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España España · Barcelona
Voto de Ulher:
7
Drama En una mansión, cuatro señores se reúnen con cuatro exprostitutas y con un grupo de jóvenes de ambos sexos, partisanos o hijos de partisanos, que han sido hechos prisioneros. Nadie en la casa puede eludir las reglas del juego establecidas por los señores; toda transgresión se castiga con la muerte. Además, ellos gozan de la facultad de disponer a su antojo de la vida de los cautivos. (FILMAFFINITY)
9 de junio de 2016
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
El denominado cine de impacto o incómodo no deja de ser subjetivo pero si tuviéramos que pensar en el paradigma del cine irritable que aúne molestia tanto en fondo como en forma, enseguida nos vendría a la cabeza Salò o los 120 días de Sodoma. Una obra polémica por lo explícito de su contenido y contundente crítica social, que vio la luz tras el asesinato de su creador. No estamos, por tanto, ante un trabajo de fácil visionado. Culpa de ello recae en las continuas vejaciones que se suceden dominando a un espectador noqueado ante tanta barbarie, llegando a preguntarse hasta qué punto la condición humana pierde su significado. Acercarse a esta angustiosa obra no es tarea sencilla y mucho menos salir airoso de ella. Porque detrás de tanta tortura y humillación, Pier Paolo Pasolini no plantea un lavado de estómago, al contrario, quiere una digestión lenta, tortuosa, defendiendo la autocrítica que debe plantearse una sociedad sumisa, subyugada por la tiranía del poder, por las estructuras jerárquicas que sólo obedecen al abuso desmedido de la autoridad.

Un presidente, un magistrado, un obispo y un duque, máximos representantes de la supremacía, firman un acuerdo que versa en la falta de libertad de dieciocho jóvenes a los que secuestran y someten a todo tipo de torturas con el único objetivo de la autosatisfacción. Una metáfora que Pasolini hace servir con maestría para arremeter con saña ante el régimen fascista, utilizando para ello la obra del Marqués de Sade, “Los 120 días en Sodoma” El espectador horrorizado se revuelve al enfrentarse a prácticas que van desde la sodomía hasta la mutilación pasando por un banquete de coprofagia. Imágenes grabadas a fuego, orquestadas con toda intención incriminatoria. Todo un aquelarre repulsivo que condena la bajeza del ser humano.

Más allá del marcado acento de denuncia omnipresente en toda la cinta, Salò, en su vertiente formal, deja abatido a quien se acerca a ella. Es cine extrasensorial. El asco se padece. La sumisión se palpa en cada plano. Las miradas de esos jóvenes que han perdido su identidad se recibe con dolor. El olor del sexo constreñido, el hedor de la mierda, la locura de la prisión, se mezclan en este paseo por el infierno desesperanzador. No hay escapatoria, ni siquiera mental. Tan sólo la muerte fortuita como escape. Asistimos al funeral de la humanidad dispuesto por el caos del poder.

Salò conforma una experiencia de obligada lectura, irreductible a etiquetarla de escatológica. Una experiencia cruda que permanece en la retina y que en contadas ocasiones se prodiga por las pantallas. Cine que es vida y, por tanto, muerte
Ulher
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