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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
8
Ciencia ficción. Intriga. Drama El banquero, Arthur Hamilton (John Randolph), está viviendo días grises al lado de su familia cuando comienza a ser incitado por un amigo al que creía muerto, para que visite a La Compañía, donde le propondrán un cambio total de aspecto físico con el que podrá rehacer su vida dejando atrás todo su pasado. Hamilton accede a la compleja cirugía estética, pero ¿le asegurará este cambio un futuro feliz?
13 de febrero de 2015
17 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llegué por absoluta casualidad a esta película de John Frankenheimer, que, pese a la admiración que profeso por él, y más considerando que se sitúa en su gran década creadora de los sesenta, con títulos tan admirables como “El tren”, “El hombre de Alcatraz” o “Siete días de mayo”, la verdad es que no conocía en absoluto, salvo por haber leído el título en obras bibliográficas.

Y lo cierto es que ha supuesto una auténtica revelación, no ya respecto a su filmografía particular, sino en el contexto del cine americano de la segunda mitad de los sesenta, por su apuesta originalidad y creatividad expresiva.

Porqué dicha originalidad no radica en última instancia en la sugerente premisa de un hombre de monótona existencia gris que recibe la propuesta por parte de una misteriosa organización para iniciar una vida nueva, a partir de una radical operación de cirugía estética (operaciones que ya habían aparecido por ejemplo en thrillers como “Senda tenebrosa” o “Jail Bait”, del mismísimo Ed Wood), o ni siquiera en el extraño curso de los acontecimientos, que nos sumergen en una surrealista y malsana fábula de tintes kafkianos, sino (y de una manera que recuerda también el proceder de Welles en su adaptación de “El Proceso"), en la manera cómo esta narrativa adquiere su verdadera densidad onírica y desasosegante mediante el singular manejo de las formas visuales.

Desde el primer fotograma, y gracias a una magnífica fotografía en blanco y negro de James Wong Howe, nos adentramos en un universo distorsionado que nace de extraños y complejos encuadres, juegos angulares, movimientos de cámara, o la marcada profundidad de campo que genera un fuerte contraste entre las proporciones de los rostros —generalmente el sudoroso y angustiado del protagonista— los cuerpos y los objetos. En diversos momentos llama la atención el recurso estilístico, que no recuerdo en el cine de aquel entonces, de acoplar la cámara a la espalda del actor, de tal manera que mientras éste transita de verdad por el escenario, se provoca el inquietante y claustrofóbico efecto de estatismo en su movimiento, pareciendo que es el fondo el que gira vertiginoso a su paso (un recurso, por cierto, utilizado décadas después en la grabación de muchos conciertos de rock, con una pequeña cámara sujeta al mástil de la guitarra).

También es sumamente llamativa la escena de una bacanal orgiástica al aire libre, ante todo por la desinhibición y franqueza sensual y sexual con la que está rodada, incluyendo desnudos integrales y frontales. No conozco la intrahistoria, pero dudo mucho que, no ya en España como es obvio, sino incluso en determinados Estados de los Estados Unidos, las copias no sufrieran los consabidos cortes de rigor.

Y lo que conviene resaltar es la gran interpretación de Rock Hudson, sin duda alguna la mejor, más intensa y conmovedora de toda su carrera con diferencia, lo que nos ofrece como corolario una consideración acerca de cómo el Hollywood clásico (y en muchos aspectos todavía el moderno) desaprovechaba la potencialidad dramática de algunas de sus su estrellas, al encasillarlas en el molde granítico de la simple apostura estética.

El resultado, pues, una película que me parece injustamente olvidada, que reivindica además el indudable talento de Frankenheimer para la puesta en escena y que temáticamente, y superando con creces los aspectos que la atan a su época, como el mencionado episodio hippy, regala sobrados motivos —en curiosa analogía con otra producción japonesa de ese mismo año, “El rostro ajeno”, de Teshigahara— para una generosa reflexión de fondo sobre la búsqueda de la identidad, el poder de la alienación, el vacío existencial o los límites del libre albedrío.
Quim Casals
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