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Voto de Samizdat:
9
7,2
732
Comedia. Drama. Bélico
En el Nápoles de los años 30, el taimado y oportunista Pasqualino intenta por todos los medios hacer carrera en la camorra, para alcanzar una posición de relieve dentro de su clan. Irónicamente apodado “Settebellezze” (siete bellezas), por la fealdad de sus hermanas, este pendenciero quiere rescatar su propio honor amenazando al hombre que ha obligado a prostituirse a una de ellas. (FILMAFFINITY)
26 de junio de 2011
38 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Es posible aunar en una misma película la reflexión sobre el Holocausto y el humor más zafio? ¿Hablar de la más terrible degradación del ser humano al tiempo que se hace reír al respetable con chistes de pedos y letrinas? Aunque no lo parezca, es posible. Lina Wertmüller lo hizo en esta película, y el resultado es una obra maestra inapelable, una comedia dramática que está, a mi modo de ver, entre lo mejor y más profundo que el cine ha podido decir acerca de la barbarie nazi y, por extensión, acerca de la condición humana.
Las películas de Wertmüller no son, sin duda, un manjar apropiado para todos los paladares. Más que a degustar un exquisito bistec, la experiencia de ver alguna de sus obras equivale a darse un atracón de callos con garbanzos, tan apetitosos como grasientos. «Pasqualino Settebellezze» es la mejor de las tres películas de Wertmüller que he visto (las otras son «Mimí metalúrgico herido en su honor» y «Film de amor y anarquía»), y no precisamente porque se aparte de su línea habitual, sino más bien porque la lleva al extremo. Relata la historia de un hampón napolitano de poca monta, Pasqualino, apodado irónicamente «Siete Bellezas» por tener siete hermanas, a cual más fea. Lo conocemos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando acaba de desertar y se pierde por los brumosos bosques alemanes hasta que es capturado y enviado a un campo de concentración. Al tiempo que se nos cuenta esto, mediante una serie de flashbacks sucesivos se nos relata su vida en Nápoles antes de la guerra y el crimen que se vio obligado a cometer para mantener el «honor» de la familia, con resultados catastróficos. Dos líneas argumentales, por lo tanto, con un marcado contraste visual: la luminosidad del sol de Nápoles y su abigarrada y barroca arquitectura frente a la siniestra y desoladora penumbra de los barracones del campo de concentración alemán. El acertado montaje permite un interesante juego de espejos entre las dos historias que se nos cuentan: en Nápoles, Pasqualino hace lo imposible por cuidar su imagen y su concepto del honor; en Alemania, ya sólo cuenta sobrevivir a toda costa.
A lo largo de ambas líneas argumentales, lo esperpéntico y lo macabro van frecuentemente de la mano, aunque es cierto que las secuencias del campo de concentración, aun sin excluir el humor, son de una enorme dureza. En un ambiente irreal (semioscuridad, colores fríos, neblinas) se nos presenta un panorama digno del Infierno de Dante. Además, el contraste con la comicidad de otros momentos de la película hace que estas escenas resulten aún más horribles. La historia napolitana, en cambio, abunda más en peripecias cómicas, satirizando, como en otra gran película de Wertmüller («Mimí metalúrgico herido en su honor»), los alambicados códigos de honor y el desmesurado machismo propios del sur de Italia.
Las películas de Wertmüller no son, sin duda, un manjar apropiado para todos los paladares. Más que a degustar un exquisito bistec, la experiencia de ver alguna de sus obras equivale a darse un atracón de callos con garbanzos, tan apetitosos como grasientos. «Pasqualino Settebellezze» es la mejor de las tres películas de Wertmüller que he visto (las otras son «Mimí metalúrgico herido en su honor» y «Film de amor y anarquía»), y no precisamente porque se aparte de su línea habitual, sino más bien porque la lleva al extremo. Relata la historia de un hampón napolitano de poca monta, Pasqualino, apodado irónicamente «Siete Bellezas» por tener siete hermanas, a cual más fea. Lo conocemos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando acaba de desertar y se pierde por los brumosos bosques alemanes hasta que es capturado y enviado a un campo de concentración. Al tiempo que se nos cuenta esto, mediante una serie de flashbacks sucesivos se nos relata su vida en Nápoles antes de la guerra y el crimen que se vio obligado a cometer para mantener el «honor» de la familia, con resultados catastróficos. Dos líneas argumentales, por lo tanto, con un marcado contraste visual: la luminosidad del sol de Nápoles y su abigarrada y barroca arquitectura frente a la siniestra y desoladora penumbra de los barracones del campo de concentración alemán. El acertado montaje permite un interesante juego de espejos entre las dos historias que se nos cuentan: en Nápoles, Pasqualino hace lo imposible por cuidar su imagen y su concepto del honor; en Alemania, ya sólo cuenta sobrevivir a toda costa.
A lo largo de ambas líneas argumentales, lo esperpéntico y lo macabro van frecuentemente de la mano, aunque es cierto que las secuencias del campo de concentración, aun sin excluir el humor, son de una enorme dureza. En un ambiente irreal (semioscuridad, colores fríos, neblinas) se nos presenta un panorama digno del Infierno de Dante. Además, el contraste con la comicidad de otros momentos de la película hace que estas escenas resulten aún más horribles. La historia napolitana, en cambio, abunda más en peripecias cómicas, satirizando, como en otra gran película de Wertmüller («Mimí metalúrgico herido en su honor»), los alambicados códigos de honor y el desmesurado machismo propios del sur de Italia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El personaje de Pasqualino es interpretado por uno de los más grandes actores de la comedia italiana, habitual del cine de Wertmüller, Giancarlo Giannini: una interpretación excepcional, gracias tanto a su inagotable expresividad mímica como a su cómico acento meridional (impostado, ya que él procedía del norte de Italia). Giannini borda la radical transformación del personaje, de perdonavidas barriobajero a auténtico «gusano» humano que, perdido todo atisbo de dignidad, lucha denodadamente por sobrevivir, de un modo al tiempo trágico y grotesco. Pero los secundarios de esta película son también inolvidables; por citar solo a algunos, brillan con luz propia la colosal Elena Fiore, espléndida en su encarnación de Concettina, la hermana más «rebelde» del protagonista, y Fernando Rey, que da vida brevemente a un excéntrico anarquista español. Sobresaliente también para la banda sonora de Enzo Jannacci, especialmente para el tema «Tira a campà».
La película admite, en mi opinión, diferentes lecturas. Por un lado, critica la actitud que ante Mussolini y el régimen fascista tuvo la mayoría de los italianos, como puede verse en el intercambio de opiniones que Pasqualino tiene con un preso político con el que coincide accidentalmente en el vestíbulo de una estación. Como una gran mayoría de sus compatriotas, Pasqualino «no se ocupa de política», pero tiene cierta simpatía por el Duce, ya que, según su opinión, ha limpiado las calles y ha devuelto su orgullo al pueblo italiano. Su interlocutor desmonta con facilidad estos demagógicos argumentos que, sin embargo, les fueron útiles a millones de italianos para aceptar sin problemas de conciencia el régimen fascista.
Pero la película se puede leer también como una reflexión amarga sobre la condición humana. El viejo anarquista español que interpreta Fernando Rey hace una serie de comentarios irónicos sobre el nazismo y los campos de exterminio, preconizando como ideal del futuro «el hombre en el desorden», en contraposición con la «ordenadísima» industria nazi del exterminio. Paradójicamente, el personaje que mejor encarnará este ideal no es el anarquista, sino el propio Pasqualino, un asesino carente de ideales, bajo y rastrero, capaz de hacer cualquier cosa para sobrevivir, pero que resulta simpático al espectador por su absurda confianza en sí mismo, más allá de cualquier consideración racional. Su egoísmo desmedido y su carencia absoluta de escrúpulos le permitirán finalmente sobreponerse a su destino. Pero su mueca en el plano final de la película es amarga: el precio de la supervivencia es la renuncia a todo lo que de verdaderamente humano hay en el hombre.
Y todo esto, además, en una película llena de situaciones y personajes, pese a todo, enormemente divertidos y entrañables, frente a la que es imposible que nadie se aburra ¿Acaso se puede pedir más?
La película admite, en mi opinión, diferentes lecturas. Por un lado, critica la actitud que ante Mussolini y el régimen fascista tuvo la mayoría de los italianos, como puede verse en el intercambio de opiniones que Pasqualino tiene con un preso político con el que coincide accidentalmente en el vestíbulo de una estación. Como una gran mayoría de sus compatriotas, Pasqualino «no se ocupa de política», pero tiene cierta simpatía por el Duce, ya que, según su opinión, ha limpiado las calles y ha devuelto su orgullo al pueblo italiano. Su interlocutor desmonta con facilidad estos demagógicos argumentos que, sin embargo, les fueron útiles a millones de italianos para aceptar sin problemas de conciencia el régimen fascista.
Pero la película se puede leer también como una reflexión amarga sobre la condición humana. El viejo anarquista español que interpreta Fernando Rey hace una serie de comentarios irónicos sobre el nazismo y los campos de exterminio, preconizando como ideal del futuro «el hombre en el desorden», en contraposición con la «ordenadísima» industria nazi del exterminio. Paradójicamente, el personaje que mejor encarnará este ideal no es el anarquista, sino el propio Pasqualino, un asesino carente de ideales, bajo y rastrero, capaz de hacer cualquier cosa para sobrevivir, pero que resulta simpático al espectador por su absurda confianza en sí mismo, más allá de cualquier consideración racional. Su egoísmo desmedido y su carencia absoluta de escrúpulos le permitirán finalmente sobreponerse a su destino. Pero su mueca en el plano final de la película es amarga: el precio de la supervivencia es la renuncia a todo lo que de verdaderamente humano hay en el hombre.
Y todo esto, además, en una película llena de situaciones y personajes, pese a todo, enormemente divertidos y entrañables, frente a la que es imposible que nadie se aburra ¿Acaso se puede pedir más?