Tres amigos jubilados y residentes en Nueva York, ante el mortal aburrimiento que sufren en sus carnes, deciden atracar un banco en Manhattan, la cosa va viento en popa a toda vela y consiguen un bonito botín que multiplican exponencialmente en una pequeña escapada que hacen a Las Vegas.

Una pequeña película, rodada con un bajo presupuesto pero con mucha ternura y saber hacer, y con un estupendo guión que cuenta una bonita historia que nos llega conmover, uno cuando la ve no puede resistirse a pensar en lo que nos puede deparar el destino a cualquiera de nosotros cuando alcancemos la edad de nuestros tres amiguetes.

Una joya inesperada de un cineasta de 28 años con bromas previsibles, pero con un desarrollo imprevisible, en una película que se balancea suavemente entre la comedia y el drama, dejándonos al final un sabor agridulce que se compensa con momentos tremendamente divertidos y de alegre optimismo como esa locurilla que se le ocurre a uno de ellos de atracar un banco con unas ridículas gafas al más puro estilo Groucho Marx. Burns destaca entre un grupo de actores entrañables y maravillosos.