Una de las mayores alegrías que puede llevarse un cinéfilo es, sentarse una noche en su butaca, visionar una película desconocida para él y descubrir que está ante un hallazgo maravilloso: Una de esas cintas en blanco y negro, llenas de encanto, con una fotografía espléndida y un lirismo excepcional.
Todo esto y más tiene esta estupenda "Alas y una plegaria" que narra las aventuras de un portaaviones americano durante la Segunda Guerra Mundial, que tiene que adoptar una táctica defensiva frente a los ataques de los aviones japoneses, lo que originará tensiones internas entre los integrantes del buque indignados ante la estrategia de sus superiores.
La película se saborea lentamente como el buen vino. Disfrutamos con la sólida dirección de Hathaway, la complejidad de los personajes (excelente Don Ameche), las formidables secuencias de acción (seguramente muchas de ellas reales) y, sobre todo, nos asombramos y sobrecogemos con la decisión del Capitán Waddell de conectar los altavoces del barco para que podamos ver el fragor y el dolor del combate aéreo en los ojos de los marineros que escuchan.
"Alas y una plegaria" es algo más que buen cine. Por alguna extraña razón nos impregna de unas sensaciones que ya nunca se olvidan.