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Voto de Strhoeimniano:
10
Drama En los estudios de Cinecittà, el director Alessandro Blasetti está haciendo un casting para seleccionar a la niña que actuará en su nueva película. Entre las madres que han llevado a sus hijas está Maddalena Cecconi, una mujer de barrio que sueña con ver a su hija en el Olimpo de las grandes estrellas. Contra la voluntad de su marido, Maddalena no repara en medios para conseguir su objetivo: inscribe a María en un curso de baile y ... [+]
22 de junio de 2013
17 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con una historia de Cesare Zavattini, guionista de las películas más importantes de V. de Sica como: “Ladrón de bicicletas,” “Milagro en Milán,” o “Umberto D,” y uno de los grandes teóricos del neorrealismo italiano, y guión del propio Visconti con la colaboración de F. Rossi y Suso Cecchi D'Amico (otro de los guionistas importantes del neorrealismo que dejó su huella en “Roma, ciudad abierta,” “Ladrón de bicicletas,” o “Milagro en Milán”), el director milanés realiza su tercer largometraje contando con la colaboración de la gran Anna Magnani.
La historia que nos narra es la madre de un barrio obrero que deslumbrada por los mitos fáciles quiere escapar de toda la miseria que la rodea. Para eso cuenta con su mejor pasaporte: su pequeña hija María (magistralmente interpretada por la niña Tina Apicella) a la que presenta a unas pruebas para la próxima película del director Blasetti. Maddalena (Anna Magnani) no reparará en ímprobos sacrificios con tal de cumplir su obsesión.
Visconti nos ofrece este último drama neorrealista antes de embarcarse en proyectos más “barrocos” (su siguiente largometraje sería “Senso,” y no volvería a los presupuestos neorrealistas hasta rodar “Rocco y sus hermanos,” con la que finalizaría este ciclo para entregar posteriormente obras como “El Gatopardo,” “La caída de los dioses,” o “Muerte en Venecia”). La película atrapa a la perfección ese carácter italiano que encontraba en la Magnani el mejor vehículo para mostrarlo. Parece ser que la Magnani era un volcán de emociones y en perpetua creación (la “romántica” escena del río con Walter Chiari es una improvisación de ella), pero ese carácter abrumador halló en Visconti a un gran domador que pudo domesticar su avasalladora energía. La película es ella. Desde el minuto uno su gran expresividad llena la pantalla hasta traspasarla con esa autenticidad apabullante que tenía esta gran actriz. No importa el plano en el que nos la muestre, la Magnani reina.
La película es un drama soterrado, sepultado en la mirada y las carnes de la Magnani, genialmente filmado por Visconti. Es maravilloso ver el latir de la vida que ofrece Luchino, lleno de momentos puramente documentales, pero con una puesta en escena cuidadísima, significativa, jugando con el cine dentro del cine (del que no realiza un retrato precisamente amable). Podemos elegir cualquier secuencia y en ella Visconti mostrará ese vivir lleno de momentos excepcionalmente cómicos (las clases de baile, los rumores de la espera en el casting, el corte de pelo de María, etc.) pero que adquieren otro peso ante la mirada que vemos en la Magnani; lo mismo ocurre cuando la secuencia es plenamente dramática (la visión de la prueba de la niña, el deambular por la noche romana o la llegada a casa), la franqueza y autenticidad de la Magnani la catapultan a altura que sólo ella podía alcanzar. Los primeros planos te dejan sin aliento. Mudo y asombrado ante la expresividad que logra esta gran actriz italiana. Su rostro, con esa fuerza que proyecta, es una gran mascara en la que cabe de todo, pues Visconti le ofrece un papel con todos los ingredientes para hacer una composición magistral. Pero no está ella sola. La galería de personajes que asoma por esta magistral película tejen un tapiz de una riqueza de la que ahora carece el cine italiano. Desde los caracteres populares (la descripción de la vida del barrio, del edificio es rica con personajes como la portera, las vecinas, la indolente paciente a la que pincha Maddalena, su suegra, etc.) hasta otros más compuestos y cinematográficos como el propio Walter Chiari que aquí interpreta Alberto Annovazzi, un trabajador del cine que en su lucha por sobrevivir no sabe de escrúpulos, o la “aparecida” Mimmeta (interpretada por Linda Sini), una actriz olvidada, dejada al borde del camino y la vida, y que se encargará de la dicción de la pequeña María en su búsqueda, como los demás personajes de la obra, de una supervivencia que se hace difícil.
Merece un comentario la visión que Visconti ofrece del cine. Como dije, su retrato no es benévolo, por lo menos con la clase de cine en el que espera triunfar María. Aunque no se nos dice mucho del proyecto, lo poco que sabemos nos hace intuir que no realizarán una película muy pegada a la realidad (magistral la secuencia del fotógrafo en la que otra madre habla de la película convencida de que su hija conseguirá el papel embutida en un tutú); por otra parte, esos retratos breves pero certeros, nos hacen ver que esta profesión está llena de directores soberbios y cretinos que puede que tengan sensibilidad para gastar película, pero no para comprender ni la humanidad a la que filman ni a las personas que tienen delante. De hecho, su retrato finaliza mostrando ese sueño al que aspiran como una pesadilla donde el precio a pagar es nada más y nada menos que la dignidad.
El final maravilloso. Fijaros en la carnalidad de la Magnani en esa secuencia final cuando abraza a su marido. Magistral, ¿verdad? No podía ser menos. En “Bellísima” todo brilla a esa altura.
Strhoeimniano
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