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España España · Barcelona
Voto de Ulher:
10
Drama En el año 1944, durante el horror del campo de concentración de Auschwitz, un prisionero judío húngaro llamado Saul, miembro de los 'Sonderkommando' -encargados de quemar los cadáveres de los prisioneros gaseados nada más llegar al campo y limpiar las cámaras de gas-, encuentra cierta supervivencia moral tratando de salvar de los hornos crematorios el cuerpo de un niño que toma como su hijo. (FILMAFFINITY)
12 de febrero de 2016
14 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué conduce al hombre a cometer una atrocidad sobre los que no considera sus semejantes? ¿Hasta qué punto la naturaleza humana puede corromperse por un asunto de ideologías? El debutante Laszlo Nemes no responde a ello ni sigue los cánones establecidos del cine que con anterioridad ha visitado los campos de concentración. Lejos de escarbar en la conciencia del espectador, al que no da tregua, prácticamente le obliga a vivir la barbarie en primera persona. Nemes se distancia de cineastas de renombre como Spielberg o Polanski, quienes ya nos hicieron testigos de una manera academicista de este capítulo de la historia. El recién llegado agudiza la mirada en la posición del individuo, no como representación de una colectividad sino confiriendo al espectador la potestad de sentir en carne propia la agonía, la desesperanza de un hombre en el epicentro del horror.

El Hijo de Saul es un cine puramente sensorial. No vemos todo lo que ocurre. Lo vivimos. O más bien lo sobrevivimos. El pulso se acelera desde el mismo instante en que los créditos ceden paso a una temblorosa y asustadiza cámara en mano que persigue a Saúl, preso y miembro de una unidad de trabajo denominada Sonderkommandos dentro de un campo de exterminio. La inexpresividad en su rostro y su mecánica movilidad le acompañan cada día en la labor más cruel que puede desempeñar el ser humano. Terminar con las vidas de sus allegados y no dejar rastro se convierte en la contraprestación para subsistir. Pero cuando la pérdida de perspectiva se hace presente no queda otra que encomendarse a algún resquicio de ilusión, a un objetivo como tabla de salvamento. En un acto de misericordia Saúl ve en la figura de un niño su pasaporte para no perder el juicio, centrando sus esfuerzos en darle un funeral adecuado.

Estamos ante un trabajo estilístico de altura, y es que pocas veces una profundidad de campo casi nula ha estado tan bien justificada. La intención de Nemes se centra en la transmisión de sensaciones, en vivir más que analizar, de ahí que sea una película a flor de piel. Para ello coloca la cámara a espaldas del protagonista en foco constantemente, persiguiéndole en ese periplo deplorable, experimentando la claustrofobia de un entorno hostil. Los planos son cerrados, opresivos, dificultándonos ser prófugos de ellos mismos. No hallamos concesiones ni en fondo ni forma. Los lamentos, siempre fuera de campo, componen la melodía del film. La sangre y el barro protagonizan la fotografía, el nervio, el montaje. Lo que ocurre más allá del personaje principal no se muestra, se intuye, siendo tanto o más angustioso, ya que la imaginación del espectador alcanza cuotas superiores a las de una imagen. Requiere, por tanto, la colaboración del público para completar su significado. El Hijo de Saúl concede al espectador todo lo que éste esté dispuesto a entregar.

Es imposible que nadie salga indemne tras esta experiencia que deja sin aliento. Porque una vez puestos los pies en ese infierno resulta imposible detenernos a digerir lo que está ocurriendo. Reacción sobre acción. Sin pausas. Tan sólo Nemes se detiene en una leve sonrisa como bálsamo, la única en todo el metraje. Una mirada al futuro más cierto que nunca y de ahí paso al estruendo, nuevamente fuera de campo, lacrando una obra poderosa en estilo, inolvidable en fondo y justamente contundente.
Ulher
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