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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
8
Intriga. Aventuras David, un famoso egiptólogo, se ve involucrado en la lucha por el poder que mantienen tres bandos en un país de Oriente Medio. El objetivo es descifrar una inscripción jeroglífica que todos buscan. David es contratado para traducirla, pero sabe desde el primer momento que su vida estará constantemente en peligro. Pero treinta mil dolares, su lealtad al Primer Ministro y, sobre todo, la bella Jazmine, le obligan a seguir el juego hasta el final. (FILMAFFINITY) [+]
20 de enero de 2015
15 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si “Charada” puede resumirse como el cruce entre el suspense de Hitchcock y la elegancia sofisticada de Blake Edwards, de “Arabesco” podría decirse que a estos a dos ingredientes primarios se suma de manera decisiva el espíritu pop de Richard Lester.

No he citado la película anterior de Donen por casualidad. “Arabesco” sufre el síndrome de aquellas películas a las que comúnmente se acusa de querer explotar una receta anterior que gozó de un gran éxito, y que por ello mismo suelen ser prejuzgadas y despachadas como una mera “copia” menos inspirada. Sin embargo, como he comentado en anteriores ocasiones, a menudo estas “variaciones”, que diríamos en términos musicales, suelen gustarme más que la primigenia (“El Dorado” respecto a “Río Bravo” o “Casino” frente a “Uno de los nuestros”, por ejemplo). “Arabesco” no es una excepción, y creo que es justamente el antes citado ingrediente pop, el que le proporciona un sabor aún más agradable a mi paladar.

Este componente no se expresa mediante un cromatismo exacerbado, como era usual en la época, sino ante todo en la puesta en escena. Es realmente difícil hallar en “Arabesco” planos “convencionales”. Ya desde el primer minuto aparecen encuadres torcidos, y se sucederán picados, contrapicados, emplazamientos de la cámara en lugares poco habituales según el clasicismo y, ante, todo, reflejos especulares, probablemente más que en cualquier otra película.

Prácticamente en cada escena se presenta el motivo del espejo, en numerosas ocasiones deformantes, jugando con las concavidades, así como, según otra vez los parámetros clásicos, de una manera que se antoja aparentemente “gratuita”. Por ejemplo, Gregory Peck hace footing y se acerca el coche al que le forzarán a entrar. Justo antes, un inserto de una placa metalizada en la carrocería nos muestra el reflejo del actor corriendo.

Sin embargo es paradójicamente esa gratuidad la que, a fuerza de repetirse, se convierte en un leitmotiv visual que proclama diáfanamente la gran intención temática: todo es reflejo, imagen deformada de lo real, ilusión, apariencia, hechizo; en definitiva, juego.

Hay una escena que define maravillosamente este carácter lúdico. Un Peck al que han drogado para que diga lo que sabe logra zafarse de la furgoneta donde lo retienen, y queda perdido en medio de la autopista. En su estado todo lo ve desfigurado, tiene alucinaciones y hasta se cree un torero que mantea los coches que van y vienen. En una planificación típicamente hitchcockiana, a partir de las normas canónicas del punto de vista, serían únicamente los planos subjetivos, aquellos que se corresponden con lo que el personaje ve, los que ilustrarían esta deformación de la realidad. Sin embargo en esta ocasión es el punto de vista objetivo de la cámara el que se hace cómplice de dicho estado y, como si ella también estuviera drogada, toda la escena se torna absoluta y jocosamente psicodélica.

La evidencia con la que la película resalta su intencionalidad juguetona es otra de las razones por la que íntimamente la prefiero a “Charada”. En la primera el guión, más trabajado y perfecto, resulta mucho más importante, y los giros argumentales son parte activa de su encanto. “Arabesco” aparece más libre, menos encorsetada en este aspecto; en el fondo nunca llega a ser relevante revelar quién es quién, y todo el engranaje narrativo deviene ya puro macguffin para asistir únicamente al deleite del transitar de las escenas, al gozo puro del acontecer visual. Pero lo que me parece más conseguido es cómo dicho carácter asumidamente lúdico halla su punto exacto de cocción: en ningún momento, como digo, la película realmente se toma en serio a sí misma, pero tampoco llega a caer en una autoparodia explícita que provoque un distanciamiento que nos aleje efectiva y afectivamente de nuestro interés por los personajes y su suerte. Es un equilibrio ciertamente difícil de conseguir y muy meritorio, que en cierto modo me recuerda a determinados momentos de Tarantino.

Quizás el punto débil más evidente es que de todas las peripecias que ocupan a la pareja protagonista y ponen en peligro sus vidas, la última de todas, una persecución desde un helicóptero tantas veces vista en tantas películas, es la que resulta menos insólita y original. Habida cuenta de la singularidad visual que se despliega en escenas anteriores, el espectador espera y agradecería un cartucho final donde la película culminase su paroxismo. Ahí sí que “Charada” cumple mejor y pienso, por ejemplo, pese a la diferencia general de tono, en finales tan llamativos y extravagantes como los de “La dama de Shanghai” o “Apartado de correos 1001”.

También se le podría reprochar, de nuevo en su asimilación hitchcockiana, que pese a todo jamás llega a presentar esa escena realmente antológica, aquella que entra en los anales y la mítica de la memoria cinéfila (como ejemplo más obvio por su cercanía, la escena de la avioneta en “Con la muerte en los talones”). Pero acaso ese reproche resultara muy injusto: esa es la capacidad que incumbe y por ello mismo delata a los auténticos genios del séptimo arte. Y justamente es, en su propia escala, que “Arabesco” siempre me parecerá una de las más apetecibles propuestas en lo que para mí es la noción ideal de una sesión de cine en la noche de un sábado ante el televisor (los lectores de mi generación recordarán con júbilo y nostalgia las fabulosas sesiones “de tarde” y “de noche” de TVE hace ya algunas décadas).
Quim Casals
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