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Voto de Strhoeimniano:
10
Ciencia ficción. Fantástico Scott Carey (Grant Williams) navega con su mujer en una lancha motora y, mientras ella va a buscar una cerveza, se ve envuelto en una extraña nube. Unos meses después, empieza a notar extraños cambios en su cuerpo: poco a poco va perdiendo peso y altura hasta hacerse casi invisible. A partir de entonces, su vida será una pesadilla, una lucha constante por la supervivencia, en la que lo cotidiano (un gato, una araña) representa para él ... [+]
14 de junio de 2013
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jack Arnold concentró lo mejor y más interesante de su producción, que es bastante prolífica: 83 títulos, en la década de los años 50. En siete años escasos de esa década realizó, nada más y nada menos, que 18 películas. Cuando uno ve una película de este interesante director ( “Tarántula,” o “Llegó del más allá,” por ejemplo) siente que se halla en lo más profundo del modo de vida americano. Sin embargo, pese a esos escenarios tan inequívocamente americanos, el mundo que refleja Arnold pronto deja de ser terrenal. Alienígenas del espacio exterior o gigantescas arañas dotan a este espacio familiar de un mal sombrío y amenazante que te sobrecogerá.
“El increíble hombre menguante,” aparte de ser una de las mejores películas de ciencia ficción de todos los tiempos, es la mejor muestra de esta constante en su obra. El director lleva a la pantalla una novela de Richard Matheson, que realiza aquí uno de sus primeros trabajos como guionista. En si, lleva los preceptos que había planteado en “Tarántula” a un más difícil todavía, pues aquí la amenaza no será el gigantismo, sino la normalidad más cotidiana sólo que contemplada desde una nueva y magistral perspectiva.
La historia es cien por cien, Matheson y responde a esa ley del terror que dice que este llega en el momento en el que lo “extraño” aparece en la normalidad; sólo que aquí el planteamiento es, si cabe, más arriesgado pues lo que resultará ser una amenaza es lo cotidiano, la pura cotidianidad de ese fortín en el que nos parapetamos y llamamos “hogar.” La historia que nos narra es la de Scott que durante una excursión al lago atraviesa una misteriosa niebla. Tiempo después comienza a mermar su tamaño.
Lo magistral es cómo nos muestra el proceso. Por ejemplo, el momento en que se entera de que algo raro sucede es empleando un elemento que en la historia del cine nunca supuso amenaza alguna: el beso. Cuando su mujer comprueba que no tiene que ponerse de puntillas para besarlo, un escalofrío se apodera de nosotros como espectadores. Lo maravilloso de Arnold es que un elemento aparentemente inocuo como ese, se revela como terrorífico. Esta estrategia estará presente a lo largo de toda la película. La mirada de Arnold sobre el terror es asombrosamente moderna, y comparte esta visión con “La parada de los monstruos,” a la que por cierto realiza un sentido homenaje con la amistad de Scott con el enano. Desde esta renovada perspectiva, lo que nos dice Arnold y Matheson es que el terror surge de la mirada, de cómo interpretamos eso que estamos viendo, es decir: no propone un mundo, sino una forma de mirar ese mundo. Pero hasta en eso hay escalas. Al principio de la película, cuando comienza a consultar su “anormalidad,” todo el mundo intenta darle los mismos ánimos que se le dan a un enfermo, hasta su mujer, refiriéndose al anillo de bodas, le dice: “Mientras lo tengas, me tendrás a mí.” Por supuesto, Arnold mostrará, breve tiempo después, como la pérdida del anillo refleja la pérdida de confianza de su entorno, pero también la soledad más absoluta de Scott respecto a la situación que está viviendo.
Pierde un mundo; pero descubre otro. Como decía anteriormente en esta película hay escalas: poco a poco Scott se va percatando de como lo desconocido va surgiendo ante él (De medir, 1'85 pasa a necesitar ayuda para bajar del sofá y a terminar viviendo en una casa de muñecas). El mundo antes tan acogedor lo va expulsando poco a poco. Es curioso como esta expulsión ocurre en el mismo momento en que Scott cambia de actitud ante su situación: pasa de ser pasivo a activo.
Cuando comentaba antes el poder de Jack Arnold para hacer irreales lo espacios más terrenales es en esta película donde encontramos la mejor muestra de su genio: el sótano. Este espacio, al que cae accidentalmente, se revela como un espacio hostil e inhóspito. Ya no tiene sitio (sentido), en el “mundo de arriba” (lo que era su hogar, en definitiva), así que es expulsado al “mundo de abajo” (que para Scott viene a ser como si aterrizara, de repente, en Dantooine, por poner un caso; además a esta expulsión se le añade el suspense de la partida de su mujer). Y ahí, en ese territorio desconocido, solo cuenta con una herramienta: su ingenio.
Respecto al final que la palabra “Dios” figure en ese parlamento, es una imposición de la productora. Ni Arnold ni Matheson querían dar tal pretenciosidad a la historia; pero esta inclusión no logra tumbar la que quizá sea la mejor película que ha tratado el tema de las mutaciones y que tiene más chicha de la que aparenta. Una genialidad de un hombre que brilló con una singularidad única en la ciencia ficción.
Pero terminemos la crítica siendo redundante: OBRA MAESTRA, repito, OBRA MAESTRA.
¿Se me escucha? ¿Se me ve...?
Strhoeimniano
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