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Voto de antonalva:
7
Western 1850. Los hermanos Charlie y Eli Sisters viven en un mundo salvaje y hostil, en plena fiebre del oro. Tienen las manos manchadas de sangre, tanto de criminales como de personas inocentes. No tienen escrúpulos a la hora de matar. Es su trabajo. Charlie (Joaquin Phoenix), el hermano pequeño, nació para matar. Eli (John C. Reilly), sin embargo, sueña con llevar una vida normal. Ambos son contratados por el Comodoro para encontrar y matar a ... [+]
11 de mayo de 2019
17 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocos géneros tan iconográficos, potentes y añorados como el western. Y, sin embargo, ha sido abandonado porque ahora la aventura de la conquista del Oeste está mal vista (y censurada) porque supone abordar la masacre de los indios (los nativos lugareños a los que se arrebató tierras y vida) e implica reconocer las tropelías y abusos que si bien pudieran ser considerados habituales cuando entonces, ahora se tiene la manía de denunciarlos por el ‘presentismo’ castrador que lo anega todo, es decir, adoptando baremos morales y sociales actuales para juzgar episodios pretéritos. Por eso sorprende este excelente cuento montaraz sobre la fiebre del oro y el fervor de los magnates autóctonos por hacerse inmensamente ricos gracias a tener el pecunio suficiente para financiar un número ilimitado de sicarios. Y lo que la lluvia de balas construye, que no haya mortal que lo desbarate.

El poder del dinero. La idolatría de las armas. El ensueño de las utopías terrenales. La añoranza de la gloria y del hogar… Todo esto tiene cabida en este melancólico, parsimonioso y lastimero western realizado con tanta garra como elegancia. No hay mayor tristeza que rememorar los paraísos perdidos; no hay mayor pena que atisbar el edén y no alcanzarlo jamás. Estos son los dos polos de una misma ecuación: el brillo del oro (o el centelleo de la lumbre) frente al ocaso de la quimera (o el fin de la vida). Entre estos dos extremos bascula toda la trama. Por mucho que se gane en un duelo, con un botín, en un río perlado de oro, el balance final será siempre de vacío, de insaciable sed insatisfecha, de fracaso. La riqueza se diluye y evapora entre los avaros dedos codiciosos. De tanto buscar los tesoros en un afán disparatado por alcanzar la opulencia, nos olvidamos de nuestras raíces y de nuestra alma, arruinándonos la ansiada paz.

El director francés, Jacques Audiard, nos propone una historia desmitificadora, que, siendo fiel a la leyenda, subvierte los detalles, dándoles un significado novedoso, menos idealizado y más terrenal. Esta concreción casi física aporta una increíble densidad al relato, donde se entreteje, por ejemplo, el amor hacia un caballo malherido o el afecto fraterno por el bala perdida del hermano pequeño, dipsómano e iracundo, codicioso y matón. Pero también tiene cabida una ternura ingenua y delirante que proporciona una de las más candorosas escenas de la cinta: el aviso de una meretriz al enamoradizo del hermano mayor, conmovida por la bondad de su trato.

Dolorida película, quizás de ritmo algo moroso y disperso, pero llena de inesperada hondura. El cuarteto protagonista descuella por su perfecto ensamblaje y complementariedad y nos hace añorar la calidez insospechada de una bienvenida.
antonalva
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