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Voto de antonalva:
7
Thriller. Drama Estados Unidos, década de 1970. Seguimos a Jack durante un período de 12 años, descubriendo los asesinatos que marcarán su evolución como asesino en serie. La historia se vive desde el punto de vista de Jack, quien considera que cada uno de sus asesinatos es una obra de arte en sí misma. (FILMAFFINITY)
21 de febrero de 2019
14 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director Lars von Trier es un alborotador. Sus obras suelen ser perversos mecanismos que causan incomodidad y llevan al espectador hasta los límites de su resistencia o tolerancia – e incluso más allá. Tiene la corrosiva característica de hacerse odioso y meternos el dedo en el ojo (o en nuestra boca) hasta conseguir que desviemos la mirada o se nos revuelvan nuestras tripas hasta provocarnos el vómito. Lo que pudiera tomarse como un ejercicio de fatua hostilidad o un reto insolente a nuestra capacidad de aguante, deviene así en una forma de entender el arte: promover la antipatía visceral como envoltorio para contarnos sus historias, siempre al borde de lo tremendista o de lo excesivo, nunca tomando el camino más cómodo, sino explorando los más áridos recovecos como irrenunciable exigencia narrativa.

Con un estilo moroso, alejado de los apremiantes montajes del cine comercial, nos propone la radiografía de un psicópata irreductible, de un asesino en serie que, bajo la apariencia de un educado y circunspecto ingeniero con veleidades de arquitecto, se siente impelido a desafiar el convencionalismo de un respetable padre de familia y se dedica a matar a diestro y siniestro como si de un mero entretenimiento de caza se tratase. No se nos ahorran los crueles detalles de ninguna de sus hazañas, repletas de sangre, ironía y coincidencias brutales… lo cual le hacen creerse superior a los demás mortales y digno de un destino mejor en el que se cree hasta con fuerza y arrestos de desafiar al averno. No se trata tanto del qué se nos cuenta sino del cómo: Y la textura de los materiales elegidos presagia su propia caída.

No es plato para paladares gazmoños. Tampoco es propicio para estómagos acostumbrados a la sanguinolenta crueldad de la puesta en escena del dolor ajeno como espectáculo vivificante de la perversidad humana (siempre que ésta esté dirigida hacia los demás, pero nunca hacia nosotros mismos). Porque cada golpe, cada disparo, cada crimen se clava en la retina del atónito espectador alucinado, como si de una violación estomagante, repulsiva y atroz se tratase. Nos hace partícipes de unos hechos y unas consecuencias que son inaceptables, que censuramos sin reservas, que ni su incuestionable inteligencia ni su ofensiva capacidad de ironía convierten en soportables. ¿La brutalidad o el sadismo como una de las bellas artes? Con seguridad: No.

Como tibio consuelo queda el inapelable correctivo final. Triste y ofuscado balance para una historia tan repelente como bien trazada, tan aborrecible como irritante. Buen cine que, una vez padecido con horror, permanecerá en el congelador del olvido.
antonalva
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