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España España · Barcelona
Voto de Ulher:
7
Comedia. Drama Jon (Domhnall Gleeson), un joven aspirante a músico, se une a un grupo de excéntricos músicos pop liderado por el enigmático Frank (Michael Fassbender) y su neurótica compañera Clara (Maggie Gyllenhaal). (FILMAFFINITY)
4 de octubre de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin la malformación del personaje de Anthony Hopkins en El hombre elefante de Lynch o las afiladas manos de Johnny Depp en el famoso cuento de Burton, ahora mismo no debería llamarnos la atención que una particularidad física del personaje central de un filme sea cuanto menos el reclamo principal. El último trabajo de Lenny Abrahamson invita al espectador a bailar en una danza de máscaras donde poco importa el contexto. Porque el gancho de la cinta reside en ese Fassbender cabezón y los ingenios del director por mantener esa careta en su lugar. Algo tan sencillo pero a la vez sumamente complejo. Una brillante idea que no termina de encontrar los cimientos suficientes en este ejercicio del indie más elemental.

La película se centra en el proceso de creación musical de un grupo de outsiders a cada cual más excéntrico, llevándose la palma el líder de la banda. Un joven que esconde su cabeza bajo otra de cartón por convicciones personales que terminan convirtiéndose en uno de los mayores atractivos de la cinta. Pero no es sólo el disfraz lo que hace de Frank una especie digna de estudio. Su magnética personalidad hace perder los estribos a cualquiera. Tanto es así que los feligreses que conforman su banda quedan eclipsados ante la figura de quien da título a la cinta. Una oportunidad desaprovechada, pues de haber ahondado algo más en los desequilibrios mentales de esos secundarios caricaturizados, sus acciones hubieran tendido a una lógica argumental. Es, por tanto, casi imposible empatizar con ellos ni con Frank, ni tan siquiera con el personaje más razonable de toda esta plaga escapada de la Lopez Ibor, Jon Burroughs, artífice de borrar la etiqueta indie al grupo.

Aparte del cierto morbo al que induce el director con la broma de la careta y la identidad, no deja la mala baba guardada en casa. Impregna al filme con el aroma de la crítica hacia los fondos y formas del movimiento hypster encorsetado aunque nunca termina de entrar a matar. Las medias tintas también se ven en la exposición de la enfermedad mental y su relación con la música. El arte y la locura siempre han congeniado de maravilla y los pequeños pasajes que se atisban en la película se hacen innecesario cuando el género va por otros derroteros. Aún así, en esta marcianada radican dos fuerzas que alzan el visionado a una experiencia disfrutable. Por un lado su marcado acento autodestructivo, depresivo y sin embargo, adorable. Por otro, unas interpretaciones potentes dónde destaca un Fassbender, de nuevo, mimetizado en su personaje, apoyando el peso de su trabajo en la voz y en el control de su cuerpo.

Rarezas como ésta son bienvenidas aún pagando el peaje de recurrir a estrellas como reclamo y dejando de manifiesto su verdadera cara.
Ulher
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