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Rusia Rusia · Stalingrado
Voto de Ferdydurke:
6
Comedia. Romance En 1911, embajadores de toda Europa acuden a Londres para asistir a la coronación de George V y la reina María. Uno de estos enviados pertenece a la embajada del reino de Carpatia y no es otro que el propio regente del país, el Gran Duque Carlos. En su primera noche en la capital británica, el Gran Duque decide visitar el Coconut, un cabaret en el que actúa como corista la señorita Marina. (FILMAFFINITY)
29 de julio de 2015
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las imperiales, suntuosas, serenísimas, altísimas, reales y ducales carnes rubias de la Monroe son el verdadero tema y gran recreo de la función en cuestión.
El resto, excusas. Tanto la obra teatral de Rattigan (inteligente aunque un tanto anquilosada) como el enamorado, y ridículo, Sir Laurence Olivier (tiene sentido del humor cabrón, no lo vamos a negar), como los decorados y demás personajes y fanfarrias que acompañan esas curvas imposibles, ese caderío abismal, esa sensualidad animal, esa sexualidad criminal, ese culo infinito, tan rotundo (en el que se pierde con fruición, y toda la razón, la viciosa cámara del cachondo director-actor inglés, y con él todos nosotros de paso, anegados de enorme placer y tantas posibilidades nunca consumadas, amparados, resguardados, cobijados, como fugitivos legítimos de una vida que es solo una burda imitación, un escuálido reflejo en comparación con lo que aquí vemos como si nos estuviéramos quedando ciegos) y glorioso como el sol..., y ahora subimos un momento a por aire y descubrimos, oh, cielo, ese canalillo, más bien canalón, diabólico, apretujado a mala idea, esa cara de muñeca sabia y hastiada, ese ser humano tan único, esa mujer tan absurdamente apabullante, ese símbolo tan manoseado y corrompido y lastrado y perdido, sin tino.
Puestos a ¿¡criticar!? (es lo que toca, no hay otra), diría que se deja ver; humor elegante, buenos diálogos, ingeniosas frases, algo de mala uva y mucha chanza sobre los grotescos protocolos reales. Vamos, que cumple con su cometido, da un resultado leve, llevadero.
Pero, lamentablemente, queda en poca cosa; ese tono de cuento (Cenicienta siempre de fondo, faltaría más) infantil, simplón, y ese afán por meter el amor a presión convierten el pasatiempo educado en un espectáculo demasiado manso y trillado, sin valentía, riesgo ni fuerza, más bien romo y pacato finalmente, a pesar de una trama tan sórdida, casi tanto como el comienzo de la gran guerra (estábamos en 1911 y ya se veía venir en el horizonte la primera mundial; se hacen, de hecho, alusiones al tremendo revoltijo centroeuropeo, ese polvorín siempre a punto de estallar; hasta se habla de anarquistas y demás maravillas); con un regente putero, desalmado y cenutrio sin par, una corista ducha (demasiado) en el tráfico de carne, unas clases dirigentes que pagan en especias (medallones y estandartes al por mayor) los más primarios servicios y un petimetre inglés, y embajador nada menos, como esclavo zascandil y metomentodo (sus apariciones convertidas en chistes, pasa sin remedio de mamporrero indigno a intrigante melifluo).
Como un toro fiero y muy astado al que liman antes (y después) de salir para que no haga daño verdadero; mantendrá la imponente imagen, la apariencia de peligro y hermosura, cierto, pero en el fondo todos sabrán que es un negocio amañado, balas de fogueo, solo eso.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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