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Voto de Archilupo:
8
Drama. Romance. Bélico Adaptación de la novela homónima de Leon Tolstoi. En 1805, Napoleón prepara la invasión de Rusia. Pierre Bezukhov (Henry Fonda), hijo natural de un noble, es un intelectual pacifista y ocioso. Cuando estalla la guerra, se mantiene al margen de la contienda y frecuenta la casa de sus amigos los Rostov, una acogedora familia aristocrática, en la que brilla por su encanto y generosidad Natasha (Audrey Hepburn). (FILMAFFINITY)
16 de enero de 2012
35 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
En tres horas conocemos los vaivenes amorosos de Natasha Rostova y el peregrinaje existencial del conde Pierre Bezukhov, desde la juventud libertina hasta la iluminada comprensión en la madurez, con las guerras napoleónicas al fondo.
Natasha es una adolescente soñadora y los hombres cercanos la deslumbran, incluso el donjuán sin escrúpulos que se encapricha de ella. Pierre trata de vencer el carácter derrotista y autodestructivo por el que se cree merecedor del desastre y por el que renuncia a amar a Natasha.
A lo largo de los años van dando pasos en falso, entre la corte moscovita y las mansiones campestres, bailes, ópera y cacerías, cada uno por su lado, aunque no para extraviarse definitivamente sino descubrirse en el curso de la maduración.

La película de Vidor no tiene la genialidad de Tolstoi al desenvolverse en profundidades emocionales, esos procesos del espíritu que desembocan en arrolladores despertares y aperturas cósmicas, pero sí su grandeza.
Con grandeza son presentadas las relaciones entre los personajes, y no sólo por las proporciones monumentales de la producción, en la estela de “Lo que el viento se llevó”, con decorados colosales, millares de extras, incendios devastadores, escenarios panorámicos; no sólo por eso sino porque los protagonistas son descritos con óptica ennoblecedora, capaces de evolución, sacrificio, perdón , amor y entrega.

Algunas secuencias nos parecen hoy, cuando los efectos especiales son casi ilimitados, de lo más naif, a pesar de la suntuosidad. El desplazamiento de Pierre al frente bélico en Borodino como espectador para, en su búsqueda espiritual, conocer de primera mano la vida y la muerte, resulta tan candoroso como ese uso prehippie de una flor en medio de la carnicería de cañonazos.
Pero no debilitan fatalmente la narración. Tampoco la terca insistencia en poner caballos sufriendo. La estética de superproducción queda más arcaica en el pesado y redundante tramo invernal, la penosa retirada del ejército francés y sus prisioneros hacia la frontera, a través del hielo y la nieve.

Todo ello es compensado de sobra por las presencias de Audrey Hepburn y Henry Fonda, ajenas a circunstancias temporales. El encanto que ella ejerce ante las cámaras es tan literal que, en ocasiones (cuando acusa el cortejo del seductor, entre otras), su imagen parece de dibujos animados, tal es la magia que desprende. Y la elegante solidez de Fonda, aquí matizada por ese factor de introversión y tormento, es igualmente sustancial para insuflar vida duradera a lo filmado, así pasen los años.

Audrey y Henry, ellos son la verdadera superproducción…
Archilupo
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