caminos y el destino de Hanshirō Tsugumo y Chijiiwa Motome, son: estados de ánimo universales; preguntas elementales, sin respuestas lógicas; certezas inasumibles...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sinhué
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