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Voto de Peter Gabriel 77:
5
Drama La acción se desarrolla en Liverpool en el seno de una famila obrera. El padre ha muerto y, delante del ataúd, su esposa y sus hijos empiezan a recordar el pasado. Reviven anécdotas insignificantes, pequeñas alegrías, episodios dolorosos.
12 de febrero de 2010
20 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las películas capitales de los años ochenta. Así la define un tal Miguel Angel Palomo entre hipos, no cabe duda, después de cerrar el último bar. O eso o, vista la buena opinión que se tiene de ella por la red y el aura de culto que arrastra, de nuevo vuelvo a andar perdido, aunque yo abogaría por lo primero, obviamente. Opera prima de Terence Davies y seguramente mi particular hola y adiós a su filmografía. Davies, al que no se le puede negar un estilo y unas intenciones muy particulares, una voz, en definitiva, esboza aquí un drama familiar que parte de la defunción del cabeza de familia para ir desgranando, a base de viñetas y retazos, una estampa de sus risas y sus lágrimas, sus aliolis y sus sinsabores. El primer cargo que le imputaría yo a Davies es el modo que tiene de atiborrar la función de cuatrocientas canciones tradicionales irlandesas e inglesas que acaban por ser más dolorosas que los golpes de Truffaut, ya sea mediante la BSO o mediante los personajes, que parecen vivir inmersos en un continuo musical melancólico, orgullosos de poseer el remedio definitivo para los silencios incómodos y los infortunios, y así se pasan la vida, cantando con una pinta en la mano. O eso es al menos lo que decide mostrarnos Davies, en un claro intento de enternecer al pequeño Shane McGowan que todos llevamos dentro sin tener en cuenta los daños colaterales. Así pues, la voz de Davies consiste en una frialdad dramática, salpicada de ocasionales accesos de comedia aprovechables, ribeteada de melancolía en fosforito, un acentuado sentido estético que asfixia la emoción, y una épica intimista muy inflada, todo ello sacando bastante pecho y con la camisa desabrochada hasta el tercer botón, sin percatarse de que la forma mata al fondo. Como atenuante cabe reseñar que Davies, supongo que consciente de la densidad de su brebaje, ajusta la duración a 80 minutos, cosa que se agradece. Y este es el sabor de la resaca, al menos el mío, por que parece ser que allí donde va triunfa, ya digo. Y en este punto llamo a declarar a Chet, cuya opinión sobre ella en la licorería fue la causante de que descorchara esta botella.
Peter Gabriel 77
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