Nadie podrá acusar a Mel Gibson de director mediocre. Suyo es este film, tanto en su concepción como en su producción, desarrollo y dirección.

Al igual que con "La Pasión", dota al film de verosimilitud al hacer que los personajes hablen en su idioma nativo, busca actores amerindios que puedan dar el perfil requerido, rueda en la selva y reconstruye lo que podría ser una ciudad maya, sin una concesión a la comercialidad. Y digo esto porque la película es tremendamente cruel, rayana en el gore, con la representación, sin edulcorar, de los sacrificios humanos que aparecen en las estelas y pocos libros mayas que sobrevivieron a la "Conquista".

Gibson nos ofrece una película coral, de numerosos protagonistas, con una larga introducción en la que vemos una vida sencilla y feliz, luego abduce al espectador, en las vicisitudes de los personajes atrapados por los mayas, en un recorrido hacia el horror, una pesadilla en vida, sin tiempo a respirar el espectador, sin ápice de compasión ni de simpatia a tan execrables villanos, con una magnífica persecución, rodada con imaginación, pulso y brio, con elegantes movimientos de cámara y notable emoción, hasta el final sorprendente. Una vorágine de sucesos y emociones que me recuerda la primera hora de la última "Mad Max: Fury road".

Gibson es grande. Tiene una visión de la escena que rueda como pocos y un compromiso con sus obras como las tenía Orson Welles. Sin embargo, a diferencia de éste, produjo sus filmes y no quedó a merced de la mezquindad de los estudios, hasta que fueron a por él. Pero esa es otra historia.